HOMILIA
II DOMINGO DE PASCUA – 7 DE ABRIL DE 2013
Queridos Hermanos y
hermanas:
Hace ya 13 años el Beato Juan Pablo II
instituyó la fiesta de la misericordia el segundo Domingo de Pascua con motivo
de la canonización de santa Faustina Kovalska la propagadora de la misericordia.
Pero, ¿qué es la misericordia? La palabra
misericordia quiere decir: amor del corazón de Dios. Y ese amor del corazón de
Dios se ha manifestado en Jesucristo Nuestro Señor con su costado abierto del cual brotan la sangre y el agua como torrentes de misericordia. La
sangre que lava con misericordia el
pecado del mundo y el agua que con misericordia lava continuamente al pecador
para que se inserte en el cuerpo santísimo de Xto.
Misericordia ejercida por Pedro quien con su sombra
al pasar curaba a los enfermos y a quienes estaban poseídos por espíritus
inmundos.
Misericordia aprendida de Jesús el Maestro
divino que pasaba haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo.
Misericordia cantada en el salmo 117 dando gracias
a Dios porque es bueno por ser eterna su misericordia.
Misericordia que canta el psalmista cuando
nos hace ver que toda la historia de la salvación desde Abraham y pasando por
los profetas hasta Jesucristo, es obra de la divina misericordia de Dios que ha
mirado a su pueblo con amor.
Misericordia que ejerce Jesús con los más
pobres y necesitados, cuando los sana y les perdona sus pecados y cuando frente
a los fariseos que le criticaban les pide que vayan y aprendan lo que significa
misericordia y no sacrificios, porque él “ha venido a llamar y sanar a los
pecadores y no a los justos”.
Misericordia que se aprende del amor que se
ejerce con los hermanos: tuve hambre, me dieron de comer; tuve sed, y me dieron
de beber; fui forastero, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me
visitaron; preso, y me vinieron a ver”.
Dios no quiere la muerte del pecador sino que
se convierta y viva y para eso ha venido a salvarnos y redimirnos. Pero es
triste reconocer, que hoy en día se prefiere dar muerte espiritual al pecador,
en lugar de darle vida. ¿Cuántas veces has acusado o señalado al pecador como
si nunca hubieses cometido el pecado?
Es fácil señalar, juzgar y acusar, más cuando
al compararlo se ve que se le saca una leve ventaja en cuanto a lo espiritual. ¿Cuántas
de estas personas acusadoras y jueces también mantienen una vida de pecado
oculto?, la diferencia es que el acusado cometió un pecado que se hizo publico.
El texto del evangelio que acabamos de
escuchar nos narra dos experiencias del resucitado vividas por los discípulos,
una sin el apóstol Tomás y otra cuando éste se incorporó al grupo. Estas dos
apariciones están separadas por una semana:
En las dos escenas se dice que las puertas de
la casa estaban cerradas. Era la reacción natural de unas personas que habían
perdido a su líder y maestro, y que estaban atemorizadas porque no sabían qué
les esperaba.
Ahora bien, más allá de esta reacción, hay un
mensaje muy significativo: es Jesús que sale al encuentro de sus discípulos,
quienes estaban bloqueados por el miedo; el Señor es quien toma la iniciativa;
así ha sido a lo largo de toda la historia de la salvación; el Señor es quien
invita; la fe es un don de Dios; depende de nuestra libertad decir SÍ o decir
NO. En estas celebraciones pascuales, pidámosle al Señor la gracia de abrirnos
a su invitación, superando nuestros temores e inseguridades.
En las dos apariciones – sin el apóstol Tomás
y con él -, el Señor les dice: “La paz esté con ustedes”. No interpretemos
estas palabras como un saludo de cortesía para tranquilizar a los discípulos en
medio de la zozobra que los agitaba; la paz que les anuncia el Resucitado es su
regalo; es el anuncio de que seguirá con ellos hasta el fin de los tiempos; la
paz que comunica Jesús se fundamenta en la certeza de la resurrección, que
llena de luz y coherencia lo que hasta entonces parecía una pesadilla.
Es muy interesante el diálogo del
Resucitado con Tomás, el escéptico: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae
aquí tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando”.
Oremos para que el Señor nos mire con
misericordia y nos ayude a practicarla con nuestros hermanos más pobres y
necesitados.
Que nos haga misericordiosos antes que
piadosos
Que nos permita beber de ese torrente de
gracia y de misericordia que salen de su corazón abierto por nosotros. Amen.