miércoles, 12 de noviembre de 2014

SINTESIS DE MARIOLOGIA

SINTESIS DE MARIOLOGÍA
PEDRO ANDRÉS DAZA CORREA
SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ
SAN JOSÉ DE CÚCUTA
2014


INTRODUCCIÓN
La Mariología, como ciencia, es de reciente creación. Las verdades que habían sido transmitidas por la revelación y explicadas por los Padres, vinieron después a convertirse en un tratado teológico por obra de los teólogos medievales, principalmente por S. Bernardo, S. Alberto Magno, Santo Tomás y Escoto. El núcleo primitivo de un especial tratado teológico "de la Bienaventurada Virgen" se encuentra en la Summa Theologica 3 q.27 y siguientes.
En los primeros siglos del Cristianismo:
·        La Iglesia naciente se reúne en torno a Ella en el Cenáculo de Jerusalén (Hch: 1,14).
·        Los primeros símbolos la mencionan como la Madre de Jesús por obra del Espíritu Santo. Se cita por su especial intervención en el misterio de la Encarnación y, en relación con este misterio, por su papel único en la obra de la Redención.
Como expresión y fundamento del modo en que Dios quería salvar a la humanidad, la venida del salvador a este mundo tuvo lugar por el mismo camino que discurre la venida de todo  hombre: siendo engendrado por una mujer de la que recibe no sólo la carne y la sangre, sino también la pertenencia al género humano y a un pueblo determinado.
La participación de la «mujer» en el misterio de la encarnación es algo positivamente querido por Dios hasta tal punto que no se puede captar el misterio de Cristo, si no se acepta también que la manera en que entró a formar parte del género humano fue encarnándose «por obra del Espíritu Santo» de Santa María Virgen.
Esta vinculación de María con todo el misterio de Cristo es lo que condujo a la Iglesia a profundizar el papel de la Virgen en la obra redentora de su Hijo, tanto que dentro de la constitución dogmática Lumen Gentium que es sobre la Iglesia dedicó el capítulo VIII a la Madre del Redentor, como signo de que la bienaventurada Virgen María entra dentro de la reflexión de toda la historia de la salvación y no como un tema ajeno a ella.   

LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

1.     LA VIRGEN MARÍA EN EL MAGISTERIO CONTEMPORÁNEO

1.1  Lumen Gentium
En una estudiada y apretada síntesis la Constitución Sacrosanctum Concilium afirma en el número 103: en la celebración de este ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más esplendido de la redención y la contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y espera ver.
Estas  palabras expresan la comprensión que la Iglesia tiene de María, de su persona y de función en el plano de la historia de salvación. Ha costado muchos esfuerzos y muchos intentos diversos el llagar a esta situación. Gracias precisamente al Concilio, tanto a los movimientos teológicos que lo precedieron y prepararon como a la investigación teológica posterior y a otros grandes documentos del Magisterio contemporáneo (Marialis Cultus y Redemptoris Mater principalmente) la mariología salió de un largo período de crisis. No sucedió sin convulsiones. Fue preciso, en primer lugar, remontar el proceso de “secularización” interna del cristianismo, que tendía insensiblemente a reducir la importancia de lo sobrenatural, de la acción de la gracia, y, por tanto, también del papel de los santos en la vida de la Iglesia.
El contenido de la mariología preconciliar: La mariología[1] aparece fundamentalmente como una prolongación de la Cristología, en la que se atiende sobre todo a la grandeza  y dignidad de María, centrándose en los privilegios personales y en la glorificación de su personalidad (llegándose incluso, en algunos casos, a firmar cosas exageradas o poco matizadas: la ausencia del débito del pecado original, la visión beatifica…)
El método: era fundamentalmente deductivo y abstracto, y con escasa referencia sistemática a la Sagrada Escritura, suya única función (casi) era dar consistencia a tesis previamente admitidas, mediante el uso aislado de los diversos textos. Los principios básicos de esta mariología eran:
1.     Singularidad trascendente: En virtud de este principio, María es constituida en un orden aparte, con privilegios que no competen a las demás criaturas.
2.     Analogía con Cristo: En base a esta semejanza, se tiende a admitir en ella proporcionalmente –pero en el más alto grado posible- las prerrogativas de Cristo: inmortalidad, ciencia infusa, ciencia de visión)
3.     Eminencia: Se atribuyen a María en grado eminente las gracias concedidas a los demás santos.
4.     Conveniencia: Este principio exige para María las perfecciones requeridas por su dignidad de Madre de Dios. El dogma de la maternidad divina era precisamente el punto de partida de toda la reflexión
5.     Por último, sólo la Escritura, son la Tradición, es fuente de revelación: cualquier desarrollo teológico que no tenga un apoyo claro en la Escritura se considera ilegítimo.
La mariología es justamente la afirmación de la existencia de una persona en quien concreta en quien esos  principios no se han realizado porque María ha colaborado con Dios, desde su propia libertad, en la salvación de los hombres, uniéndose íntimamente a su Hijo y a su pasión, de modo que, sin negar la única y exclusiva mediación de Cristo, se convierte de algún modo en mediadora con Cristo (en grado subordinado) y en Cristo. Además, es precisamente la mariología unas de las disciplinas teológicas en las que más se acusa la influencia de la  historia misma de la Iglesia (algunos dogmas marianos no están contenidos –al menos explícitamente- en la Escritura).

Giro conciliar 
El punto de partida del capítulo VIII de la Lumen Gentium es histórico-salvífico. Con ello se evita la impresión de la Virgen María como una pieza suelta en todo el desarrollo teológico. Se acentúa más bien la presencia y función de la Virgen en la  historia de la salvación:
1.     En la antigua Alianza es prefigurada como madre del Mesías, como la excelsa hija de Sión y como unas de los pobres de Yahvé.
2.     En la plenitud de los tiempos aparece como la madre de Jesús, consagrada a El y por su obediencia, concausa de salvación.
3.     En el tiempo de la Iglesia, destaca su función maternal al servicio de la mediación de Cristo. El culto de María conduce en la vida de la Iglesia al culto del misterio trinitario, y, por otra parte, María es imagen y principio de la  Iglesia.

1.2  Análisis del capítulo VIII de la Lumen Gentium
Ideas claves del Cap. VII de la Lumen Gentium
Si los Padres Conciliares decidieron incluir la Mariología en el documento sobre la Iglesia fue gracias a lo que podríamos llamar “redescubrimiento” d la gran Tradición antigua y medieval, a la “relectura” de los Padres de la Iglesia y al “retorno” a las  fuentes bíblicas, propiciado por la conjunción de los movimientos como el patrístico, el  bíblico y el litúrgico entre otros, que, en el terreno  de la mariología, estudiaran y pensaran la figura de María en el contexto de la historia de la  salvación. Esta es la  gran novedad del documento conciliar. El concilio no  aportó en lo mariológico novedades doctrinales, se limitó a afirmar la doctrina tradicional expresada a lo largo de la  Tradición en los textos litúrgicos, en los documentos magisteriales –algunos de ellos de carácter dogmático-, en los escritos teológicos y en la piedad popular. La novedad radical fue el contexto en el que fue colocada la figura de la Virgen María: aparece como una criatura con un papel singular en la historia de la salvación, destinada a ser Madre de Cristo, la Madre del Salvador.
La otra novedad y originalidad de este documento estriba precisamente en lo que se refiere a la maternidad divina. En el  momento de la celebración del Concilio había una cuestión especialmente debatida entre los teólogos: ¿cuál ha de ser el principio organizador de toda la mariología, si se quiere que sea realmente una disciplina sistemática, es decir, un verdadero tratado teológico y no un simple enunciado de afirmaciones dogmáticas? Para hacer de la mariología un  tratado teológico de carácter científico era preciso encontrar un elemento central y aglutinante, un principio organizador que diese unidad a las afirmaciones tradicionales cristianas sobre la figura de María. El Concilio encontró este principio organizador en la maternidad divina[2]. Ella fue “predestinada” por Dios para ser la Madre de Cristo. El ser Madre del Mesías, del Hijo de Dios, es lo que determina plenamente su misión en el conjunto de la historia de la salvación y al mismo tiempo lo que determina sustancialmente su existencia espiritual, su relación con Dios y con los hombres.

1.3  Síntesis del documento conciliar
La misión de la Virgen María es, principalmente, la de ser Madre de Cristo y, por tanto, la Madre de Dios. Podemos decir que éste es el núcleo central de la mariología en la misma medida es que es el misterio que determina radicalmente la existencia espiritual de esta mujer de Israel. Puesto que se trata de una misión al servicio del acontecimiento central de la historia de la salvación –la Encarnación del  Hijo de Dios-, la Virgen María fue predestinada desde el principio y, por lo mismo, anunciada ya en las Escrituras del Antiguo Testamento, que son anuncio del Nuevo:
Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación en la cual se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo (55)
Así el Concilio puede afirmar que ella es insinuada proféticamente en la promesa de la victoria sobre la serpiente, dad a nuestros primeros padres caídos en pecado. Fue también proféticamente anunciada en Is 7, 14, cuando el profeta anuncia al rey Acaz el nacimiento de un niño del seno de una virgen. Otro texto citado por el  Concilio en este mismo número es Miq 5, 2-3. Entre las figuras que aparecen como anuncio profético de María figuran los “pobres de Yahvé” y la “hija de Sión”, títulos que de alguna manera delinean cuál será la fisonomía espiritual de María y su función en la historia de la salvación.

María, Madre de Dios, en el Nuevo Testamento
La Madre de Salvador es “presentada” por los evangelios en el relato de la anunciación. El ángel saluda a María llamándola “llena de gracia”, expresión en la que el Concilio ve la gracia de la Inmaculada Concepción, gracia de preservación del pecado en orden a preparar una digna morada al Espíritu Santo, tal como reza la liturgia de la Iglesia. En virtud de esta no-contaminación de María por el pecado, la Tradición de la Iglesia, ya desde la época de los Santos Padres, acostumbro llamar a la Madre de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha nueva criatura (56).
La maternidad es un acto humano, que engloba la totalidad de la persona; no es, pues, un acto puramente genético-biológico. Así habría sido de no haber mediado su respuesta absolutamente libre y personal: habría sido engendrado en ella el Verbo de Dios sin su colaboración personal… de este modo su contribución se habría limitado a dejarse invadir pasivamente por el Espíritu Santo… a “prestar” el seno. Esto habría ido en detrimento de la plenitud de la encarnación… el Hijo de Dios tuvo verdaderamente una madre -no sólo un seno en que refugiarse- porque esta mujer aceptó por la fe, con el corazón libre, con la plena decisión de su voluntad, ponerse al servicio de la voluntad divina y dar su carne, por obra del Espíritu Santo, al Hijo de Dios.
Un aparte del concilio dirá; “los Santos Padres estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Por eso, no pocos padres antiguos en su predicación, gustosamente afirmaban: “El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”; y comparándola con Eva, llaman a María Madre de los vivientes, y afirman con mayor frecuencia: “La muerte vino por Eva; por María, la vida”.
Si es toda la existencia de María a que en el ”sí” dado al ángel  se presenta como acto de servicio a la voluntad del Padre, al servicio de su Hijo, entonces queda dicho también que la maternidad divina de María no es solamente un acto puntual, el momento generativo en el sentido biológico, sino que es el misterio que abarca su vida entera. Su maternidad es acto de servicio, su modo concreto de responder a la vocación divina, y por eso es madre durante toda la existencia de su Hijo. Algo que parece evidente, que pensamos sin dificultad respecto de cualquier otra madre humana, pero que a veces en el caso de María ha quedado también oscurecido. La maternidad de María define completamente la relación que ella tuvo con Cristo a lo largo de su existencia terrena, uniéndose a la obra de su Hijo, en calidad de Madre.

Maternidad como servicio a la Mediación de Cristo
Lo primero que subraya el Concilio en esta tercera parte del capítulo VIII es que María es la esclava del Señor en la obra de la redención y de la santificación. Esto es especialmente importante. El único Mediador de la salvación es Cristo y, sin embargo, afirmamos que María es Madre de la Iglesia y que, como tal, intercede por ella y es de algún modo mediadora. Es preciso subrayar, como hace el Concilio, que la misión maternal de María hacia los hombres de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia, lejos de impedir la mediación, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.

Maternidad espiritual
La buenaventura Virgen, predestinada, junto con la Encarnación del Verbo, desde la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de la Divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor, y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la humilde esclava del Señor.
Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el Templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, en la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las almas: por tal motivo es nuestra en el orden de la gracia (61).

María, Virgen y Madre, tipo de la Iglesia
Lo primero que hay que decir que la virginidad de María no es vista en primer lugar como una virtud personal de la madre de Jesús, ni siquiera como un resultado de su espiritualidad y de su ascética… es decir, no es tratada como una cualidad personal de María en relación con su santidad, sino más bien como un aspecto de su maternidad; en segundo lugar, como una muestra más del servicio que presta con toda su existencia a la obra de su Hijo y, por último, es considerad en relación “tipológica” con el misterio de la Iglesia que también es virgen y madre. La virginidad de María es por tanto, en primer lugar, un aspecto de su maternidad.
Por ello el Concilio respecto de la Iglesia nos dice:
            Porque en el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de virgen y de la madre, pues creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombre del Espíritu Santo, como una nueva Eva, practicando una fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua serpiente, sino al mensaje de Dios.  Dio a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29), a saber, los fieles en cuya generación y educación coopera con materno amor (63).
¿Cuáles son los criterios de esta interpretación tipológica? En primer lugar, dos afirmaciones de la  fe: María es Virgen-madre, y la Iglesia es también llamada tradicionalmente virgen y madre. Se establece entre María y la Iglesia una relación de ejemplaridad. María es Virgen por que engendra a su Hijo por obra del Espíritu Santo (sin otra intervención humana), lo engendra por tanto espiritualmente aunque esto no quita nada al realismo “carnal” de la concepción y del nacimiento, pero por el mismo motivo y del mismo modo –por obra del Espíritu Santo- es Madre. Como Madre vive consagrada su Hijo, y lo hace con tal exclusividad que permanece Virgen para siempre al cuidado de su Hijo y en su seguimiento. Así también la Iglesia es Madre porque engendra a sus hijos a la  vida sobrenatural, pero lo hace espiritualmente también por intervención divina, la intervención del Espíritu Santo tanto en el sacramento de la generación (bautismo) como en el sacramento de la regeneración (penitencia) que devuelve a sus hijos la vida sobrenatural perdida por el pecado. La Iglesia es Madre porque cuida de sus hijos hasta llevarlos a la vida eterna, y es Virgen porque lo hace en una radical consagración y disponibilidad a la voluntad del Padre.
De esta relación “ejemplar” entre María y la Iglesia se sigue que la Iglesia está llamada a imitar las virtudes de María, siguiente tema que desarrollara el  Concilio, teniendo en cuenta lo ya dicho: que en María se da la perfección de la santidad, y por eso es tipo perfecto de la Iglesia, en la Iglesia, realidad divina compuesta por hombres, esta santidad está en camino:
              Mientras que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (Ef.  5,27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los  elegidos, como modelo de virtudes (65).

 María, signo de esperanza cierta y consuelo para el pueblo de Dios peregrinante
Por último, el Concilio desarrolla este “titulo” de María, que tiene que ver con todo su misterio pero en particular con el dogma de la Asunción a los cielos en cuerpo y alma.
También en este caso el Concilio aborda el tema desde el punto de vista de la historia de la salvación y desarrollando el paralelismo María-Iglesia, es decir, destacando la relación de María con la Iglesia. El núcleo está en esta primera afirmación del # 68:
            Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y el principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (2 Pe 3, 10), antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y consuelo.
De nuevo es María presentada como tipo de la Iglesia, es decir, como imagen del misterio profundo de la Iglesia, de aquello que la Iglesia es ya, en virtud de la acción de Dios, sobre ella y de lo que está llamada a ser cuando llegue a la perfección de la Jerusalén celestial. María es así, en virtud de la Asunción a los cielos, la primera discípula de Cristo que ha alcanzado plenamente la meta, anticipándose a ella, en virtud de su unión a Cristo, y como anticipo de lo que espera a todo cristiano, al cuerpo de Cristo que es la Iglesia, la salvación plena y la definitiva, la vida eterna que sucederá a la resurrección del cuerpo. En tal sentido, puesto que en ella ya se ha realizado lo que esperamos, es signo de esperanza cierta y a la vez de consuelo en medio de las tribulaciones del pueblo de Dios que todavía peregrina.

1.4   María en la historia de salvación
Cuando hablamos de la salvación realizada por Dios Padre a través de su Hijo Jesucristo, hecho hombre para salvarnos, tenemos necesariamente que referirnos a María. Pues el acontecimiento de Cristo no sucedió sin María. Así como Dios no operó el evento salvífico al margen de la historia humana, sino que entró en ella mediante la encarnación, de igual modo al encarnarse lo hizo sometiéndose a las leyes del ser humano, a la maternidad de María[3]. Desde este punto de la historia de la salvación se ven claros la cooperación y puesto de María, en el evento salvífico.
Es claro el lugar y la importancia de María en el equilibrio antropológico esencial respecto a la teología ya que ésta tiene por objeto no a Dios en sí, sino a Dios salvador de los hombres (Heb 11,6). El puesto primordial de María en el origen del  ismo Cristo es un signo ineludible del origen del cristianismo. Ella manifiesta y anticipa la función inaugural y dinámica que Cristo y el evangelio concedieron a las mujeres desde la encarnación hasta después de la resurrección. El lugar teológico de María, madre  de Dios, es ante todo la encarnación, pero también la comunión de los santos.

La Encarnación
El papel de María en el evento salvífico parte de su maternidad divina. Ella fue llamada (Lc 1, 28-38) a ejercer un papel -fundador en el plano corpóreo- teologal. De ella tuvo Cristo su cuerpo y su vida humana; es la primera persona humana que estuvo en comunión con Cristo; introduce a Dios Hijo en el cosmos, en la historia, en la raza y en la familia humana; humanizó a Dios, quien primero la divinizó por pura gracia como lo expresan las palabras de la anunciación (Lc 1, 28ss).
Ella es el comienzo y el tipo de la divinización por la que todos los hombres somos llamados a compartir la vida de Dios (Jn 10, 35).
La encarnación no significa solamente que el Hijo de Dios asume un cuerpo y una vida de hombre, sino también su entrada en comunión con el hombre, con el pueblo cuya fe había formado durante dos mil años. Es importante destacar que María no es un simple medio físico elegido por Dios –mujer-objeto- para incorporarse a la humanidad, sino que ella es una interlocutora consciente, creyente, capaz de comunión y libre para responder a la iniciativa divina (Lc 1, 26-56).
Esta encarnación aceptada por María hace también que su maternidad sea una “Maternidad Redentora”, pues por ser ella la que más parte tuvo en el plan de Dios ocupa el primer lugar entre los redimidos[4].


La Comunión de los Santos
María es la más cercana a Cristo, la que participa más íntimamente de la vida divina y la más cercana a los hombres, por eso la Iglesia vive en la presencia de María.
La anunciación inaugura la comunión de los santos con el primer acto teologal del N. T. –en contraste con el sacerdote Zacarías (Lc 1, 20.45)-. Es el prototipo de la fe de la Iglesia, es la primera adhesión de una rescatada por gracia a Cristo, a su persona de hijo de Dios (Lc1, 32-35), a su humanidad (Lc 1, 30-32). La fe de María en la anunciación era total, sin reservas. Está en plena comunión con el Santo, por eso precede a la Iglesia junto a Cristo en toda su obra salvadora. Anticipa la gloria escatológica y por eso es hoy el icono escatológico de la Iglesia que marcha hacia su Señor[5].

María en la obra de Salvación
María pertenece profundamente a las raíces mismas de la salvación; encarna la integridad del cristiano; pertenece a todos los periodos de la salvación. Su f homologa a la de Abraham; pone fin al tiempo anterior a Cristo[6]. Introduce a Cristo en la historia y lo acompaña desde su origen hasta su muerte en el calvario. Su presencia en pentecostés inaugura el tiempo de la Iglesia.
María en la obra de salvación nos manifiesta:
Ø  El respeto de Dios por el hombre al que salva en una comunión de libertad, amor y acción.
Ø  La importancia, con frecuencia oscurecida, de las mujeres en la obra salvífica.
Ø  Su cooperación con Cristo –desde la encarnación-, la cual ha sido reconocida a lo largo de toda la historia con una serie de títulos, como: abogada, ayuda del  nuevo Adán, auxiliadora, reina, mediadora, madre de los hombres (Jn 19, 25ss). Esa maternidad universal sobre la Iglesia se exalta con su glorificación corporal –Asunción-

  
2.     LOS DOGMAS MARIOLÓGICOS

2.1  María Madre de Dios
Que María es Madre de Dios lo afirma implícitamente el Evangelio: María es madre de aquel a quien Mateo llama “Dios con nosotros” (Mt 1,23; 28,20), “Madre del Señor” (Lc 1,42; 2,11).
Fue en Egipto donde apareció, en el siglo II, el título de “Madre de Dios”, que en griego se toma luego como Theotókos; éste título se entiende por todo el occidente durante el siglo IV.
Más tarde apareció una divergencia con la doctrina de Nestorio, quien llamaba a María: Christotokos –la que pare a Cristo-, disputa que se agravo cuando uno de sus seguidores negó abiertamente el título de Theotókos a la virgen María. Este título se negaba basándose en la teoría de que existían en Jesucristo dos personas distintas: una el Verbo Divino y otra la de Jesús terreno, unidas solamente en una unión moral. Por tanto, María era madre del hombre Jesús, pero no la Madre Dios.
Esta doctrina de Nestorio fue condenada en el concilio de Éfeso (431):” No se puede decir que nació de la Santísima Virgen como otro hombre cualquiera, de tal modo que el VErbodescendió sobre El solamente después de su nacimiento, sino más bien que se unió –a la carne- en el seno de María y así nació según la carne y fue su nacimiento el nacimiento de la carne… Por esta razón los Santos Padres han declarado  claramente Theotókos a la Santísima Virgen”.
El dogma así definido fue la piedra angular de la mariología. La creencia encerrada en la palabra Theotókos  representaba, por una parte, la   confirmación de la maternidad divina de María, por la otra, que tomó la naturaleza humana sin mengua de la unidad de la persona divina.

2.2  María siempre Virgen o inmaculada Concepción
La concepción virginal  tiene una importancia central en la Sagrada Escritura y en la Tradición cristiana que la interpretan sin ninguna vacilación. En los evangelios de la infancia esta realidad es clara (Mt 1, 16-25; Lc 1, 28-38). Mateo que comenzó deliberadamente su evangelio con una genealogía (1, 1-16) en la que el hijo de cada generación se convierte en el padre de la siguiente termina un corte extraño; no dice: José engendró a Jesús, sino que Jacob engendró a José esposo de María, de la que fue engendrado Jesús, llamado el Cristo. En Lucas la concepción ocupa igualmente el centro del relato (1,27).
Mateo y Lucas expresan la novedad de Cristo en un sentido completamente distinto al judío y al de las culturas paganas que sólo conocían las teogonías –uniones eróticas de dioses con mujeres de las que nacían semidioses o héroes-. Los evangelistas por el contrario atribuyen éste nacimiento al Espíritu Santo quitando todo simbolismo mitológico respecto a Dios Padre. Este Espíritu no es dado formalmente como un agente, sino como garante de que este niño es Dios con nosotros –Emmanuel- según Mateo 1, 23.  Para los evangelistas, Jesús no es un Dios para ser engendrado humanamente por Dios. Es Dios con Dios antes de llegar hacer hombres con los hombres. La concepción virginal no es el fundamento de su divinidad, sino que es signo de ella[7].
En los credos primitivos y con San Pablo (Gál 4,4) no sólo se afirma que Cristo nació de mujer, sino que “nació de la Virgen María. Esto lo reafirma el concilio de Éfeso y es creído por la Iglesia. Sin embargo esto desencadeno unas disputas, pues, si bien se aceptaba la virginidad antes del parto, era difícil aceptar su integridad después del nacimiento de Cristo. Muchos concilios discutieron este asunto, pero fue en el tercer concilio de Letrán donde se definió (649) con estas palabras: “si alguno, contra la opinión de los Santos Padres, no afirma que la Santa  e Inmaculada María, siempre virgen, es verdaderamente la madre de Dios, puesto que ella, en la plenitud del tiempo y sin intervención de varón, concibió al Verbo mismo por obra del Espíritu Santo, el cual había nacido de Dios Padre antes de todos los siglos, y le dio a luz sin perder su integridad, conservando después inmune su virginidad…, sea anatema”[8].
Esta exaltación de la virginidad de  la  María tuvo como consecuencia la exaltación de su santidad personal, es decir, María libre de pecado original. Tema tratado en el concilio de Trento y que finalmente el papa pio IX, el ocho de diciembre de mil ochocientos cincuenta y cuatro, lo define como dogma. Este dogma de la  Inmaculada Concepción quiere afirmar que María desde el momento mismo de su concepción no tuvo mancha de pecado original, esto por la  gracia de Dios, por los méritos de Cristo y como excepción única dentro del género humano.




2.3  Asunción de María a los cielos
El nombre de “Asunción” aparece por primera vez en occidente en tiempo del papa San Adriano (772-795). Anteriormente se llamaba a esta fiesta “la dormición de nuestra señora”. Pio IX afirma que no se puede dudar de que la Asunción se desprende de la doctrina de la inmaculada Concepción.
El pontificado de Pio XII se distingue por la abundancia de doctrina sobre la Asunción. El primero de noviembre de mil novecientos cincuenta el santo padre definió la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a los cielos como verdad revelada por Dios (Munificenttissimus Deus)[9] con las siguientes palabras: “al término de su vida terrestre, la inmaculada Madre de Dios, María siempre Virgen, fue asumida en el cielo, en cuerpo y alma, en la gloria celestial”.

3.     EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “MARIALIS CULTUS”

El vaticano II ha puesto las bases para una amplia reforma litúrgica en la Iglesia, que ha sido introducida en los años siguientes por obra de Pablo VI. En el ámbito de  esta reforma, también el culto a María ha sido directamente afecto. En el nuevo calendario, las fiestas marinas han sido dispuestas de tal modo que contribuyan a poner de relieve las etapas más significativas de la historia de la salvación, en las que la figura central de Cristo se impone como el centro de la vida  cristiana. Así la celebración de la  persona de María se revela como un reflejo del culto dado al salvador, al que la Madre ha sido estrechamente asociada.
Pero es sobre todo en la exhortación apostólica Marialis cultus con lo que Pablo VI afronta expresamente la cuestión del culto mariano en su conjunto. La renovación del mismo es el tema de la segunda parte del documento pontificio, que comienza justamente con un claro planteamiento de los términos del problema: “No obstante, como es  bien sabido, la veneración de los fieles a la Madre de Dios ha asumido formas múltiples según las circunstancia del lugar y de tiempo, la diversa sensibilidad de los pueblos y su diferente tradición cultural. De aquí deriva que las formas en que tal piedad se ha expresado, sujetas a la usura del tiempo, aparezcan necesitadas de una renovación que permita sustituir en ella los elementos caducos, dar valor a los perennes e incorporar los datos doctrinales, adquiridos por la reflexión teológica y propuestos por el magisterio eclesiástico. Esto demuestra la necesidad que las conferencias episcopales, las iglesias locales, las familias religiosas y las comunidades  de fieles favorezcan una genuina actividad creadora y procedan, al mismo tiempo, a una diligente revisión de los ejercicios de piedad hacia la Virgen María: revisión que auspiciamos respetuosa de la sana tradición y abierta a acoger las legítimas instancias de los hombres de nuestro tiempo” (MC24).
Como todo fenómeno humano, el  culto a María consta de expresiones dictadas por las circunstancias históricas, por la sensibilidad y la psicología de los creyentes, por las diferentes tradiciones culturales de los pueblos. Estos elementos pueden cambiar con el paso del tiempo y a veces es necesario que sea así, por diversas razones. Sobre todo porque el culto puede caer en formas falsas o desviadas. Pablo VI recuerda explícitamente algunas de estas deviaciones: vana credulidad, el sentimentalismo estéril, la manías de nuevas curiosidades, la búsqueda de efectos miraculistas, la mezcla de intereses  personales, asuntos comerciales y asuntos económicos (MC 38; LG 67) En estos casos la renovación se hace urgente para que las formas de la piedad respondan a la verdadera naturaleza y a la verdadera finalidad del culto cristiano.
Permanece, pues, siempre la exigencia de adecuar las formas de la piedad a las  instancias del pueblo de Dios, a sus justas aspiraciones, dictadas por la fe y la devoción interior, ya que el culto es dado por el hombre concreto, histórico y no puede estar subordinado a los dictámenes de una normativa puramente abstracta.

3.1  Notas características  
 Por las susodichas el culto mariano debe ser adaptado a las actuales circunstancias dela vida cristiana. En base a estos principios, Pablo VI iluminan cuatro notas que deben distinguir una válida devoción a la Virgen en la Iglesia de hoy y que “emerge de la consideración de las relaciones de la Virgen María con Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y con la Iglesia” (MC 29).

3.1.1       Nota Trinitaria
Es estrictamente postulada por el hecho de que el culto mariano es parte intrínseca del único culto cristiano. Éste, efectivamente, “es, por naturaleza, culto al Padre, al Hijo, y al espíritu Santo, o mejor –como se expresa la liturgia –al Padre por Cristo en el Espíritu” (MC 25) Por eso todo honor atribuido a María no puede detenerse en su persona, sino que debe resolverse, en última instancia, en un acto de alabanza y de gracias al Dios trino, que ha levantado a la Virgen a cumbres tan altas de santidad.


3.1.2       Nota Cristológica
María ha tenido una inserción única  y privilegiada en la economía salvífica, donde el primado de Cristo es absoluto y todo es relativo a él, comprendida su madre: “En la Virgen María todo es relativo a Cristo y todo depende de Él: en vista de Él Dios Padre, desde toda la eternidad, la eligió madre toda santa y la adornó con dones del Espíritu, concedidos a ningún otro. Ciertamente la genuina piedad cristiana no ha dejo nunca de poner en luz el indisoluble vínculo y la esencial referencia de la Virgen al divino salvador. No obstante, a nosotros nos parece particularmente conforme a la orientación espiritual de nuestra época, dominada y absorbida por la cuestión de Cristo, que en las expresiones de culto a la Virgen tenga de especial relieve el aspecto cristológico y se haga de modo que reflejen el plan de Dios, que preestableció, con un solo y mismo decreto, el origen de María y la encarnación de la divina Sabiduría” (MC 25; Cf. LG 66) El texto continua reclamando las ventajas que derivarán de esta renovación cristológica de la devoción mariana: un consolidarse de la piedad misma para la madre de Jesús y un crecimiento del culto hacia Cristo, porque “mientras es honrada la madre, el Hijo, al que todas las cosas se vuelven y en el que plugo al eterno Padre hacer residir toda la plenitud, sea debidamente conocido, amado, glorificado y sean observados sus mandamientos” (LG 66).

3.1.3       Nota Neomatológica
Redescubrir la importancia de la intervención del Espíritu Santo en María significa sacar a la luz una riqueza teológica y espiritual incomparable de la tradición cristiana y subrayar un momento culminante de la acción  del mismo Espíritu santificador en la historia de la salvación (MC 26) Por eso Pablo VI exhorta a todos, pero “especialmente a los pastores y teólogos, a profundizar la reflexión sobre la acción del Espíritu en la historia de la salvación y a hacer que los textos de la  piedad cristiana iluminen debidamente su acción vivificante. De tal profundización emergerá, en particular, la arcana relación entre el  Espíritu de Dios y la Virgen de Nazaret y su acción sobre la Iglesia; y por los contenidos de la fe, más profundamente meditados, derivará una piedad más intensamente vivida” (MC 27).

3.1.4       Nota Eclesiológica
El puesto que María ocupa en el seno de la Iglesia no puede ser ignorado por los fieles, los cuales deben reconocerlo también en los hechos con que se expresan su culto a ella (MC 28) que, “en la Iglesia santa ocupa, después de Cristo, el puesto más alto y el más cercano a nosotros” (LG 54) Es ésta una riqueza que los latinos pueden recuperar ulteriormente del cristianismo oriental, en el que incluso los elementos arquitectónicos e iconográficos contribuyen a ponerla en luz. El mismo Vaticano II, ilustrando la naturaleza de la Iglesia, como familia, pueblo y reino de Dios y como cuerpo místico de Cristo, abre un cambio más fácil a la comprensión del papel de María en la Iglesia misma y de su puesto en la comunión de los santos. María y la Iglesia, efectivamente, son dos realidades que poseen muchos elementos en común: ambas son fruto de la acción santificadora del Espíritu; ambas son madre de Cristo porque colaboran en la regeneración y en la formación espiritual de sus miembros; ambas están unidas en una acción apostólica que tiende hacer continuamente presente el reino de Dios en la realidades del mundo.

3.2  Orientaciones
Para introducir y reforzar las susodichas notas características del culto mariano, la exhortación apostólica expone algunas orientaciones que deben seguir la obra de renovación de la Iglesia en el culto mariano.

3.2.1       Orientación bíblica
La renovación bíblica es un fenómeno que interesa a todos los sectores de la vida cristiana y de la teología y, en el caso específico de la piedad, la Biblia ha llegado a ser casi el “libro fundamental de oración” (MC 30) Está feliz situación es el  resultado de un importante progreso de la exegesis y de la teología bíblica, de la difusión de la biblia entre el pueblo cristiano y muy seguramente de una misteriosa intervención del Espíritu Santo. De esta renovación bíblica, el culto a la Virgen no podrá más que sacar profunda ventaja. Efectivamente, “la Biblia, proponiendo de modo admirable el designio de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella impregnada del misterio del Salvador y contiene también, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, claras referencias a aquella que fue del Salvador madre y cooperadora” (MC 30) Esta orientación no debe llevar solamente a un uso literal de textos, símbolos e imágenes escriturísticas, sino que debe conducir a deducir, de los libros revelados, inspiración en la composición de las oraciones, de los cantos y de los textos que sirven a la liturgia y a la devoción mariana. Pero es necesario sobre todo que el culto mariano esté “permeado de los grandes temas del mensaje cristiano”, que en la escritura encuentra su inspirada elaboración. Los frutos de la aplicación de esta orientación son evidentes: los fieles, al orar a María, se sentirán iluminados por la luz de la Palabra Divina y estimulados para comportarse según la enseñanza y el ejemplo de la sabiduría divina, encarnada en el seno de la Virgen, abandonado elementos puramente anecdóticos en la devoción mariana, para afirmar los contenidos centrales y tradicionales y poner la vida cristiana en relación con ellos.

3.2.2       Orientación litúrgica
Después de que el Vaticano II reafirmase la posición privilegiada de la liturgia en la vida orante de la Iglesia, Pablo VI vuelve sobre el mismo principio reafirmando que “la liturgia, por su preeminente valor cultual, constituye una regla de oro para la piedad cristiana” (MC 23) Por eso hoy la Iglesia, aun fomentando las practicas marianas de piedad, recomienda que también estas “sean ordenadas de modo que estén en armonía con la Sagrada Liturgia, saquen de ella algún modo inspiración y, dada su naturaleza grandemente superior, conduzcan a ella al pueblo cristiano” (SC 13) Por tanto, la oración litúrgica debe cumplir una función educadora de la devoción popular. Dos prácticas marianas populares se prestan mejor a dejarse permear del espíritu litúrgico: se trata del Ángelus y del Rosario (MC 40-45)[10].

3.2.3       Orientación ecuménica
Si ya el Vaticano II amonesta a los fieles para que en el culto a María eviten lo que puede crear malentendidos con los hermanos separados (LG 67), la exhortación de Pablo VI, después de haber sancionado esta amonestación (MC 32), da un paso adelante considerando la impronta ecuménica del culto mariano como una consecuencia del carácter eclesial de este culto. Como tal debe reflejar las preocupaciones de la Iglesia, “entre las cuales, en nuestros días, destaca el ansia por la recomposición de la unidad de los cristianos”. El papa no deja de poner de relieve las preciosas contribuciones que otras confesiones cristianas continúan aportando a la  piedad mariana. Por tanto, el ecumenismo ha de entenderse no sólo como un compromiso para hacer aceptar por los hermanos separados la doctrina y el culto católico, sino también como disponibilidad para acoger lo que estos tienen de rico y positivo en su devoción a la Madre del Señor.
Reconocer estos puntos positivos no comportan que se deban cerrar los ojos sobre las advergencias que todavía separan, especialmente por lo que se refiere a la “función de María en la obra de salvación” (UR 20) No obstante, la MC confía en que estos obstáculos no sean inseparables: “Porque el mismo poder del Altísimo, que cubrió con su sombra a la Virgen de Nazaret, obra en el actual movimiento ecuménico y lo funda, deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la humilde sierva del Señor, en la que el Omnipotente hizo cosas grandes, se convertirá, aunque sea lentamente, no en un obstáculo, sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo” (MC 33).

3.2.4       Orientación antropológica
Una renovación eficaz del culto mariano no puede prescindir de las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas. En particular, debe tener en consideración la difundida mentalidad actual que tiende a romper una radical desigualdad en la vida familiar, en la  acción política y en campo social y cultural. Un cierto tipo de devoción se limitaba a presentar a María como modelo solo por su vida de escondimiento, de humildad y pobreza. La MC hace observar que la Virgen es modelo no por el tipo de vida que llevó, sino porque en su concreta situación “se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios” (MC 35) Es normal que los creyentes hayan expresado siempre sus sentimientos de devoción a la Virgen “según las categorías y las representaciones propias de su época” (MC 36) Pero la devoción, por sí misma, no está ligadas a los esquemas representativos y a las concepciones antropológicas de una determinada época cultural; por esto sus expresiones concretas deben de estar sujetas a una iluminada evolución.
Si se compara la figura de María, como aparece en el evangelio, con los conocimientos antropológicos y los contenidos culturales que condicionan la actual mentalidad religiosa, será fácil ver, a la luz del Espíritu, cómo María se presenta verdaderamente como “espejo de las esperanzas de los hombres  de nuestro tiempo” (MC 37) En este orden de ideas, el papa cita como particularmente actual y significativo el comportamiento de María en el misterio de la Anunciación, donde ella da un ejemplo admirable de consentimiento activo y responsable a la encarnación del Hijo de Dios y de la elección valerosa del estado virginal como total consagración al amor de Dios. En el Magnifica se manifiesta como mujer en absoluto “pasivamente remisiva o de una religiosidad alienante”, sino como mujer valiente al proclamar las preferencias divinas por los pequeños y los oprimidos. En el Calvario, María aparece como la mujer fuerte en las pruebas de la vida; una madre en absoluto posesiva, abierta a una dimensión materna universal.
Por encima de todas esta orientaciones, Pablo VI reconfirma la validez de un principio ya formulado por el Vaticano II (LG 67): evitar “tanto la exageración de contenidos o de formas que lleven a falsear la doctrina, como la pereza de mente que oscurece la figura y la misión de María” (MC 38) Un sabio equilibrio entre estos dos extremos negativos hará el culto mariano genuino, sólido y cada vez más vigorosamente tendido a su objetivo final que es “glorificar a Dios y comprometer a los cristianos a una vida del todo conforme a su voluntad” (MC 39)
El culto mariano por tanto, cuando es rectamente entendido y practicado, se transforma en un itinerario de gran crecimiento espiritual para los creyentes. No puede haber vida cristiana autentica que no sea también mariana. Es una regla que vale para todos los tiempos.

4.     REDEMPTORIS MATER
El papa firmó esta encíclica el 25 de marzo de 1987. Su autor es el papa Juan Pablo II. El motivo de ésta fue la de preparar a la Iglesia para la celebración del “año mariano” pues el santo padre desea que en año 2000 se celebre con la mayor solemnidad y devoción posible, la conmemoración del nacimiento del salvador y que ahora se prepara con la celebración del nacimiento de la Virgen María. Busca además enardecer a la  Iglesia en el más tierno y profundo amor a María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia.
Se divide en tres partes:

4.1  María en el misterio de Cristo (7-37)
Tres títulos orientan la contemplación del misterio:
o   María es la  llena de Gracia”. Cuya vocación se inscribe en la vocación de todo cristiano conforme al proyecto salvífico de Dios. María está vinculada definitivamente al misterio de Cristo por la encarnación. El saludo  del Ángel a la Madre del Salvador significa el don especial del amor trinitario. María aparece en el misterio de Cristo desde antes de la creación del mundo como elegida para ser la madre del Hijo, confiada a la fuerza del Espíritu Santo, eternamente amada, redimida por Jesucristo, inmaculada desde el comienzo y señal de esperanza segura en la historia de la salvación.
o   Feliz porque ha creído”. Con el asentimiento a la palabra del mensajero celeste, María, por medio de la fe se confió sin reservas consagrándose totalmente a Dios; concibió al Hijo en la mente antes que en su seno. Fue el primer paso con el que inició su “peregrinar en la fe”, clave del misterio de la  llena de gracia”.
o   “Ahí tienes a tu Hijo”. Si por la fe se ha convertido en Madre física de Jesús, la proclamación desde la Cruz ubica su maternidad dentro del misterio pascual convirtiéndola en una participación nueva en el amor redentor del Hijo.


4.2  La Madre de Dios en el centro de la Iglesia Peregrina
Se trata aquí la importancia que el culto a María tiene para la unión de las Iglesias. “Los cristianos saben que su unidad se conseguirá verdaderamente sólo si se funda en la unidad de la fe. Ellos deben resolver discrepancias de doctrina sobre el misterio y ministerio de la  Iglesia que nos lleven a valorar lo que es la Iglesia en sí y la función de María en la obra de salvación.
La  Iglesia prosigue en camino marcado por María, expresado por ella en el magnifica, optando preferencialmente por los pobres y humildes.

4.3  La mediación de María
Expresa la función de María ante Cristo único mediador y de la maternidad espiritual nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor. Es una maternidad en el orden de la  gracia que implora el Espíritu Santo para los nuevos hijos de Dios, redimidos mediante el sacrificio de Cristo.
Profundiza también  el papa sobre la íntima relación que hay entre la Iglesia y la Madre del Redentor. Ella ayuda a sus hijos a encontrar en Cristo el camino hacia la  casa del Padre.
En la parte final el papa recuerda a Pio XII como el primero en convocar al mundo cristiano a la  celebración del año mariano (1954) en conmemoración del primer centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Los objetivos que propone Juan Pablo II para la celebración del año son los siguientes:

§  Relevar la presencia de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

§  Promover la lectura y profundización del mensaje mariano conciliar en el contexto de la vida de la Iglesia siguiendo el camino de la auténtica espiritualidad mariana propuesta en el  concilio.


§  Recordar y celebrar cómo en el  pasado de la Iglesia se testificaba la especial cooperación materna de María en la  obra de la salvación.

§  Preparar frente al futuro las nuevas vías de cooperación de María en la obra de la salvación, ante las perspectivas y retos que ofrece al año 2000.


5.     EL MISTERIO DE MARÍA VIRGEN EN LA SAGRADA ESCRITURA
(Fundamentación bíblica de la mariología)
Comenzamos un tema muy importante en cualquier tratado teológico, pero especialmente muy importante por lo que atañe a la mariología. Ya hemos dicho que bueno parte del desarrollo mariológico de la Tradición católica se debe al empuje de la experiencia eclesial en su amplia diversidad de formas (devoción popular, celebraciones litúrgicas, reflexión teológica…) y sabido también que buena parte de la crítica que se hace a la mariología católica se apoya en el poco fundamento que tiene –según los criterios- en la Sagrada Escritura. Baste decir esto para justificar la especial importancia de este capítulo.

5.1  SAN MATEO
Dos pasajes son los que nos interesan especialmente, el de la genealogía y el del anuncio a José, que ya desde ahora podemos considerar como una ampliación o explicación de algunas de las irregularidades de la genealogía. Es importante también caer en la cuenta del uso que en este texto hace s. mateo de Is 7, 14, el primero de los oráculos del Emmanuel de Isaías.

La genealogía  de Jesús
Mateo abre el capítulo primero de su evangelio con la siguiente afirmación: “Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (v. 1) Este título está inmediatamente concatenado a los vv. 2-16. De hecho, el último hombre del v. 1 (Abraham) es retomado al inicio del v. 2: “Abraham engendró a Isaac” y en los versículos que siguen (2-16) el evangelista despliega el árbol genealógico de Jesús, llamado el Cristo.
Bajo la explícita declaración de evangelista mismo (v. 17), esta lista de nombres que van de Abraham a Cristo (vv. 2-16) está subdividida  en tres grupos y cada grupo comprende catorce nombres. El primer grupo va de Abraham a David (vv.2-6); el segundo desde el rey David hasta Jeconías y sus hermanos, en el tiempo de la deportación en Babilonia (vv. 6B-11); el tercero cubre el periodo que parte del exilio en Babilonia (con Jeconías como primer nombre) y llega hasta Cristo (vv. 12-16) LA finalidad de esta genealogía es la de mostrar que Jesús desciende de Abraham y de David; por tanto él acredita las promesas hechas a estos dos patriarcas de Israel. Dios prometió a Abraham: “En ti (en tu descendencia) serán benditas todas las familias de las gentes” (Gn 12,3 en los LXX) En el decurso de la historia salvífica, Dios se comprometerá a realizar sus promesas mediante la dinastía de la casa real de David (2 Sam 7).

Dos anomalías en la genealogía
Parece evidente en esta genealogía una triple intención del evangelista: a) presentar a Jesús como principio de la nueva creación; b) mostrar que Jesús es el Mesías, descendiente, como estaba prometido, de la tribu de David; c) sin embargo, también parece clara la intención de excluir a José de la concepción y del nacimiento, como algo ocurrido en María sin intervención de su marido, cosa que en principio resulta un inconveniente para la segunda de las mencionadas intenciones.
Por ello, interesan especialmente dos anomalías respecto a los modelos de genealogía veterotestamentarios.
En primer lugar, la inclusión de 4 mujeres del Antiguo Testamento, que rompen el esquema “A engendró a B”, que es el habitual. Era, por otra parte, rarísimo en el judaísmo del siglo I –y tampoco es frecuente en la literatura veterotestamentaria- la inclusión de una mujer en la genealogía. Aquí nos encontramos con cinco (las cuatro del Antiguo Testamento: Tamar, Rahab, Ruth y Betsabé) y María. Da la impresión de que las cuatro mujeres son mencionadas con una finalidad: justificar la introducción de María en la genealogía y además llamar la atención de algún modo sobre el papel jugado por María.
La segunda anomalía que podemos constatar es que en el caso de María se rompe el esquema genealógico. Si del resto de los personajes se dice: “A engendró (o fue padre) de B”, en el caso de Jesús se afirma: “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.”
En el evangelio de S. Mateo está clara la intención de presentar a Jesús como el nuevo Moisés y como aquel en quien se cumplen plenamente las profecías y promesas del AT, porque Él es el Mesías. Pero está profetizado que el Mesías nacería de David y, por tanto, para Mateo era importante la ascendencia davídica de Jesús. Sin embargo, el que pertenece a la tribu de David es José, no María, y por tanto solo José podía justificar, desde este punto de vista, la mesianidad de Jesús. Este mesianismo queda puesto en duda o dificultado si Jesús no es hijo de José. Por tanto, hay que concluir que cuando Mateo redacta de esta manera es porque necesariamente debe plegarse a la fuerza del acontecimiento: Jesús es hijo de María, pero no de José.

5.2   SAN MARCOS
“El Hijo de Dios como hijo de María”
Marcos inicia su evangelio con la confesión de fe de que Jesucristo es “el Hijo de Dios” (Mc 1,1). Para Marcos, Jesús no es un profeta más. Es el heraldo del reino de Dios escatológico (Mc 1,15). A través de las acciones que lleva a cabo con poder divino demuestra que es el mediador de este reino (Mc 1,27). Es, por consiguiente, “el Hijo” de una manera singular y exclusiva (Mc 13,32).
Ahora bien, este Jesús no es un ser divino mitológico. Es un hombre real y verdadero. Con un giro inusual (en el que no se menciona al padre), dice de Jesús que es “hijo de María” (Mc 6,3). De este modo (y al igual que Pablo) en el evangelio de Marcos se expresa la historicidad del hombre Jesús de Nazaret a través de la persona histórica de “María, la madre de Jesús” (Mc 3,31).
En el inicio de su actividad pública, sus familiares intentaron hacerle volver a casa, porque habían oído decir –o ellos mismos pensaban- que “estaba fuera de sí” (Mc 3,21.31). También, poco antes, estaba “fuera de sí” la gente ante la curación del paralítico llevaba a cabo por Jesús (Mc 2,12). El sentido teológico de esta información de Marcos consiste, pues, en señalar en que no puede deducirse la misión de Jesús a partir de su origen natural religioso y familiar ni brota del suelo de la tradición religiosa del judaísmo contemporáneo, sino que lo desborda. Aquí se crea una nueva relación, en virtud de la cual se llega  a ser “hermano y  hermana y madre de Jesús” (Mc 3,35) cuando los hombres se sitúan en el nivel en el que cumplen la voluntad de Dios y reconocen el poder divino y la misión de Jesús como mediador del reino de Dios escatológico.

5.3  SAN LUCAS
María, tipo de la fe
En Lucas es María la destinataria directa de la anunciación, en la que el mensajero de Dios, Gabriel, transmite las palabras divinas. La afirmación decisiva del qué y el cómo de la concepción de Jesús sin intervención de un varón acontece en la escena misma del anuncio –modelada según el “esquema de revelación” paleotestamentario- (Lc 1, 26-38). Ante la promesa de la presencia graciosa de Dios y el anuncio de que concebirá un hijo que será llamado “Hijo del Altísimo”, plantea María la pregunta: “¿Cómo va a ser eso, puesto que yo no conozco varón?”. Y recibe la respuesta: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolverá con su sombra. Por eso, el que nacerá será santo, será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35).
No hay en la expresión “cubrir con la sombra” ninguna connotación sexual. La frase alude a “la nube” tras la que se encuentra la gloria divina, la presencia salvífica y la voluntad de revelación de Dios: Dios se manifiesta en la sombra de la nube (cf. Ex 13,22; 19, 6; 24,16; Le 9,34; Hch 1,9).
En esta escena dialogada es determinante la respuesta de María: “HE aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Le 1,38). Esta respuesta afirmativa es la fe, posibilitada y sostenida por el Espíritu Santo y realizada en libertad, de la que surge Jesús como el “fruto de su cuerpo” y por la que se convierte en Madre del Señor” (Lc 1,43).
María es la llena de gracia, a quien Dios, como Seño, ha prometido una cercanía absolutamente excepcional, que ella acepta, a través de su respuesta afirmativa, en su propia vida y en la biografía con Jesucristo derivada de aquella aceptación. En el pasaje de la anunciación se describe la situación radical del hombre ante Dios en cuanto que Dios dirige su palabra al hombre y se invita a María a aceptar la presencia salvífica de Dios en la fe y a llevarla a cabo en el seguimiento. Es dichosa porque ha creído que se cumplirá en ella lo que el Señor le ha dicho (Lc 1, 45).
La fe no se limita a ser una aceptación pasiva de la salvación. En la fe se convierte María en co-actora de la salvación que acontece en la historia. Por eso, “desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1,48). La gloria de Dios será reconocida en el mundo a través de sus acciones salvíficas en favor de los hombres y de la disposición de estos a escuchar su palabra, seguir su voluntad y hacer así perceptible la salvación de Dios en el mundo.

5.4  SAN JUAN
María, testigo de la gloria divina
Juan no habla de María desde el punto de vista de recuerdos biográficos. La menciona dos veces en su evangelio: al comienzo de la revelación de la gloria de Jesús, con ocasión de las bodas de Cana, y al final de la misma revelación, en la cruz. El fin que el evangelista se propone no es proporcionar noticias acerca de las relaciones familiares, incluidas las tensiones. Sólo a Dios compete fijar la hora de la revelación de la gloria divina. Pero como María sabe quién es Jesús, puede en cierto modo, en su calidad de primera discípula, dirigir inmediatamente hacia él la atención de los participantes: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).
En la cruz, las palabras de Jesús a María: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” y al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”, así como en la constatación: “Desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 26), el contenido espiritual de la relación madre-hijo entre Jesús y María se traduce a la relación entre María y la Iglesia. Es patente que para las comunidades joánicas María es la figura máxima de la fe y del seguimiento perfecto, porque fue en sí misma una referencia a Jesús, en quien se reveló la gloria de Dios. María, madre de Jesús, testifica su existencia histórica como ser humano. Es también, al mismo tiempo, testigo de su gloria y de su divinidad, de cuya plenitud todos hemos recibido la gracia (Jn 1, 16).

MARÍA JUNTO A LA  CRUZ (JN 19, 25-27)
Jn 19,25-27 ha sido diversamente interpretado a lo largo de la historia de la exégesis cristiana. Los frutos de la investigación ponen a la luz la investigación lenta, pero segura, del pensamiento de la Iglesia sobre este momento de la misión de María.

Correlación entre el Calvario y Caná
En el  cuarto evangelio María es recordada (además de en 6, 42 y, quizá en 1, 13) en las bodas de Caná (Jn 2, 1-12) y junto a la  cruz (Jn 19, 25-27) Estos dos episodios, a juicio concorde a los exegetas, muestran una conexión recíproca, a modo de gran inclusión.
En efecto
1.      En ambos casos está presente la virgen  que es presentada no  con el nombre propio, sino con los títulos de “madre de Jesús” (2,1; 19,25) y de “mujer” (2, 4; 19,26);
2.     La “hora de Jesús”, que no ha llegado todavía en Caná (2,4) ha llegado en el Calvario (19, 27) donde Jesús pasa de este mundo al Padre (13, 1) En efecto, la “hora de Jesús”, según Juan, comprende como un conjunto pasión-muerte-resurrección.

  
5.5  RASGOS BÁSICOS DE LA IMAGEN NEOTESTAMENTARIA DE MARÍA


Ø  María es la sierva de la llegada escatológica del Hijo de Dios, como hombre, entre nosotros.

Ø  María es para la nueva alianza el prototipo de la relación del hombre con Dios, que acontece en la correlación de palabra y fe. Y así, pasa hacer el tipo y el ideal del creyente y de la Iglesia, del pueblo de Dios de la alianza nueva.


Ø  María es la madre del Señor (de Dios), quien ha tomado de ella su ser humano en virtud de la eficacia causal exclusiva del poder del Espíritu Santo.

Ø  El testimonio de la maternidad divina de María es la afirmación bíblica básica y el fundamento de todos los enunciados de fe de la Iglesia sobre ella. Aquí se encuentra también el origen de todo el culto mariano.

6.     MARÍA DISCÍPULA Y MISIONERA EN APARECIDA
La máxima realización de la existencia cristina como un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María quien, por su fe (Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (Lc 1, 38), así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (Lc 2, 19.51), es la discípula más perfecta del Señor[11]. Interlocutora del Padre para enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, llegar a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos. Con ella, providencialmente unida a la plenitud de los tiempos (Ga 4,4), llega a cumplimiento la esperanza de los pobres y el deseo de salvación. La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia de la salvación, concibiendo, educando y acompañando a su hijo hasta su sacrificio definitivo.
Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere el “alma” y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de la humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia es cuando e “sí” brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática.
CONCLUSIÓN

Hemos podido ver con claridad el gran aporte de María en la historia de salvación, donde ella por gracia de Dios ha hecho y sigue haciendo parte por su maternidad espiritual, gracias a su sí generoso abrió las puertas de la regeneración de nuestra vida de pecado a la vida de la gracia.
Vemos como la sagrada escritura, en el Nuevo Testamento, nos muestra la sencilla pero eficaz respuesta de María en toda la historia de la salvación y que se anunciaba ya desde el Antiguo Testamento.
Podemos hoy con toda confianza decirle al Señor que estamos agradecidos porque no nos ha deja como unos hijos huérfanos de madre sino que incluso en el dolor de la cruz, pensó en la humanidad para que bajo el amparo maternal de María, siguiéramos nuestro camino hacia el Padre, sabiendo que compartiremos la gloria de Jesús, como ya goza nuestra Madre María junto a su Hijo. 


BIBLIOGRAFÍA
Boff, Leonardo. El rostro materno de Dios. Ediciones paulinas. 1980.
Instituto Nacional de Teología a Distancia. María, la Madre del Señor. Madrid 1986.
Facultad de teología San Dámaso. Mariología. Madrid.
Documentos del concilio vaticano II. Constitución dogmática Lumen Gentium. Ed. Biblioteca de autores cristianos. Madrid. 1968.
Aparecida. Conferencia general del episcopado Latinoamericano y del Caribe. Ed. San Pablo. 2007
 



[1] Aunque podemos encontrar rasgos comunes en todos los estudios de mariología, lo que aquí se expone se refiere fundamentalmente a la “manualística”, es  decir, a los manuales que se estudiaban en seminarios y facultades de teología. Tenían lógicamente gran importancia pues a través de la predicación y de la catequesis de los que se habían formado con ellos llegaba con facilidad al pueblo cristiano. Habría que hacer matizaciones a la hora de aplicar sin más este esquema a los grandes teólogos del momento y a sus investigaciones.
[2] En esto no se separa de la llamada mariología cristotípica.
[3] Müller a. “Puesto de María y su cooperación en el acontecimiento de Cristo”. Mysterium Salutis VI III, tomo III pag. 405.

[4] Müller a. “Puesto de María y su cooperación en el acontecimiento de Cristo”. Mysterium Salutis VI III, tomo III pág. 520.
[5] Lauret B &Cia, “Iniciación a la práctica de la teología” Tomo III pág. 450- 467.
[6] Juan Pablo II “Redemtoris Mater” 1987 # 14.
[7] Lauret B. & Cia. Op. Ci. pág. 440
[8] Carol J. B. op. Cit Pág. 17
[9] Ibid Pág. 33-34
[10] La razón de fondo es que tanto el Ángelus como el Rosario mantienen una estructura trinitaria y cristológica en su desarrollo, y si son rezados atentamente son una invitación a entrar en el misterio del mismo Cristo y de su obra salvífica. En el Rosario, el hilo conductor de la oración es la contemplación de los misterios de nuestra salvación. En el Ángelus lo que se presenta al orante es la estructura misma de nuestra adhesión a Cristo, es decir, la estructura y el desarrollo de la  fe: la escucha atenta de la voluntad del Padre (El ángel del Señor anunció a María) y su perfecto cumplimiento (He aquí la esclava del Señor) engendran espiritualmente a Cristo en nosotros (El Verbo se hizo carne), por obra del Espíritu Santo. El dinamismo completo de la fe lleva consigo también hacer presente a Cristo en el mundo (Y habitó entre nosotros) El misterio de la incorporación a Cristo consiste, fundamentalmente, en que Cristo sea engendrado en nosotros y, a través de nuestra vida, dado a luz para el mundo.
[11] L G 53

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