sábado, 1 de septiembre de 2012


Consagración al Inmaculado Corazón de la Santísima Virgen María

¡Oh Madre nuestra!
Queremos consagrarnos
A tu Inmaculado Corazón
Y rogarte por nuestra familia.
Primeramente te entrego mi cuerpo y mi alma,
Mi pasado, mi presente y mi futuro,
Todo lo que soy y todo lo que tengo.
Enséñame a amar la Voluntad de Dios
Y guíame para vivir en ella.

Aleja lo que pueda enturbiar
Nuestra fe católica
Y lo que pueda ofender a tu Hijo,
A quien aclamamos como Señor de la historia.

No queremos otras doctrinas,
Sino las contenidas en el Evangelio
Y enseñadas por
El Magisterio de la Iglesia Católica.

Madre amadísima:
Recibe nuestros corazones
Para que sean puestos
Ante el Trono del Altísimo.

Santísima Virgen María
Guárdanos en tu Corazón Inmaculado
Y renueva la Fe en nuestro país
Y en el mundo entero.
Amén.

Oh María concebida sin pecado
Rogamos todos los que acudimos a vos.

TRISAGIO A LA SANTISIMA TRINIDAD

Trinidad Santísima eres un solo Dios, puro e indivisible, Padre, Hijo y Espíritu Santo, única razón de ser de todo nuestro amor, adoración y culto. Te adoramos reconociéndote como Padre. Como Hijo  te adoramos por ser nuestro Redentor. Como Espíritu Santo te adoramos  y anhelamos unirnos a Ti principio inagotable de caridad. Deseamos Oh Santísima Trinidad incorporar nuestra voz y nuestros afectos entre los adoradores supremos y de los cánticos misteriosos de los Querubines y Serafines para celebrar el trisagio inmortal con que resuena tu nombre Santo y adorable por toda la extensión del universo. Nos anonadamos a los pies de tu soberana grandeza que llena de majestad y de gloria  los inmensos espacios de los cielos y esfera de la tierra. Nos abismamos en nuestra profunda nada y humillados, vergonzosamente por nuestros pecados y delitos, confundidos y avergonzados, nos dolemos, nos arrepentimos y nos pesa de haber ofendido a tan omnipotente y amabilísima majestad. OH eterno Padre, apiádate de tus creaturas que formaste a tu imagen y semejanza. OH verbo encarnado, sigue perdonando con tu santísima sangre a todos los hombres y mujeres del mundo envilecidos con el pecado. OH Paráclito amoroso infundid en nuestros corazones  el verdadero deseo de la santidad y la contrición para que perdonados podamos dignamente alabar tu unidad e inefable Trinidad gloriosa y así podamos merecer lo que humildemente te pedimos: la firmeza en nuestra fe; la certeza en la esperanza, el ardor en la caridad, la remisión de nuestros pecados, la paz y la tranquilidad de  nuestra patria, la protección de la Iglesia en los combates contra el enemigo, el final de las sectas, de los cismas, del error y la herejía,   la perseverancia de los fieles en la fe, la vuelta de todos los alejados, sectarios y herejes al seno de tu santa Iglesia, el descanso eterno de nuestros hermanos difuntos, tu gracia y bendición. Amen.

HIMNO A LA SANTISIMA TRINIDAD

Ya el sol ardiente se aparta,
Luz perenne en la unidad,
Difúndela en los corazones,
Oh Trinidad inmortal.
En la aurora te alabamos,
A la tarde y entre el día
Y pedimos que en el cielo
Nuestras voces se repitan
Al Padre y también al Hijo

Y a ti Espíritu Divino
Alabanzas os sean dadas
Por los siglos de los siglos. Amen.

Gloria al Padre, Gloria al Hijo y gloria al Espíritu Santo
Como era en el principio ahora y siempre
Por los siglos de los siglos. Amen.

ORACION AL PADRE

Santo y santísimo Padre Eterno, eres camino, meta y centro de toda santidad. Eres Infinitamente e Santo y limpio de todas las impurezas de las creaturas. Eres Santo también en todas tus obras de las cuales no hay una que no sea perfecta. Haced oh principio y fin nuestro que comprendamos bien en nuestro corazón la ceguedad que es el persuadirnos de que bajo un Dios tan Santo y tan Justo se pueda sentir feliz el que vive pecador.

V/ SANTO, SANTO, SANTO, SEÑOR DIOS DEL UNIVERSO, LLENOS ESTAN LOS CIELOS Y LA TIERRA DE LA MAJESTAD DE VUESTRA GLORIA. (TRES VECES)

R/ GLORIA AL PADRE, GLORIA AL HIJO, GLORIA AL ESPÍRITU SANTO.

PADRE NUESTRO Y GLORIA AL PADRE…..



ORACION AL HIJO

Santo y santísimo Hijo de Dios que naciste del entendimiento del Padre entre los resplandores de los santos. Santo y perfecto modelo de toda santidad a la cual deben conformarse todos los santos. Haced oh nuestro Dios que amando tu santidad  con todas las fuerzas de nuestro espíritu suspiremos por la luz de aquel día en el cual necesitando de amarte os amaremos cuanto debemos.


V/ SANTO, SANTO, SANTO, SEÑOR DIOS DEL UNIVERSO, LLENOS ESTAN LOS CIELOS Y LA TIERRA DE LA MAJESTAD DE VUESTRA GLORIA. (TRES VECES)

R/ GLORIA AL PADRE, GLORIA AL HIJO, GLORIA AL ESPÍRITU SANTO.

PADRE NUESTRO Y GLORIA AL PADRE…..
ORACION AL ESPIRITU SANTO

Santo y santísimo Espíritu de amor. Don del altísimo. Centro del amor y de la felicidad del mismo Dios. ¡Qué atractivo es para un ser humano el verse en el abismo de tu bondad y todo lleno de tus inefables consuelos! Tu has sido derramado en nuestros corazones para que nos hagas santos. Tu oh Espíritu Santo eres el torrente de agua viva que salta en nuestros corazones hasta la vida eterna. Ven oh Espíritu Santo y por esta alabanza a tu gloria, derrama sobre nuestra parroquia y nuestras familias tus maravillosos dones para que todos alcancemos la santidad.

V/ SANTO, SANTO, SANTO, SEÑOR DIOS DEL UNIVERSO, LLENOS ESTAN LOS CIELOS Y LA TIERRA DE LA MAJESTAD DE VUESTRA GLORIA. (TRES VECES)

R/ GLORIA AL PADRE, GLORIA AL HIJO, GLORIA AL ESPÍRITU SANTO.

PADRE NUESTRO Y GLORIA AL PADRE…..

ANTIFONA

A ti Dios Padre increado. A ti Hijo unigénito, a ti Espíritu Santo Paráclito, Santa e indivisible Trinidad, de todo corazón te confesamos, alabamos y bendecimos; a ti se de la gloria por los infinitos siglos de los siglos. Amen.

V/ Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
R/ Alabémosle y ensalcémosle por los infinitos siglos de los siglos. Amen.

Señor Dios uno y trino, danos continuamente vuestra gracia y el don de la oración, para que en el tiempo y en la eternidad os amemos y glorifiquemos, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en un solo Dios y Señor por los infinitos siglos de los siglos. Amen.

GOZOS

Dios uno y Trino a quien tanto
Arcángeles y Querubines

Ángeles y Serafines
Dicen Santo, Santo, Santo.

Porque eres un solo Dios
Y Trinidad en personas
Y postrados a tus pies
Rendimos adoración
Y porque vuestra presencia
Inspira gozo para ser santos

Ángeles y serafines….

Porque eres Padre fecundo
Que gozándote ab eterno
Engendraste un hijo tierno
Como el fue el que vino al mundo.
Con respeto el más profundo
Te elevamos nuestro canto.

Ángeles y Serafines…..

Porque eres Verbo divino
Semejante e igual al Padre
Y porque has elegido una Madre
Para encarnase peregrino
Y elevar nuestro destino
De hombres y mujeres santos.

Ángeles y Serafines

Porque eres Llama inmortal
Espíritu puro increado
Únicamente espirado
De amor paterno y filial
Consolador del mortal
Que yace anegado en llanto.

Ángeles y Serafines

Porque vuestra omnipotencia
De todo el mundo admirada
Saca seres de la nada
Y conserva su existencia
De los hombres y mujeres
Y de todos para ser santos.

Ángeles y Serafines

Porque eres suma bondad
Amor personalizado
En dones inagotado
Que perdonas la maldad
Y porque en la eternidad
En vuestro amor gozas tanto

Ángeles y Serafines


Porque eres por excelencia
Santo Dios fuerte inmortal
Libradnos de todo mal
Por esta beneficencia
Por tu divina clemencia
Que calma nuestro quebranto.

Ángeles y Serafines

Dios uno y Trino a quien tanto
Arcángeles y Querubines

Ángeles y Serafines
Dicen Santo, Santo, Santo.

ANTIFONA

Bendita sea la santa e indivisible trinidad que todas las cosas crea y gobierna, ahora y siempre por los infinitos siglos de los siglos. Amen.

V/ Bendigamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
R/ Alabémosle y ensalcémosle por los infinitos siglos de los siglos. Amen.

ORACION

Omnipotente y sempiterno Dios, que te dignaste revelar a tus siervos en la confesión de la verdadera fe, la gloria de tu eterna trinidad, para que adoremos la unidad de augusta majestad, te rogamos Señor, que por la firmeza de esta misma fe, nos veamos siempre libres de todas las adversidades y peligros, por Cristo Nuestro Señor. Amen.

ORACION PARA IMPLORAR LA MISERICORDIA DIVINA.

Señor Dios rey omnipotente. En vuestras manos están puestas todas las cosas. Si quieres salvar a tu pueblo nadie puede resistir a tu voluntad. Tu hiciste el cielo y la tierra y todo cuanto en ella se contiene. Eres el dueño de todas las cosas, quien podrá resistir a tu Majestad infinita?: por tanto Señor Dios de Abraham tened misericordia de nuestro pueblo porque nuestros enemigos quieren perdernos y exterminar nuestra herencia. Así Señor no desprecies esta parte que redimisteis con el precio de tu sangre. Oíd señor nuestra oraciones, sed favorable a nuestra suerte, levantad el azote de vuestro justo enojo y haced que nuestro llanto se convierta en alegría para alabemos vuestro santo nombre y continuemos alabándolo eternamente en el cielo. Amen.

CARTA APOSTÓLICA
"MOTU PROPRIO DATA "

PORTA FIDEI

DEL SUMO PONTÍFICE
BENEDICTO XVI

PARA LA convocación del Año de la Fe
1. La "puerta de la fe" ( Hechos 14:27) está siempre abierta para nosotros, inaugurando nosotros a la vida de comunión con Dios y la entrada ofrenda en su iglesia. Es posible cruzar ese umbral cuando la Palabra de Dios es proclamada, y el corazón se deja de ser moldeada por la gracia transformadora. Para entrar por esa puerta es establecer en un viaje que dura toda la vida. Se inicia con el bautismo (cf. Rom 6:4), a través del cual podemos dirigirnos a Dios como Padre, y termina con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús, cuya voluntad era, por el don del Espíritu Santo, para sacar a los que creen en él en su gloria (cf. Jn 17:22). Profesar la fe en la Trinidad - Padre, Hijo y Espíritu Santo - es creer en un Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4:8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación, Jesús Cristo, que en el misterio de su muerte y resurrección, redimió al mundo, el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos, mientras esperamos el regreso glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he hablado de la necesidad de redescubrir el camino de la fe con el fin de arrojar luz cada vez más clara en la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. Durante la homilía de la Misa que marca el inicio de mi pontificado he dicho: "La Iglesia en su conjunto y todos sus pastores, como Cristo, que se dispuso a llevar a las personas fuera del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y vida en abundancia ".[1] A menudo sucede que los cristianos están más preocupados por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, sin dejar de pensar en la fe como una presuposición evidente para la vida en sociedad. En realidad, no sólo este supuesto ya no puede darse por sentado, pero a menudo se les niega abiertamente.[2] Mientras que en el pasado era posible reconocer una matriz unitaria cultural, ampliamente aceptado en su llamamiento a los contenidos de la fe y de los valores inspirados por ella, hoy en día esto ya no parece ser el caso en amplios sectores de la sociedad, debido a una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos aceptar que la sal pierde su sabor debe o la luz se mantendrá oculta (cf. Mt 5:13-16). La gente de hoy en día todavía se puede experimentar la necesidad de ir a la fuente, como la samaritana, a fin de escuchar a Jesús, que nos invita a creer en él y aprovechar la fuente de agua viva que brota dentro de él (cf. Jn 4:14). Debemos redescubrir el gusto por alimentarnos de la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia, y en el pan de la vida, ofrecido como sustento para sus discípulos (cf. Jn 6:51). En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía en nuestros días con la misma fuerza: "Trabajad, no por la comida que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna" ( Jn 6:27). La pregunta planteada por los oyentes es la misma que nos hacemos hoy: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?" ( Jn 6:28). Sabemos la respuesta de Jesús: "Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado" ( Jn 6:29). Creer en Jesucristo es, pues, el camino para llegar definitivamente a la salvación.
4. A la luz de todo esto, he decidido anunciar un Año de la fe. Comenzará el 11 de octubre de 2012, el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. La fecha de inicio del 11 de octubre de 2012 también se cumple el vigésimo aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica , un texto promulgado por mi Predecesor, el Beato Juan Pablo II,[3] con el fin de ilustrar a todos los fieles la fuerza y ​​belleza de la fe. Este documento, una fruta auténtica del Concilio Vaticano II, fue solicitada por el Sínodo Extraordinario de los Obispos de 1985 como un instrumento al servicio de la catequesis[4] y fue producido en colaboración con todos los obispos de la Iglesia Católica. Por otra parte, el tema de la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, que he convocado para octubre de 2012 es "La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana". Esta será una buena oportunidad para anunciar a toda la Iglesia en un momento de reflexión particular y el redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia ha sido llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI anunció una en 1967, para conmemorar el martirio de los santos Pedro y Pablo en el 19 º centenario de su supremo acto de testimonio. Pensaba en él como un momento solemne para toda la Iglesia a hacer "una auténtica y sincera profesión de la misma fe" y, además, quería que esto se confirma en una forma que era "individual y colectiva, libre y consciente, hacia el interior y humilde hacia el exterior, y franca ".[5] Él pensaba que de esta manera toda la Iglesia podría reapropiarse "conocimiento exacto de la fe, a fin de que se reactive, purificarla, confirmar, y confieso".[6] Los grandes levantamientos de ese año hizo aún más evidente la necesidad de una celebración de este tipo. Concluyó con el Credo del Pueblo de Dios ,[7], destinada a mostrar hasta qué punto el contenido esencial que durante siglos ha formado el patrimonio de todos los creyentes deben ser confirmadas, comprendido y explorado siempre de nuevo, con el fin de dar testimonio coherente en circunstancias históricas muy diferentes a las del pasado.
5. En algunos aspectos, mi venerado predecesor vio este año como "consecuencia y una necesidad de la época postconciliar",[8] plenamente consciente de las graves dificultades de la época, sobre todo en lo que respecta a la profesión de la verdadera fe y su correcta interpretación. Me pareció que el momento del lanzamiento del Año de la fe coincidiendo con el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano sería una buena oportunidad para ayudar a la gente a entender que los textos legados por los Padres conciliares, según las palabras de la Beata Juan Pablo II, " no han perdido nada de su valor ni su esplendor . Deben leerse correctamente, a ser ampliamente conocido y tomado en serio como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia ... Me siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la Iglesia en el siglo XX: allí encontramos una brújula segura para orientarnos en el siglo que comienza ".[9] También me gustaría hacer hincapié fuertemente lo que tuve ocasión de decir sobre el Consejo de unos pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: "si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más poderoso para la renovación siempre necesaria de la Iglesia ".[10]
6. La renovación de la Iglesia también se logra a través del testimonio ofrecido por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristianos están llamados a irradiar la palabra de verdad que el Señor Jesús nos ha dejado. El mismo Concilio, en la Constitución dogmática Lumen gentium , dijo esto: en que "Cristo," santo, inocente, inmaculado "( Heb sabía 7:26) nada del pecado (cf. 2 Cor 5:21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo (cf. Heb 2:17) ... la Iglesia ... juntando los pecadores en su seno, a la vez santa y siempre necesitada de purificación, busca sin cesar la conversión y la renovación. La Iglesia, "como un extraño en una tierra extraña, prosigue su peregrinación entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz y la muerte del Señor hasta que venga (cf. 1 Cor 11:26). Pero por el poder del Señor resucitado se le da fuerza para superar, en la paciencia y en el amor, su dolor y sus dificultades, tanto las que son de dentro y los que son de fuera, de modo que pueda revelar en el mundo, fielmente , aunque con las sombras, el misterio de su Señor, hasta que, al final, se manifiesta a plena luz. "[11]
El Año de la fe, desde este punto de vista, es una llamada a una conversión auténtica y renovada al Señor, único Salvador del mundo. En el misterio de su muerte y resurrección, Dios ha revelado en su plenitud el Amor que salva y nos llama a la conversión de vida a través del perdón de los pecados (cf. Hechos 5:31). Para San Pablo, este amor nos introduce en una nueva vida: "Porque somos sepultados ... con él por el bautismo en la muerte, para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva "( Romanos 6:4). Por la fe, esta vida nueva forma a la totalidad de la existencia humana de acuerdo a la realidad radical nueva de la resurrección. En la medida en que coopera libremente los pensamientos del hombre y de los afectos, la mentalidad y la conducta poco a poco purificado y transformado, en un viaje que nunca se acaba totalmente en esta vida. "La fe actúa por la caridad" ( Gal 5:6) se convierte en un nuevo criterio de comprensión y de acción que cambia toda la vida del hombre (cf. Rom 12:2; Col 3:9-10; Efesios 4:20-29; 2 Cor 5:17).
7. " Caritas Christi urget nos " ( 2 Co 5:14): es el amor de Cristo que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía a través de los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28:19). A través de su amor, Jesucristo atrae hacia sí la gente de cada generación: en todo tiempo se convoca a la Iglesia, confiando a ella con la proclamación del Evangelio por un mandato que es siempre nuevo. También hoy existe la necesidad de un mayor compromiso eclesial a la nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe. Al redescubrir su amor día a día, el compromiso misionero de los creyentes alcanza la fuerza y el vigor que nunca puede desaparecer. La fe crece cuando se vive como experiencia de amor recibido y cuando se comunica como experiencia de gracia y alegría. Nos hace fructífera, ya que amplía nuestros corazones en la esperanza y nos permite soportar la vida que da testimonio: de hecho, abre los corazones y las mentes de los que escuchan a responder a la invitación del Señor a cumplir con su palabra y ser sus discípulos. Los creyentes, por lo que San Agustín nos dice, "se fortalecen por creer".[12] El santo obispo de Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabemos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su corazón iba a encontrar descanso en Dios.[13] Sus extensos escritos, en el que explica la importancia de creer y la verdad de la fe, siguen aún ahora para formar un patrimonio de incomparable riqueza, y todavía ayudar a muchas personas en busca de Dios para encontrar el camino correcto hacia la "La puerta de la fe".
Sólo a través de creer, entonces, la fe crezca y se fortalezca, y no hay otra posibilidad para poseer la certeza con respecto a la propia vida aparte de olvido de sí mismo, en un crescendo continuo, en las manos de un amor que parece crecer constantemente, ya que tiene su origen en Dios.
8. En esta feliz ocasión, quiero invitar a mis hermanos obispos de todo el mundo a unirse al Sucesor de Pedro, durante este tiempo de gracia espiritual que el Señor nos ofrece, al recordar el precioso don de la fe. Queremos celebrar este Año de manera digna y fecunda. La reflexión sobre la fe tendrá que ser intensificado, con el fin de ayudar a todos los creyentes en Cristo a adquirir una adhesión más consciente y vigorosa al Evangelio, especialmente en un momento de profundos cambios que la humanidad está experimentando actualmente. Tendremos la oportunidad de profesar nuestra fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales y en las iglesias de todo el mundo, en nuestros hogares y entre nuestras familias, para que todo el mundo puede sentir una fuerte necesidad de conocer mejor y transmitir a las generaciones futuras la fe de todos los tiempos. Las comunidades religiosas, así como a las comunidades parroquiales y todos los organismos eclesiales antiguas y nuevas, deben encontrar una manera, durante este año, para hacer una profesión pública de los Credo .
9. Queremos que este Año de despertar en cada creyente la aspiración a profesar la fe en plenitud y con renovada convicción, con confianza y esperanza. También será una buena oportunidad para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, sobre todo en la Eucaristía, que es «la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia; ... y también la fuente de donde mana toda su fuerza ".[14] Al mismo tiempo, hacemos nuestra la oración que los creyentes testimonio de vida puede crecer en credibilidad. Para redescubrir el contenido de la fe que se profesa, celebrada, vivida y oró,[15] y para reflexionar sobre el acto de fe, es una tarea que cada creyente debe hacer su propio, sobre todo en el transcurso de este año.
No sin razón, los cristianos de los primeros siglos estaban obligados a aprender el credo de la memoria. Esto les sirvió como una oración diaria para no olvidar el compromiso que habían asumido en el bautismo. Con palabras ricas en significado, San Agustín habla de esto en una homilía sobre la redditio simbólicamente , la entrega del Credo: "el símbolo del misterio sagrado que ha recibido todos juntos y que hoy en día se han recitado uno a uno, se las palabras en que se firme la fe de la Madre Iglesia construida sobre el fundamento estable, que es Cristo el Señor. Ustedes lo han recibido y lo recitaba, pero en sus mentes y corazones debe mantenerlo siempre presente, debe repetir en sus camas, recuerdo que en las plazas públicas y no olvidar durante las comidas: aun cuando su cuerpo está dormido, debe velar por ella con el corazón. "[16]
10. En este punto me gustaría esbozar un camino destinado a ayudar a entender más profundamente no sólo el contenido de la fe, sino también el acto por el cual elegimos a confiar completamente a Dios, con toda libertad. De hecho, existe una unidad profunda entre el acto por el que creemos y el contenido a la que damos nuestro asentimiento. San Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escribe: "El hombre cree con su corazón y así se justifica, y se confiesa con sus labios y así se salvará" ( Rom 10:10). El corazón indica que el primer acto por el cual se llega a la fe es un don de Dios y la acción de la gracia que actúa y transforma a la persona más profundo.
El ejemplo de Lidia es muy elocuente a este respecto. San Lucas narra que, mientras se encontraba en Filipos, Pablo fue el sábado a anunciar el Evangelio a algunas mujeres, entre ellas era Lydia y "el Señor abrió su corazón para que recibiera lo que Pablo decía" ( Hechos 16:14 ). Hay un significado importante contenida dentro de esta expresión. San Lucas enseña que el conocimiento de los contenidos que se cree que no es suficiente a menos que el corazón, el espacio sagrado auténtico en la persona, que se abre por la gracia que permite a los ojos para ver por debajo de la superficie y entender que lo que se ha proclamado, es la palabra de Dios.
Confesar con la boca indica a su vez que la fe implica testimonio público y el compromiso. Un cristiano no puede pensar de la creencia como un acto privado. La fe es la elección de estar con el Señor para vivir con él. Este "estar con él", apunta hacia una comprensión de las razones para creer. La fe, precisamente porque es un acto libre, exige también la responsabilidad social de lo que uno cree. La Iglesia el día de Pentecostés demuestra con absoluta claridad esta dimensión pública del creer y proclamar la propia fe sin temor a toda persona. Es el don del Espíritu Santo que nos hace aptos para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
La profesión de fe es un acto personal y comunitaria. Es la Iglesia que es el tema principal de la fe. En la fe de la comunidad cristiana, cada persona recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo de los creyentes con el fin de obtener la salvación. Como leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica : "'Yo creo' es la fe de la Iglesia profesada personalmente por cada creyente, principalmente en el bautismo. "Creemos" es la fe de la Iglesia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por la asamblea litúrgica de los creyentes. 'Yo creo' es también la Iglesia, nuestra Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir tanto "yo creo" y "creemos".[17]
Evidentemente, el conocimiento del contenido de la fe es esencial para dar la propia asentimiento , es decir, para adherirse plenamente con la inteligencia y la voluntad a lo que la Iglesia propone. El conocimiento de la fe abre una puerta a la plenitud del misterio salvífico revelado por Dios. La prestación del consentimiento implica que, cuando creemos, aceptan libremente todo el misterio de la fe, porque el garante de su verdad es Dios que se revela y nos permite conocer su misterio de amor.[18]
Por otro lado, no debemos olvidar que en nuestro contexto cultural, muchas personas, sin pretender tener el don de la fe, son, sin embargo sinceramente buscar el sentido último y definitivo de la verdad de sus vidas y del mundo. Esta búsqueda es un auténtico "preámbulo" a la fe, porque dirige la gente en el camino que conduce al misterio de Dios. La razón humana, de hecho, lleva en sí una exigencia de "lo que es siempre válida y duradera".[19] Esta demanda constituye una citación permanentes, indeleblemente escrito en el corazón humano, que se dispusieron a encontrar a Aquél a quien no estaría buscando si no hubiera ya establecido a nuestro encuentro.[20] Para este encuentro, la fe nos invita y nos abre a la plenitud.
11. Con el fin de llegar a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, todos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica en una herramienta valiosa e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II . En la Constitución Apostólica Fidei Depositum , firmado, no por casualidad, en el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el beato Juan Pablo II escribió: "este catecismo hará una contribución muy importante a la obra de renovación de toda la vida de la Iglesia ... Declaro que sea un instrumento válido y legítimo para la comunión eclesial, y una regla segura para la enseñanza de la fe. "[21]
Es en este sentido que de que el Año de la Fe tendrá que ver a un esfuerzo concertado para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe que recibe su síntesis sistemática y orgánica en el Catecismo de la Iglesia Católica . Aquí, de hecho, vemos la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, salvaguardados y propone en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los Padres de la Iglesia, de los maestros de teología de los santos a través de los siglos, el Catecismo ofrece un registro permanente de las muchas formas en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina a fin de ofrecer certidumbre a creyentes en su vida de fe.
En su misma estructura, el Catecismo de la Iglesia Católica sigue el desarrollo de la fe hasta los grandes temas de la vida diaria. Página tras página, nos encontramos con que lo que se presenta aquí no es una teoría, sino un encuentro con una Persona que vive en la Iglesia. La profesión de fe es seguida por un relato de la vida sacramental, en la que Cristo está presente, operativa y continúa construyendo su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe carecería de eficacia, ya que carecería de la gracia que sostiene el testimonio cristiano. Por el mismo criterio, la enseñanza del Catecismo sobre la vida moral adquiere su pleno sentido si se pone en relación con la fe, la liturgia y la oración.
12. En este año, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica servirá como una herramienta de apoyo real para la fe, sobre todo para los interesados ​​en la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la Fe, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, la elaboración de una Nota , proporcionando a los creyentes de la Iglesia y el individuo con algunas pautas sobre cómo vivir este Año de la Fe de las maneras más efectivas y pertinentes, al servicio de la fe y la evangelización.
En mayor medida que en el pasado, la fe está siendo sometido a una serie de cuestiones que surgen a partir de una mentalidad y que, sobre todo hoy, limita el campo de certezas racionales a la de los descubrimientos científicos y tecnológicos. Sin embargo, la Iglesia nunca ha tenido miedo de demostrar que no puede haber ningún conflicto entre la fe y la ciencia genuina, porque ambas, aunque por vías diferentes, tienden a la verdad.[22]
13. Una cosa que será de importancia decisiva en este Año se describe la historia de nuestra fe, marcada como está por el misterio insondable de la imbricación de la santidad y el pecado. Mientras que el primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y mujeres que han hecho al crecimiento y desarrollo de la comunidad a través del testimonio de su vida, este último debe provocar en cada persona un trabajo sincero y permanente de conversión a fin de experimentar la misericordia del Padre que se extendió a todo el mundo.
Durante este tiempo, tendremos que mantener la mirada fija en Jesucristo, el "autor y consumador de nuestra fe" ( Hebreos 12:2): en él, toda la angustia y todo el anhelo del corazón humano encuentra su cumplimiento. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor, el poder del perdón en la cara de una ofensa recibida y la victoria de la vida sobre el vacío de la muerte: todo esto se cumpla en el misterio de su encarnación, en su convertirse en el hombre, en su participación en nuestra debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En aquel que murió y resucitó por nuestra salvación, los ejemplos de fe que han marcado estos dos mil años de nuestra historia de la salvación se ponen en la plenitud de la luz.
Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creído el mensaje de que ella iba a ser la Madre de Dios en la obediencia de su devoción (cf. Lc 1:38). Viajar a Elizabeth, ella levantó su himno de alabanza al Altísimo por las maravillas que trabajaban en los que confían en él (cf. Lc 1:46-55). Con alegría y temor que ella dio a luz a su único hijo, manteniendo intacta su virginidad (cf. Lc 2:6-7). Confiando en José, su esposo, llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes (cf. Mt 2:13-15). Con la misma fe, siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el final al Gólgota (cf. Jn 19:25-27). Por la fe, María probado los frutos de la resurrección de Jesús, y atesorar cada recuerdo en su corazón (cf. Lc 2:19, 51), que las transmitió a los Doce reunidos con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo ( . cf Hch 1:14; 2:1-4).
Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para seguir a su Maestro (cf. Mc 10:28). Ellos creían las palabras con las que proclamó el Reino de Dios presente y se realiza en su persona (cf. Lc 11:20). Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñanzas, dejándoles una nueva regla de vida, por la que se reconoce como sus discípulos después de su muerte (cf. Jn 13:34-35). Por la fe, salieron a todo el mundo, siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura (cf. Mc 16:15) y que proclamó sin temor a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testigos fieles.
Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, en la oración, en la celebración de la Eucaristía, la celebración de sus posesiones en común con el fin de satisfacer las necesidades de los hermanos (cf. Hechos 2:42-47 ).
Por la fe, los mártires dieron su vida, dando testimonio de la verdad del Evangelio, que los había transformado y los hizo capaces de alcanzar el mayor regalo de amor: el perdón de sus perseguidores.
Por la fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo atrás para vivir la obediencia, pobreza y castidad con la sencillez del Evangelio, los signos concretos de la espera del Señor que viene sin demora. Por la fe, muchos cristianos han promovido la acción de la justicia a fin de poner en práctica la palabra del Señor, que vino a proclamar la liberación de la opresión y de un año de gracia para todos (cf. Lc 4:18-19).
Por la fe, a través de los siglos, los hombres y mujeres de todas las edades, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7:9, 13:8), han confesado la belleza del seguimiento del Señor Jesús allí donde se les llamaba a dar testimonio del hecho de que eran cristianos: en la familia, en el trabajo, en la vida pública, en el ejercicio de los carismas y de los ministerios a los que fueron llamados.
Por la fe, también nosotros vivimos: por el reconocimiento de la vida del Señor Jesús, presente en nuestras vidas y en nuestra historia.
14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. Como San Pablo nos recuerda: "Así que la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor" ( 1 Cor 13:13). Con palabras aún más fuertes - que siempre han dado los cristianos en la obligación - Saint James dijo: "¿De qué sirve, hermanos míos, si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Puede su fe salvarle? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos ", pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está muerta. Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe "( Stg 2:14-18).
La fe sin la caridad no da fruto, mientras que la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. Fe y caridad requieren cada uno del otro, de tal manera que cada uno permite que la otra para establecer a lo largo de su trayectoria respectiva. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a los que se sienten solos, marginados o excluidos, así como a aquellos que son los primeros con una demanda en la atención y el más importante para nosotros apoyar, porque es en ellos que el reflejo de rostro de Cristo se ve. A través de la fe, podemos reconocer el rostro del Señor resucitado en los que piden nuestro amor. "En cuanto lo hicisteis a uno de los más pequeños de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis" ( Mt 25:40). Estas palabras son una advertencia de que no deben ser olvidados y una invitación perenne a devolver el amor con el que nos cuida. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo y es su amor que nos impulsa a ayudarlo cada vez que se convierte en nuestro vecino a lo largo del camino de la vida. Con el apoyo de la fe, vamos a mirar con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, a la espera de "cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia" ( 2 Pedro 3:13;. cf Ap 21:1).
15. Habiendo llegado al final de su vida, San Pablo le pide a su discípulo Timoteo que "apuntan a la fe" ( 2 Timoteo 2:22) con la misma constancia que cuando era niño (cf. 2 Tim 3:15). Escuchamos esta invitación dirigida a cada uno de nosotros, para que ninguno de nosotros crecer perezoso en la fe. Es el compañero de toda la vida que hace posible percibir, siempre de nuevo, las maravillas que Dios hace por nosotros. Con la intención de reunir a los signos de los tiempos en el presente de la historia, la fe compromete a cada uno de nosotros para llegar a ser un signo vivo de la presencia del Señor resucitado en el mundo. Lo que el mundo está en la necesidad especial de hoy es el testimonio creíble de los iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, y es capaz de abrir los corazones y las mentes de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, la vida sin fin .
"Que la palabra del Señor corra rápidamente y sea glorificada" ( 2 Tes 3:1): que este Año de la fe que nuestra relación con Cristo, el Señor, cada vez más firme, ya que sólo en él hay la certeza para mirar hacia el futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. Las palabras de San Pedro arrojar un rayo de luz definitiva sobre la fe: "En esto os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo es posible que tenga que sufrir diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. Sin haber visto que lo quieres, aunque no lo ven ahora, creyendo en él os alegráis con gozo inefable y glorioso. Como resultado de su fe a obtener la salvación de vuestras almas "( 1 Pedro 1:6-9). La vida de los cristianos conoce la experiencia de alegría, así como la experiencia del sufrimiento. ¿Cuántos de los santos han vivido en soledad! ¿Cuántos creyentes, incluso en nuestros días, han sido probados por el silencio de Dios cuando preferirían oír su voz consoladora! Las pruebas de la vida, al tiempo que ayuda a comprender el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo (cf. Col 1:24), son el preludio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil , entonces soy fuerte "( 2 Cor 12:10). Creemos con certeza firme de que el Señor Jesús ha vencido el mal y la muerte. Con esta confianza que nos encomendamos a él: él, presente entre nosotros, vence el poder del maligno (cf. Lc 11:20), y la Iglesia, la comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la reconciliación definitiva con el Padre.
Encomendemos este tiempo de gracia a la Madre de Dios, proclamada «feliz porque ha creído» ( Lc 1:45).

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo de mi Pontificado.
Benedictus PP. XVI


[1] Homilía para el comienzo del Ministerio Petrino del Obispo de Roma (24 de abril de 2005): AAS 97 (2005), 710.
[2] Cf.. Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa en Lisboa "Terreiro do Paço" (11 de mayo de 2010): Insegnamenti VI: 1 (2010), 673.
[3] Cf.. Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei Depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 113-118.
[4] Cf.. Informe Final del Segundo Sínodo Extraordinario de los Obispos (7 diciembre 1985), II, B, a, 4 en Enchiridion Vat. , ix, n. 1797.
[5] Pablo VI, Exhortación Apostólica Petrum et Apostolos Paulum en el centenario XIX del martirio de los santos Pedro y Pablo (22 febrero 1967): AAS 59 (1967), 196.
[6] Ibid ., 198.
[7] Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, cf. Homilía en la Misa con motivo del centenario XIX del martirio de los santos Pedro y Pablo en la celebración del "Año de la Fe" (30 de junio 1968): AAS 60 (1968 ), 433-445.
[8] Pablo VI, Audiencia general (14 de junio de 1967): Insegnamenti V (1967), 801.
[9] Juan Pablo II, Carta apostólica Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 57: AAS 93 (2001), 308.
[10] Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005): AAS 98 (2006), 52.
[11] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium , 8.
[12] De Utilitate Credendi , I: 2.
[13] Cf.. San Agustín, Confesiones , I: 1.
[14] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium , 10.
[15] Cf.. Juan Pablo II , Constitución Apostólica Fidei Depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 116.
[16] Sermo 215:1.
[17] Catecismo de la Iglesia Católica , 167.
[18] Cf.. Primer Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la fe católica Dei Filius , cap. III: DS 3008-3009: Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum , 5.
[19] Benedicto XVI, Discurso en el Collège des Bernardins de París (12 septiembre 2008): AAS 100 (2008), 722.
[20] Cf.. San Agustín, Confesiones , XIII: 1.
[21] Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei Depositum (11 octubre 1992): AAS 86 (1994), 115 y 117.
[22] Cf.. Juan Pablo II, Carta Encíclica Fides et Ratio (14 de septiembre de 1998), 34, 106: AAS 91 (1999), 31-32, 86-87.