SINTESIS DE MARIOLOGÍA
PEDRO ANDRÉS DAZA CORREA
SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ
SAN JOSÉ DE CÚCUTA
2014
INTRODUCCIÓN
La Mariología, como ciencia, es de reciente
creación. Las verdades que habían sido transmitidas por la revelación y
explicadas por los Padres, vinieron después a convertirse en un tratado
teológico por obra de los teólogos medievales, principalmente por S. Bernardo,
S. Alberto Magno, Santo Tomás y Escoto. El núcleo primitivo de un especial
tratado teológico "de la Bienaventurada Virgen" se encuentra en la Summa Theologica 3 q.27 y siguientes.
En los primeros siglos del Cristianismo:
·
La Iglesia naciente se reúne en torno a
Ella en el Cenáculo de Jerusalén (Hch: 1,14).
·
Los primeros símbolos la mencionan como
la Madre de Jesús por obra del Espíritu Santo. Se cita por su especial
intervención en el misterio de la Encarnación y, en relación con este misterio,
por su papel único en la obra de la Redención.
Como expresión y fundamento del modo en que Dios
quería salvar a la humanidad, la venida del salvador a este mundo tuvo lugar
por el mismo camino que discurre la venida de todo hombre: siendo
engendrado por una mujer de la que recibe no sólo la carne y la sangre, sino
también la pertenencia al género humano y a un pueblo determinado.
La participación de la «mujer» en el misterio de la
encarnación es algo positivamente querido por Dios hasta tal punto que no se
puede captar el misterio de Cristo, si no se acepta también que la manera en
que entró a formar parte del género humano fue encarnándose «por obra del
Espíritu Santo» de Santa María Virgen.
Esta vinculación de María con todo el misterio de
Cristo es lo que condujo a la Iglesia a profundizar el papel de la Virgen en la
obra redentora de su Hijo, tanto que dentro de la constitución dogmática Lumen
Gentium que es sobre la Iglesia dedicó el capítulo VIII a la Madre del
Redentor, como signo de que la bienaventurada Virgen María entra dentro de la
reflexión de toda la historia de la salvación y no como un tema ajeno a
ella.
LA SANTÍSIMA VIRGEN
MARÍA
1.
LA VIRGEN MARÍA EN EL MAGISTERIO
CONTEMPORÁNEO
1.1 Lumen
Gentium
En una estudiada y apretada síntesis la Constitución
Sacrosanctum Concilium afirma en el número 103: en la celebración de este ciclo anual de los misterios de Cristo, la
santa Iglesia venera con amor especial a la bienaventurada Madre de Dios, la
Virgen María, unida con lazo indisoluble a la obra salvífica de su Hijo; en
ella, la Iglesia admira y ensalza el fruto más esplendido de la redención y la
contempla gozosamente como una purísima imagen de lo que ella misma, toda
entera, ansía y espera ver.
Estas
palabras expresan la comprensión que la Iglesia tiene de María, de su
persona y de función en el plano de la historia de salvación. Ha costado muchos
esfuerzos y muchos intentos diversos el llagar a esta situación. Gracias
precisamente al Concilio, tanto a los movimientos teológicos que lo precedieron
y prepararon como a la investigación teológica posterior y a otros grandes
documentos del Magisterio contemporáneo (Marialis
Cultus y Redemptoris Mater principalmente) la mariología salió de un largo
período de crisis. No sucedió sin convulsiones. Fue preciso, en primer lugar,
remontar el proceso de “secularización” interna del cristianismo, que tendía
insensiblemente a reducir la importancia de lo sobrenatural, de la acción de la
gracia, y, por tanto, también del papel de los santos en la vida de la Iglesia.
El contenido de la mariología preconciliar: La mariología[1]
aparece fundamentalmente como una prolongación de la Cristología, en la que se
atiende sobre todo a la grandeza y
dignidad de María, centrándose en los privilegios personales y en la
glorificación de su personalidad (llegándose incluso, en algunos casos, a
firmar cosas exageradas o poco matizadas: la ausencia del débito del pecado
original, la visión beatifica…)
El método: era fundamentalmente deductivo y
abstracto, y con escasa referencia sistemática a la Sagrada Escritura, suya
única función (casi) era dar consistencia a tesis previamente admitidas,
mediante el uso aislado de los diversos textos. Los principios básicos de esta
mariología eran:
1.
Singularidad trascendente: En virtud de este principio, María es
constituida en un orden aparte, con privilegios que no competen a las demás
criaturas.
2.
Analogía con Cristo: En base a esta semejanza, se tiende a
admitir en ella proporcionalmente –pero en el más alto grado posible- las
prerrogativas de Cristo: inmortalidad, ciencia infusa, ciencia de visión)
3.
Eminencia: Se atribuyen a María en grado
eminente las gracias concedidas a los demás santos.
4.
Conveniencia: Este principio exige para María las
perfecciones requeridas por su dignidad de Madre de Dios. El dogma de la
maternidad divina era precisamente el punto de partida de toda la reflexión
5.
Por último, sólo la Escritura, son la
Tradición, es fuente de revelación: cualquier desarrollo teológico que no tenga un apoyo
claro en la Escritura se considera ilegítimo.
La mariología es justamente la afirmación de la existencia
de una persona en quien concreta en quien esos
principios no se han realizado porque María ha colaborado con Dios,
desde su propia libertad, en la salvación de los hombres, uniéndose íntimamente
a su Hijo y a su pasión, de modo que, sin negar la única y exclusiva mediación
de Cristo, se convierte de algún modo en mediadora con Cristo (en grado
subordinado) y en Cristo. Además, es precisamente la mariología unas de las
disciplinas teológicas en las que más se acusa la influencia de la historia misma de la Iglesia (algunos dogmas
marianos no están contenidos –al menos explícitamente- en la Escritura).
Giro conciliar
El punto de partida del capítulo VIII de la Lumen
Gentium es histórico-salvífico. Con ello se evita la impresión de la Virgen
María como una pieza suelta en todo el desarrollo teológico. Se acentúa más
bien la presencia y función de la Virgen en la
historia de la salvación:
1.
En
la antigua Alianza es prefigurada como madre del Mesías, como la excelsa hija
de Sión y como unas de los pobres de Yahvé.
2.
En
la plenitud de los tiempos aparece como la madre de Jesús, consagrada a El y
por su obediencia, concausa de salvación.
3.
En
el tiempo de la Iglesia, destaca su función maternal al servicio de la
mediación de Cristo. El culto de María conduce en la vida de la Iglesia al
culto del misterio trinitario, y, por otra parte, María es imagen y principio
de la Iglesia.
1.2 Análisis
del capítulo VIII de la Lumen Gentium
Ideas claves del Cap. VII de la Lumen Gentium
Si los Padres Conciliares decidieron incluir la
Mariología en el documento sobre la Iglesia fue gracias a lo que podríamos
llamar “redescubrimiento” d la gran Tradición antigua y medieval, a la
“relectura” de los Padres de la Iglesia y al “retorno” a las fuentes bíblicas, propiciado por la conjunción
de los movimientos como el patrístico, el
bíblico y el litúrgico entre otros, que, en el terreno de la mariología, estudiaran y pensaran la
figura de María en el contexto de la historia de la salvación. Esta es la gran novedad del documento conciliar. El
concilio no aportó en lo mariológico
novedades doctrinales, se limitó a afirmar la doctrina tradicional expresada a
lo largo de la Tradición en los textos
litúrgicos, en los documentos magisteriales –algunos de ellos de carácter
dogmático-, en los escritos teológicos y en la piedad popular. La novedad
radical fue el contexto en el que fue colocada la figura de la Virgen María:
aparece como una criatura con un papel singular en la historia de la salvación,
destinada a ser Madre de Cristo, la Madre del Salvador.
La otra novedad y originalidad de este documento
estriba precisamente en lo que se refiere a la maternidad divina. En el momento de la celebración del Concilio había
una cuestión especialmente debatida entre los teólogos: ¿cuál ha de ser el
principio organizador de toda la mariología, si se quiere que sea realmente una
disciplina sistemática, es decir, un verdadero tratado teológico y no un simple
enunciado de afirmaciones dogmáticas? Para hacer de la mariología un tratado teológico de carácter científico era
preciso encontrar un elemento central y aglutinante, un principio organizador
que diese unidad a las afirmaciones tradicionales cristianas sobre la figura de
María. El Concilio encontró este principio organizador en la maternidad divina[2].
Ella fue “predestinada” por Dios para ser la Madre de Cristo. El ser Madre del
Mesías, del Hijo de Dios, es lo que determina plenamente su misión en el
conjunto de la historia de la salvación y al mismo tiempo lo que determina
sustancialmente su existencia espiritual, su relación con Dios y con los
hombres.
1.3 Síntesis del documento conciliar
La misión de la Virgen María es, principalmente, la
de ser Madre de Cristo y, por tanto, la Madre de Dios. Podemos decir que éste
es el núcleo central de la mariología en la misma medida es que es el misterio
que determina radicalmente la existencia espiritual de esta mujer de Israel.
Puesto que se trata de una misión al servicio del acontecimiento central de la
historia de la salvación –la Encarnación del
Hijo de Dios-, la Virgen María fue predestinada desde el principio y,
por lo mismo, anunciada ya en las Escrituras del Antiguo Testamento, que son
anuncio del Nuevo:
Los
libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación en la cual
se prepara, paso a paso, el advenimiento de Cristo al mundo (55)
Así el Concilio puede afirmar que ella es insinuada
proféticamente en la promesa de la victoria sobre la serpiente, dad a nuestros
primeros padres caídos en pecado. Fue también proféticamente anunciada en Is 7,
14, cuando el profeta anuncia al rey Acaz el nacimiento de un niño del seno de
una virgen. Otro texto citado por el
Concilio en este mismo número es Miq 5, 2-3. Entre las figuras que
aparecen como anuncio profético de María figuran los “pobres de Yahvé” y la
“hija de Sión”, títulos que de alguna manera delinean cuál será la fisonomía
espiritual de María y su función en la historia de la salvación.
María, Madre de Dios,
en el Nuevo Testamento
La Madre de Salvador es “presentada” por los
evangelios en el relato de la anunciación. El ángel saluda a María llamándola
“llena de gracia”, expresión en la que el Concilio ve la gracia de la
Inmaculada Concepción, gracia de preservación del pecado en orden a preparar
una digna morada al Espíritu Santo, tal como reza la liturgia de la Iglesia. En
virtud de esta no-contaminación de María por el pecado, la Tradición de la
Iglesia, ya desde la época de los Santos Padres, acostumbro llamar a la Madre
de Dios toda santa e inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el
Espíritu Santo y hecha nueva criatura (56).
La maternidad es un acto humano, que engloba la
totalidad de la persona; no es, pues, un acto puramente genético-biológico. Así
habría sido de no haber mediado su respuesta absolutamente libre y personal:
habría sido engendrado en ella el Verbo de Dios sin su colaboración personal…
de este modo su contribución se habría limitado a dejarse invadir pasivamente
por el Espíritu Santo… a “prestar” el seno. Esto habría ido en detrimento de la
plenitud de la encarnación… el Hijo de Dios tuvo verdaderamente una madre -no
sólo un seno en que refugiarse- porque esta mujer aceptó por la fe, con el
corazón libre, con la plena decisión de su voluntad, ponerse al servicio de la
voluntad divina y dar su carne, por obra del Espíritu Santo, al Hijo de Dios.
Un aparte del concilio dirá; “los Santos Padres
estiman a María, no como un mero instrumento pasivo, sino como una cooperadora
a la salvación humana por la libre fe y obediencia. Por eso, no pocos padres
antiguos en su predicación, gustosamente afirmaban: “El nudo de la
desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la
virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe”; y
comparándola con Eva, llaman a María Madre de los vivientes, y afirman con
mayor frecuencia: “La muerte vino por Eva; por María, la vida”.
Si es toda la existencia de María a que en el ”sí”
dado al ángel se presenta como acto de
servicio a la voluntad del Padre, al servicio de su Hijo, entonces queda dicho
también que la maternidad divina de María no es solamente un acto puntual, el
momento generativo en el sentido biológico, sino que es el misterio que abarca
su vida entera. Su maternidad es acto de servicio, su modo concreto de
responder a la vocación divina, y por eso es madre durante toda la existencia de
su Hijo. Algo que parece evidente, que pensamos sin dificultad respecto de
cualquier otra madre humana, pero que a veces en el caso de María ha quedado
también oscurecido. La maternidad de María define completamente la relación que
ella tuvo con Cristo a lo largo de su existencia terrena, uniéndose a la obra
de su Hijo, en calidad de Madre.
Maternidad como
servicio a la Mediación de Cristo
Lo primero que subraya el Concilio en esta tercera
parte del capítulo VIII es que María es la esclava del Señor en la obra de la
redención y de la santificación. Esto es especialmente importante. El único
Mediador de la salvación es Cristo y, sin embargo, afirmamos que María es Madre
de la Iglesia y que, como tal, intercede por ella y es de algún modo mediadora.
Es preciso subrayar, como hace el Concilio, que la misión maternal de María
hacia los hombres de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única mediación
de Cristo, sino más bien muestra su eficacia, lejos de impedir la mediación,
fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.
Maternidad espiritual
La buenaventura Virgen, predestinada, junto con la
Encarnación del Verbo, desde la eternidad, cual Madre de Dios, por designio de
la Divina Providencia, fue en la tierra la esclarecida Madre del Divino Redentor,
y en forma singular la generosa colaboradora entre todas las criaturas y la
humilde esclava del Señor.
Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo,
presentándolo en el Templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras Él moría
en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, en la fe, la
esperanza y la encendida caridad en la restauración de la vida sobrenatural de
las almas: por tal motivo es nuestra en el orden de la gracia (61).
María, Virgen y Madre,
tipo de la Iglesia
Lo primero que hay que decir que la virginidad de
María no es vista en primer lugar como una virtud personal de la madre de
Jesús, ni siquiera como un resultado de su espiritualidad y de su ascética… es
decir, no es tratada como una cualidad personal de María en relación con su
santidad, sino más bien como un aspecto de su maternidad; en segundo lugar,
como una muestra más del servicio que presta con toda su existencia a la obra
de su Hijo y, por último, es considerad en relación “tipológica” con el misterio
de la Iglesia que también es virgen y madre. La virginidad de María es por
tanto, en primer lugar, un aspecto de su maternidad.
Por ello el Concilio respecto de la Iglesia nos
dice:
Porque en el misterio de la Iglesia que con razón también
es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la precedió,
mostrando en forma eminente y singular el modelo de virgen y de la madre, pues
creyendo y obedeciendo engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto
sin conocer varón, cubierta con la sombre del Espíritu Santo, como una nueva
Eva, practicando una fe, no adulterada por duda alguna, no a la antigua
serpiente, sino al mensaje de Dios. Dio
a luz al Hijo a quien Dios constituyó como primogénito entre muchos hermanos
(Rom 8,29), a saber, los fieles en cuya generación y educación coopera con
materno amor (63).
¿Cuáles son los criterios de esta interpretación
tipológica? En primer lugar, dos afirmaciones de la fe: María es Virgen-madre, y la Iglesia es
también llamada tradicionalmente virgen y madre. Se establece entre María y la
Iglesia una relación de ejemplaridad. María es Virgen por que engendra a su
Hijo por obra del Espíritu Santo (sin otra intervención humana), lo engendra
por tanto espiritualmente aunque esto no quita nada al realismo “carnal” de la
concepción y del nacimiento, pero por el mismo motivo y del mismo modo –por
obra del Espíritu Santo- es Madre. Como Madre vive consagrada su Hijo, y lo
hace con tal exclusividad que permanece Virgen para siempre al cuidado de su
Hijo y en su seguimiento. Así también la Iglesia es Madre porque engendra a sus
hijos a la vida sobrenatural, pero lo
hace espiritualmente también por intervención divina, la intervención del
Espíritu Santo tanto en el sacramento de la generación (bautismo) como en el
sacramento de la regeneración (penitencia) que devuelve a sus hijos la vida
sobrenatural perdida por el pecado. La Iglesia es Madre porque cuida de sus
hijos hasta llevarlos a la vida eterna, y es Virgen porque lo hace en una
radical consagración y disponibilidad a la voluntad del Padre.
De esta relación “ejemplar” entre María y la Iglesia
se sigue que la Iglesia está llamada a imitar las virtudes de María, siguiente
tema que desarrollara el Concilio,
teniendo en cuenta lo ya dicho: que en María se da la perfección de la
santidad, y por eso es tipo perfecto de la Iglesia, en la Iglesia, realidad
divina compuesta por hombres, esta santidad está en camino:
Mientras
que la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se
presenta sin mancha ni arruga (Ef.
5,27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad
venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante
toda la comunidad de los elegidos, como
modelo de virtudes (65).
María, signo de esperanza cierta y consuelo
para el pueblo de Dios peregrinante
Por último, el Concilio desarrolla este “titulo” de
María, que tiene que ver con todo su misterio pero en particular con el dogma
de la Asunción a los cielos en cuerpo y alma.
También en este caso el Concilio aborda el tema
desde el punto de vista de la historia de la salvación y desarrollando el
paralelismo María-Iglesia, es decir, destacando la relación de María con la
Iglesia. El núcleo está en esta primera afirmación del # 68:
Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma
manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y el
principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta
tierra, hasta que llegue el día del Señor (2 Pe 3, 10), antecede con su luz al
Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y consuelo.
De nuevo es María presentada como tipo de la
Iglesia, es decir, como imagen del misterio profundo de la Iglesia, de aquello
que la Iglesia es ya, en virtud de la acción de Dios, sobre ella y de lo que
está llamada a ser cuando llegue a la perfección de la Jerusalén celestial.
María es así, en virtud de la Asunción a los cielos, la primera discípula de
Cristo que ha alcanzado plenamente la meta, anticipándose a ella, en virtud de
su unión a Cristo, y como anticipo de lo que espera a todo cristiano, al cuerpo
de Cristo que es la Iglesia, la salvación plena y la definitiva, la vida eterna
que sucederá a la resurrección del cuerpo. En tal sentido, puesto que en ella
ya se ha realizado lo que esperamos, es signo de esperanza cierta y a la vez de
consuelo en medio de las tribulaciones del pueblo de Dios que todavía peregrina.
1.4 María en la historia de salvación
Cuando hablamos de la salvación realizada por Dios
Padre a través de su Hijo Jesucristo, hecho hombre para salvarnos, tenemos
necesariamente que referirnos a María. Pues el acontecimiento de Cristo no
sucedió sin María. Así como Dios no operó el evento salvífico al margen de la
historia humana, sino que entró en ella mediante la encarnación, de igual modo
al encarnarse lo hizo sometiéndose a las leyes del ser humano, a la maternidad
de María[3].
Desde este punto de la historia de la salvación se ven claros la cooperación y
puesto de María, en el evento salvífico.
Es claro el lugar y la importancia de María en el
equilibrio antropológico esencial respecto a la teología ya que ésta tiene por
objeto no a Dios en sí, sino a Dios salvador de los hombres (Heb 11,6). El
puesto primordial de María en el origen del
ismo Cristo es un signo ineludible del origen del cristianismo. Ella
manifiesta y anticipa la función inaugural y dinámica que Cristo y el evangelio
concedieron a las mujeres desde la encarnación hasta después de la
resurrección. El lugar teológico de María, madre de Dios, es ante todo la encarnación, pero
también la comunión de los santos.
La Encarnación
El papel de María en el evento salvífico parte de su
maternidad divina. Ella fue llamada (Lc 1, 28-38) a ejercer un papel -fundador
en el plano corpóreo- teologal. De ella tuvo Cristo su cuerpo y su vida humana;
es la primera persona humana que estuvo en comunión con Cristo; introduce a
Dios Hijo en el cosmos, en la historia, en la raza y en la familia humana; humanizó
a Dios, quien primero la divinizó por pura gracia como lo expresan las palabras
de la anunciación (Lc 1, 28ss).
Ella es el comienzo y el tipo de la divinización por
la que todos los hombres somos llamados a compartir la vida de Dios (Jn 10,
35).
La encarnación no significa solamente que el Hijo de
Dios asume un cuerpo y una vida de hombre, sino también su entrada en comunión
con el hombre, con el pueblo cuya fe había formado durante dos mil años. Es
importante destacar que María no es un simple medio físico elegido por Dios
–mujer-objeto- para incorporarse a la humanidad, sino que ella es una
interlocutora consciente, creyente, capaz de comunión y libre para responder a
la iniciativa divina (Lc 1, 26-56).
Esta encarnación aceptada por María hace también que
su maternidad sea una “Maternidad Redentora”, pues por ser ella la que más
parte tuvo en el plan de Dios ocupa el primer lugar entre los redimidos[4].
La Comunión de los Santos
María es la más cercana a Cristo, la que participa
más íntimamente de la vida divina y la más cercana a los hombres, por eso la
Iglesia vive en la presencia de María.
La anunciación inaugura la comunión de los santos
con el primer acto teologal del N. T. –en contraste con el sacerdote Zacarías
(Lc 1, 20.45)-. Es el prototipo de la fe de la Iglesia, es la primera adhesión
de una rescatada por gracia a Cristo, a su persona de hijo de Dios (Lc1,
32-35), a su humanidad (Lc 1, 30-32). La fe de María en la anunciación era
total, sin reservas. Está en plena comunión con el Santo, por eso precede a la
Iglesia junto a Cristo en toda su obra salvadora. Anticipa la gloria
escatológica y por eso es hoy el icono escatológico de la Iglesia que marcha
hacia su Señor[5].
María en la obra de Salvación
María pertenece profundamente a las raíces mismas de
la salvación; encarna la integridad del cristiano; pertenece a todos los
periodos de la salvación. Su f homologa a la de Abraham; pone fin al tiempo
anterior a Cristo[6].
Introduce a Cristo en la historia y lo acompaña desde su origen hasta su muerte
en el calvario. Su presencia en pentecostés inaugura el tiempo de la Iglesia.
María en la obra de salvación nos manifiesta:
Ø
El
respeto de Dios por el hombre al que salva en una comunión de libertad, amor y
acción.
Ø
La
importancia, con frecuencia oscurecida, de las mujeres en la obra salvífica.
Ø
Su
cooperación con Cristo –desde la encarnación-, la cual ha sido reconocida a lo
largo de toda la historia con una serie de títulos, como: abogada, ayuda
del nuevo Adán, auxiliadora, reina,
mediadora, madre de los hombres (Jn 19, 25ss). Esa maternidad universal sobre
la Iglesia se exalta con su glorificación corporal –Asunción-
2.
LOS DOGMAS MARIOLÓGICOS
2.1 María
Madre de Dios
Que María es Madre de Dios lo afirma implícitamente
el Evangelio: María es madre de aquel a quien Mateo llama “Dios con nosotros”
(Mt 1,23; 28,20), “Madre del Señor” (Lc 1,42; 2,11).
Fue en Egipto donde apareció, en el siglo II, el
título de “Madre de Dios”, que en griego se toma luego como Theotókos; éste
título se entiende por todo el occidente durante el siglo IV.
Más tarde apareció una divergencia con la doctrina
de Nestorio, quien llamaba a María: Christotokos –la que pare a Cristo-,
disputa que se agravo cuando uno de sus seguidores negó abiertamente el título
de Theotókos a la virgen María. Este título se negaba basándose en la teoría de
que existían en Jesucristo dos personas distintas: una el Verbo Divino y otra
la de Jesús terreno, unidas solamente en una unión moral. Por tanto, María era
madre del hombre Jesús, pero no la Madre Dios.
Esta doctrina de Nestorio fue condenada en el
concilio de Éfeso (431):” No se puede decir que nació de la Santísima Virgen
como otro hombre cualquiera, de tal modo que el VErbodescendió sobre El
solamente después de su nacimiento, sino más bien que se unió –a la carne- en
el seno de María y así nació según la carne y fue su nacimiento el nacimiento
de la carne… Por esta razón los Santos Padres han declarado claramente Theotókos a la Santísima Virgen”.
El dogma así definido fue la piedra angular de la
mariología. La creencia encerrada en la palabra Theotókos representaba, por una parte, la confirmación de la maternidad divina de
María, por la otra, que tomó la naturaleza humana sin mengua de la unidad de la
persona divina.
2.2 María
siempre Virgen o inmaculada Concepción
La concepción virginal tiene una importancia central en la Sagrada
Escritura y en la Tradición cristiana que la interpretan sin ninguna
vacilación. En los evangelios de la infancia esta realidad es clara (Mt 1, 16-25;
Lc 1, 28-38). Mateo que comenzó deliberadamente su evangelio con una genealogía
(1, 1-16) en la que el hijo de cada generación se convierte en el padre de la
siguiente termina un corte extraño; no dice: José engendró a Jesús, sino que
Jacob engendró a José esposo de María, de la que fue engendrado Jesús, llamado
el Cristo. En Lucas la concepción ocupa igualmente el centro del relato (1,27).
Mateo y Lucas expresan la novedad de Cristo en un
sentido completamente distinto al judío y al de las culturas paganas que sólo
conocían las teogonías –uniones eróticas de dioses con mujeres de las que
nacían semidioses o héroes-. Los evangelistas por el contrario atribuyen éste
nacimiento al Espíritu Santo quitando todo simbolismo mitológico respecto a
Dios Padre. Este Espíritu no es dado formalmente como un agente, sino como
garante de que este niño es Dios con nosotros –Emmanuel- según Mateo 1,
23. Para los evangelistas, Jesús no es
un Dios para ser engendrado humanamente por Dios. Es Dios con Dios antes de
llegar hacer hombres con los hombres. La concepción virginal no es el
fundamento de su divinidad, sino que es signo de ella[7].
En los credos primitivos y con San Pablo (Gál 4,4)
no sólo se afirma que Cristo nació de mujer, sino que “nació de la Virgen
María. Esto lo reafirma el concilio de Éfeso y es creído por la Iglesia. Sin
embargo esto desencadeno unas disputas, pues, si bien se aceptaba la virginidad
antes del parto, era difícil aceptar su integridad después del nacimiento de
Cristo. Muchos concilios discutieron este asunto, pero fue en el tercer
concilio de Letrán donde se definió (649) con estas palabras: “si alguno,
contra la opinión de los Santos Padres, no afirma que la Santa e Inmaculada María, siempre virgen, es
verdaderamente la madre de Dios, puesto que ella, en la plenitud del tiempo y
sin intervención de varón, concibió al Verbo mismo por obra del Espíritu Santo,
el cual había nacido de Dios Padre antes de todos los siglos, y le dio a luz
sin perder su integridad, conservando después inmune su virginidad…, sea
anatema”[8].
Esta exaltación de la virginidad de la
María tuvo como consecuencia la exaltación de su santidad personal, es
decir, María libre de pecado original. Tema tratado en el concilio de Trento y
que finalmente el papa pio IX, el ocho de diciembre de mil ochocientos
cincuenta y cuatro, lo define como dogma. Este dogma de la Inmaculada Concepción quiere afirmar que
María desde el momento mismo de su concepción no tuvo mancha de pecado original,
esto por la gracia de Dios, por los méritos
de Cristo y como excepción única dentro del género humano.
2.3 Asunción
de María a los cielos
El nombre de “Asunción” aparece por primera vez en
occidente en tiempo del papa San Adriano (772-795). Anteriormente se llamaba a
esta fiesta “la dormición de nuestra señora”. Pio IX afirma que no se puede
dudar de que la Asunción se desprende de la doctrina de la inmaculada
Concepción.
El pontificado de Pio XII se distingue por la
abundancia de doctrina sobre la Asunción. El primero de noviembre de mil
novecientos cincuenta el santo padre definió la Asunción de Nuestra Señora en
cuerpo y alma a los cielos como verdad revelada por Dios (Munificenttissimus
Deus)[9]
con las siguientes palabras: “al término de su vida terrestre, la inmaculada
Madre de Dios, María siempre Virgen, fue asumida en el cielo, en cuerpo y alma,
en la gloria celestial”.
3.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA “MARIALIS CULTUS”
El vaticano II ha puesto las bases para una amplia
reforma litúrgica en la Iglesia, que ha sido introducida en los años siguientes
por obra de Pablo VI. En el ámbito de
esta reforma, también el culto a María ha sido directamente afecto. En
el nuevo calendario, las fiestas marinas han sido dispuestas de tal modo que
contribuyan a poner de relieve las etapas más significativas de la historia de
la salvación, en las que la figura central de Cristo se impone como el centro
de la vida cristiana. Así la celebración
de la persona de María se revela como un
reflejo del culto dado al salvador, al que la Madre ha sido estrechamente
asociada.
Pero es sobre todo en la exhortación apostólica Marialis cultus con lo que Pablo VI
afronta expresamente la cuestión del culto mariano en su conjunto. La
renovación del mismo es el tema de la segunda parte del documento pontificio,
que comienza justamente con un claro planteamiento de los términos del
problema: “No obstante, como es bien sabido,
la veneración de los fieles a la Madre de Dios ha asumido formas múltiples
según las circunstancia del lugar y de tiempo, la diversa sensibilidad de los
pueblos y su diferente tradición cultural. De aquí deriva que las formas en que
tal piedad se ha expresado, sujetas a la usura del tiempo, aparezcan
necesitadas de una renovación que permita sustituir en ella los elementos
caducos, dar valor a los perennes e incorporar los datos doctrinales,
adquiridos por la reflexión teológica y propuestos por el magisterio
eclesiástico. Esto demuestra la necesidad que las conferencias episcopales, las
iglesias locales, las familias religiosas y las comunidades de fieles favorezcan una genuina actividad
creadora y procedan, al mismo tiempo, a una diligente revisión de los
ejercicios de piedad hacia la Virgen María: revisión que auspiciamos respetuosa
de la sana tradición y abierta a acoger las legítimas instancias de los hombres
de nuestro tiempo” (MC24).
Como todo fenómeno humano, el culto a María consta de expresiones dictadas
por las circunstancias históricas, por la sensibilidad y la psicología de los
creyentes, por las diferentes tradiciones culturales de los pueblos. Estos
elementos pueden cambiar con el paso del tiempo y a veces es necesario que sea
así, por diversas razones. Sobre todo porque el culto puede caer en formas
falsas o desviadas. Pablo VI recuerda explícitamente algunas de estas
deviaciones: vana credulidad, el sentimentalismo estéril, la manías de nuevas
curiosidades, la búsqueda de efectos miraculistas, la mezcla de intereses personales, asuntos comerciales y asuntos
económicos (MC 38; LG 67) En estos casos la renovación se hace urgente para que
las formas de la piedad respondan a la verdadera naturaleza y a la verdadera
finalidad del culto cristiano.
Permanece, pues, siempre la exigencia de adecuar las
formas de la piedad a las instancias del
pueblo de Dios, a sus justas aspiraciones, dictadas por la fe y la devoción
interior, ya que el culto es dado por el hombre concreto, histórico y no puede
estar subordinado a los dictámenes de una normativa puramente abstracta.
3.1 Notas
características
Por las
susodichas el culto mariano debe ser adaptado a las actuales circunstancias
dela vida cristiana. En base a estos principios, Pablo VI iluminan cuatro notas
que deben distinguir una válida devoción a la Virgen en la Iglesia de hoy y que
“emerge de la consideración de las relaciones de la Virgen María con Dios
Padre, Hijo, y Espíritu Santo, y con la Iglesia” (MC 29).
3.1.1
Nota
Trinitaria
Es estrictamente postulada por el hecho de que el
culto mariano es parte intrínseca del único culto cristiano. Éste, efectivamente,
“es, por naturaleza, culto al Padre, al Hijo, y al espíritu Santo, o mejor
–como se expresa la liturgia –al Padre por Cristo en el Espíritu” (MC 25) Por
eso todo honor atribuido a María no puede detenerse en su persona, sino que
debe resolverse, en última instancia, en un acto de alabanza y de gracias al
Dios trino, que ha levantado a la Virgen a cumbres tan altas de santidad.
3.1.2
Nota
Cristológica
María ha tenido una inserción única y privilegiada en la economía salvífica,
donde el primado de Cristo es absoluto y todo es relativo a él, comprendida su
madre: “En la Virgen María todo es relativo a Cristo y todo depende de Él: en
vista de Él Dios Padre, desde toda la eternidad, la eligió madre toda santa y
la adornó con dones del Espíritu, concedidos a ningún otro. Ciertamente la
genuina piedad cristiana no ha dejo nunca de poner en luz el indisoluble
vínculo y la esencial referencia de la Virgen al divino salvador. No obstante,
a nosotros nos parece particularmente conforme a la orientación espiritual de
nuestra época, dominada y absorbida por la cuestión de Cristo, que en las
expresiones de culto a la Virgen tenga de especial relieve el aspecto
cristológico y se haga de modo que reflejen el plan de Dios, que preestableció,
con un solo y mismo decreto, el origen de María y la encarnación de la divina
Sabiduría” (MC 25; Cf. LG 66) El texto continua reclamando las ventajas que
derivarán de esta renovación cristológica de la devoción mariana: un
consolidarse de la piedad misma para la madre de Jesús y un crecimiento del
culto hacia Cristo, porque “mientras es honrada la madre, el Hijo, al que todas
las cosas se vuelven y en el que plugo al eterno Padre hacer residir toda la
plenitud, sea debidamente conocido, amado, glorificado y sean observados sus mandamientos”
(LG 66).
3.1.3
Nota
Neomatológica
Redescubrir la importancia de la intervención del
Espíritu Santo en María significa sacar a la luz una riqueza teológica y
espiritual incomparable de la tradición cristiana y subrayar un momento
culminante de la acción del mismo
Espíritu santificador en la historia de la salvación (MC 26) Por eso Pablo VI
exhorta a todos, pero “especialmente a los pastores y teólogos, a profundizar
la reflexión sobre la acción del Espíritu en la historia de la salvación y a
hacer que los textos de la piedad
cristiana iluminen debidamente su acción vivificante. De tal profundización
emergerá, en particular, la arcana relación entre el Espíritu de Dios y la Virgen de Nazaret y su
acción sobre la Iglesia; y por los contenidos de la fe, más profundamente
meditados, derivará una piedad más intensamente vivida” (MC 27).
3.1.4
Nota
Eclesiológica
El puesto que María ocupa en el seno de la Iglesia
no puede ser ignorado por los fieles, los cuales deben reconocerlo también en
los hechos con que se expresan su culto a ella (MC 28) que, “en la Iglesia
santa ocupa, después de Cristo, el puesto más alto y el más cercano a nosotros”
(LG 54) Es ésta una riqueza que los latinos pueden recuperar ulteriormente del
cristianismo oriental, en el que incluso los elementos arquitectónicos e
iconográficos contribuyen a ponerla en luz. El mismo Vaticano II, ilustrando la
naturaleza de la Iglesia, como familia, pueblo y reino de Dios y como cuerpo
místico de Cristo, abre un cambio más fácil a la comprensión del papel de María
en la Iglesia misma y de su puesto en la comunión de los santos. María y la
Iglesia, efectivamente, son dos realidades que poseen muchos elementos en
común: ambas son fruto de la acción santificadora del Espíritu; ambas son madre
de Cristo porque colaboran en la regeneración y en la formación espiritual de
sus miembros; ambas están unidas en una acción apostólica que tiende hacer
continuamente presente el reino de Dios en la realidades del mundo.
3.2 Orientaciones
Para introducir y reforzar las susodichas notas
características del culto mariano, la exhortación apostólica expone algunas
orientaciones que deben seguir la obra de renovación de la Iglesia en el culto
mariano.
3.2.1
Orientación
bíblica
La renovación bíblica es un fenómeno que interesa a
todos los sectores de la vida cristiana y de la teología y, en el caso
específico de la piedad, la Biblia ha llegado a ser casi el “libro fundamental
de oración” (MC 30) Está feliz situación es el
resultado de un importante progreso de la exegesis y de la teología
bíblica, de la difusión de la biblia entre el pueblo cristiano y muy
seguramente de una misteriosa intervención del Espíritu Santo. De esta
renovación bíblica, el culto a la Virgen no podrá más que sacar profunda
ventaja. Efectivamente, “la Biblia, proponiendo de modo admirable el designio
de Dios para la salvación de los hombres, está toda ella impregnada del
misterio del Salvador y contiene también, desde el Génesis hasta el
Apocalipsis, claras referencias a aquella que fue del Salvador madre y cooperadora”
(MC 30) Esta orientación no debe llevar solamente a un uso literal de textos,
símbolos e imágenes escriturísticas, sino que debe conducir a deducir, de los
libros revelados, inspiración en la composición de las oraciones, de los cantos
y de los textos que sirven a la liturgia y a la devoción mariana. Pero es
necesario sobre todo que el culto mariano esté “permeado de los grandes temas
del mensaje cristiano”, que en la escritura encuentra su inspirada elaboración.
Los frutos de la aplicación de esta orientación son evidentes: los fieles, al
orar a María, se sentirán iluminados por la luz de la Palabra Divina y
estimulados para comportarse según la enseñanza y el ejemplo de la sabiduría
divina, encarnada en el seno de la Virgen, abandonado elementos puramente
anecdóticos en la devoción mariana, para afirmar los contenidos centrales y
tradicionales y poner la vida cristiana en relación con ellos.
3.2.2
Orientación
litúrgica
Después de que el Vaticano II reafirmase la posición
privilegiada de la liturgia en la vida orante de la Iglesia, Pablo VI vuelve
sobre el mismo principio reafirmando que “la liturgia, por su preeminente valor
cultual, constituye una regla de oro para la piedad cristiana” (MC 23) Por eso
hoy la Iglesia, aun fomentando las practicas marianas de piedad, recomienda que
también estas “sean ordenadas de modo que estén en armonía con la Sagrada
Liturgia, saquen de ella algún modo inspiración y, dada su naturaleza
grandemente superior, conduzcan a ella al pueblo cristiano” (SC 13) Por tanto, la
oración litúrgica debe cumplir una función educadora de la devoción popular.
Dos prácticas marianas populares se prestan mejor a dejarse permear del
espíritu litúrgico: se trata del Ángelus y del Rosario (MC 40-45)[10].
3.2.3
Orientación
ecuménica
Si ya el Vaticano II amonesta a los fieles para que
en el culto a María eviten lo que puede crear malentendidos con los hermanos
separados (LG 67), la exhortación de Pablo VI, después de haber sancionado esta
amonestación (MC 32), da un paso adelante considerando la impronta ecuménica
del culto mariano como una consecuencia del carácter eclesial de este culto.
Como tal debe reflejar las preocupaciones de la Iglesia, “entre las cuales, en
nuestros días, destaca el ansia por la recomposición de la unidad de los cristianos”.
El papa no deja de poner de relieve las preciosas contribuciones que otras
confesiones cristianas continúan aportando a la
piedad mariana. Por tanto, el ecumenismo ha de entenderse no sólo como
un compromiso para hacer aceptar por los hermanos separados la doctrina y el
culto católico, sino también como disponibilidad para acoger lo que estos
tienen de rico y positivo en su devoción a la Madre del Señor.
Reconocer estos puntos positivos no comportan que se
deban cerrar los ojos sobre las advergencias que todavía separan, especialmente
por lo que se refiere a la “función de María en la obra de salvación” (UR 20)
No obstante, la MC confía en que estos obstáculos no sean inseparables: “Porque
el mismo poder del Altísimo, que cubrió con su sombra a la Virgen de Nazaret,
obra en el actual movimiento ecuménico y lo funda, deseamos expresar nuestra
confianza en que la veneración a la humilde sierva del Señor, en la que el
Omnipotente hizo cosas grandes, se convertirá, aunque sea lentamente, no en un
obstáculo, sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes
en Cristo” (MC 33).
3.2.4
Orientación
antropológica
Una renovación eficaz del culto mariano no puede
prescindir de las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas.
En particular, debe tener en consideración la difundida mentalidad actual que
tiende a romper una radical desigualdad en la vida familiar, en la acción política y en campo social y cultural.
Un cierto tipo de devoción se limitaba a presentar a María como modelo solo por
su vida de escondimiento, de humildad y pobreza. La MC hace observar que la
Virgen es modelo no por el tipo de vida que llevó, sino porque en su concreta
situación “se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios” (MC 35)
Es normal que los creyentes hayan expresado siempre sus sentimientos de
devoción a la Virgen “según las categorías y las representaciones propias de su
época” (MC 36) Pero la devoción, por sí misma, no está ligadas a los esquemas
representativos y a las concepciones antropológicas de una determinada época
cultural; por esto sus expresiones concretas deben de estar sujetas a una
iluminada evolución.
Si se compara la figura de María, como aparece en el
evangelio, con los conocimientos antropológicos y los contenidos culturales que
condicionan la actual mentalidad religiosa, será fácil ver, a la luz del
Espíritu, cómo María se presenta verdaderamente como “espejo de las esperanzas
de los hombres de nuestro tiempo” (MC
37) En este orden de ideas, el papa cita como particularmente actual y
significativo el comportamiento de María en el misterio de la Anunciación,
donde ella da un ejemplo admirable de consentimiento activo y responsable a la
encarnación del Hijo de Dios y de la elección valerosa del estado virginal como
total consagración al amor de Dios. En el Magnifica
se manifiesta como mujer en absoluto “pasivamente remisiva o de una
religiosidad alienante”, sino como mujer valiente al proclamar las preferencias
divinas por los pequeños y los oprimidos. En el Calvario, María aparece como la
mujer fuerte en las pruebas de la vida; una madre en absoluto posesiva, abierta
a una dimensión materna universal.
Por encima de todas esta orientaciones, Pablo VI
reconfirma la validez de un principio ya formulado por el Vaticano II (LG 67):
evitar “tanto la exageración de contenidos o de formas que lleven a falsear la
doctrina, como la pereza de mente que oscurece la figura y la misión de María”
(MC 38) Un sabio equilibrio entre estos dos extremos negativos hará el culto
mariano genuino, sólido y cada vez más vigorosamente tendido a su objetivo
final que es “glorificar a Dios y comprometer a los cristianos a una vida del
todo conforme a su voluntad” (MC 39)
El culto mariano por tanto, cuando es rectamente
entendido y practicado, se transforma en un itinerario de gran crecimiento espiritual
para los creyentes. No puede haber vida cristiana autentica que no sea también
mariana. Es una regla que vale para todos los tiempos.
4.
REDEMPTORIS MATER
El papa firmó esta encíclica el 25 de marzo de 1987.
Su autor es el papa Juan Pablo II. El motivo de ésta fue la de preparar a la
Iglesia para la celebración del “año mariano” pues el santo padre desea que en
año 2000 se celebre con la mayor solemnidad y devoción posible, la
conmemoración del nacimiento del salvador y que ahora se prepara con la
celebración del nacimiento de la Virgen María. Busca además enardecer a la Iglesia en el más tierno y profundo amor a
María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia.
Se divide en tres partes:
4.1 María
en el misterio de Cristo (7-37)
Tres títulos orientan la contemplación del misterio:
o “María
es la llena de Gracia”. Cuya
vocación se inscribe en la vocación de todo cristiano conforme al proyecto
salvífico de Dios. María está vinculada definitivamente al misterio de Cristo
por la encarnación. El saludo del Ángel
a la Madre del Salvador significa el don especial del amor trinitario. María
aparece en el misterio de Cristo desde antes de la creación del mundo como
elegida para ser la madre del Hijo, confiada a la fuerza del Espíritu Santo,
eternamente amada, redimida por Jesucristo, inmaculada desde el comienzo y
señal de esperanza segura en la historia de la salvación.
o “Feliz
porque ha creído”. Con el asentimiento a la palabra del mensajero celeste,
María, por medio de la fe se confió sin reservas consagrándose totalmente a
Dios; concibió al Hijo en la mente antes que en su seno. Fue el primer paso con
el que inició su “peregrinar en la fe”, clave del misterio de la llena de gracia”.
o “Ahí
tienes a tu Hijo”. Si
por la fe se ha convertido en Madre física de Jesús, la proclamación desde la
Cruz ubica su maternidad dentro del misterio pascual convirtiéndola en una
participación nueva en el amor redentor del Hijo.
4.2 La
Madre de Dios en el centro de la Iglesia Peregrina
Se trata aquí la importancia que el culto a María
tiene para la unión de las Iglesias. “Los cristianos saben que su unidad se
conseguirá verdaderamente sólo si se funda en la unidad de la fe. Ellos deben
resolver discrepancias de doctrina sobre el misterio y ministerio de la Iglesia que nos lleven a valorar lo que es la
Iglesia en sí y la función de María en la obra de salvación.
La Iglesia
prosigue en camino marcado por María, expresado por ella en el magnifica,
optando preferencialmente por los pobres y humildes.
4.3 La
mediación de María
Expresa la función de María ante Cristo único
mediador y de la maternidad espiritual nacida de lo profundo del misterio
pascual del Redentor. Es una maternidad en el orden de la gracia que implora el Espíritu Santo para los
nuevos hijos de Dios, redimidos mediante el sacrificio de Cristo.
Profundiza también
el papa sobre la íntima relación que hay entre la Iglesia y la Madre del
Redentor. Ella ayuda a sus hijos a encontrar en Cristo el camino hacia la casa del Padre.
En la parte final el papa recuerda a Pio XII como el
primero en convocar al mundo cristiano a la
celebración del año mariano (1954) en conmemoración del primer
centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción. Los
objetivos que propone Juan Pablo II para la celebración del año son los
siguientes:
§ Relevar la presencia de María en el
misterio de Cristo y de la Iglesia.
§ Promover la lectura y profundización del
mensaje mariano conciliar en el contexto de la vida de la Iglesia siguiendo el
camino de la auténtica espiritualidad mariana propuesta en el concilio.
§ Recordar y celebrar cómo en el pasado de la Iglesia se testificaba la
especial cooperación materna de María en la
obra de la salvación.
§ Preparar frente al futuro las nuevas
vías de cooperación de María en la obra de la salvación, ante las perspectivas
y retos que ofrece al año 2000.
5. EL
MISTERIO DE MARÍA VIRGEN EN LA SAGRADA ESCRITURA
(Fundamentación bíblica
de la mariología)
Comenzamos un tema muy importante en cualquier
tratado teológico, pero especialmente muy importante por lo que atañe a la
mariología. Ya hemos dicho que bueno parte del desarrollo mariológico de la
Tradición católica se debe al empuje de la experiencia eclesial en su amplia
diversidad de formas (devoción popular, celebraciones litúrgicas, reflexión
teológica…) y sabido también que buena parte de la crítica que se hace a la
mariología católica se apoya en el poco fundamento que tiene –según los
criterios- en la Sagrada Escritura. Baste decir esto para justificar la
especial importancia de este capítulo.
5.1 SAN
MATEO
Dos pasajes son los que nos interesan especialmente,
el de la genealogía y el del anuncio a José, que ya desde ahora podemos
considerar como una ampliación o explicación de algunas de las irregularidades
de la genealogía. Es importante también caer en la cuenta del uso que en este
texto hace s. mateo de Is 7, 14, el primero de los oráculos del Emmanuel de
Isaías.
La genealogía de Jesús
Mateo abre el capítulo primero de su evangelio con
la siguiente afirmación: “Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abraham” (v. 1) Este título está inmediatamente concatenado a los vv. 2-16. De
hecho, el último hombre del v. 1 (Abraham) es retomado al inicio del v. 2:
“Abraham engendró a Isaac” y en los versículos que siguen (2-16) el evangelista
despliega el árbol genealógico de Jesús, llamado el Cristo.
Bajo la explícita declaración de evangelista mismo
(v. 17), esta lista de nombres que van de Abraham a Cristo (vv. 2-16) está
subdividida en tres grupos y cada grupo comprende catorce nombres. El primer grupo va de Abraham a David (vv.2-6); el
segundo desde el rey David hasta Jeconías y sus hermanos, en el tiempo de la
deportación en Babilonia (vv. 6B-11); el tercero cubre el periodo que parte del
exilio en Babilonia (con Jeconías como primer nombre) y llega hasta Cristo (vv.
12-16) LA finalidad de esta genealogía es la de mostrar que Jesús desciende de
Abraham y de David; por tanto él acredita las promesas hechas a estos dos
patriarcas de Israel. Dios prometió a Abraham: “En ti (en tu descendencia)
serán benditas todas las familias de las gentes” (Gn 12,3 en los LXX) En el
decurso de la historia salvífica, Dios se comprometerá a realizar sus promesas
mediante la dinastía de la casa real de David (2 Sam 7).
Dos anomalías en la
genealogía
Parece evidente en esta genealogía una triple
intención del evangelista: a) presentar a Jesús como principio de la nueva
creación; b) mostrar que Jesús es el Mesías, descendiente, como estaba
prometido, de la tribu de David; c) sin embargo, también parece clara la
intención de excluir a José de la concepción y del nacimiento, como algo
ocurrido en María sin intervención de su marido, cosa que en principio resulta
un inconveniente para la segunda de las mencionadas intenciones.
Por ello, interesan especialmente dos anomalías
respecto a los modelos de genealogía veterotestamentarios.
En primer lugar, la inclusión de 4 mujeres del
Antiguo Testamento, que rompen el esquema “A engendró a B”, que es el habitual.
Era, por otra parte, rarísimo en el judaísmo del siglo I –y tampoco es frecuente
en la literatura veterotestamentaria- la inclusión de una mujer en la
genealogía. Aquí nos encontramos con cinco (las cuatro del Antiguo Testamento:
Tamar, Rahab, Ruth y Betsabé) y María. Da la impresión de que las cuatro
mujeres son mencionadas con una finalidad: justificar la introducción de María
en la genealogía y además llamar la atención de algún modo sobre el papel
jugado por María.
La segunda anomalía que podemos constatar es que en
el caso de María se rompe el esquema genealógico. Si del resto de los
personajes se dice: “A engendró (o fue padre) de B”, en el caso de Jesús se
afirma: “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.”
En el evangelio de S. Mateo está clara la intención
de presentar a Jesús como el nuevo Moisés y como aquel en quien se cumplen
plenamente las profecías y promesas del AT, porque Él es el Mesías. Pero está
profetizado que el Mesías nacería de David y, por tanto, para Mateo era
importante la ascendencia davídica de Jesús. Sin embargo, el que pertenece a la
tribu de David es José, no María, y por tanto solo José podía justificar, desde
este punto de vista, la mesianidad de Jesús. Este mesianismo queda puesto en
duda o dificultado si Jesús no es hijo de José. Por tanto, hay que concluir que
cuando Mateo redacta de esta manera es porque necesariamente debe plegarse a la
fuerza del acontecimiento: Jesús es hijo de María, pero no de José.
5.2 SAN MARCOS
“El Hijo de Dios como
hijo de María”
Marcos inicia su evangelio con la confesión de fe de
que Jesucristo es “el Hijo de Dios” (Mc 1,1). Para Marcos, Jesús no es un
profeta más. Es el heraldo del reino de Dios escatológico (Mc 1,15). A través
de las acciones que lleva a cabo con poder divino demuestra que es el mediador
de este reino (Mc 1,27). Es, por consiguiente, “el Hijo” de una manera singular
y exclusiva (Mc 13,32).
Ahora bien, este Jesús no es un ser divino
mitológico. Es un hombre real y verdadero. Con un giro inusual (en el que no se
menciona al padre), dice de Jesús que es “hijo de María” (Mc 6,3). De este modo
(y al igual que Pablo) en el evangelio de Marcos se expresa la historicidad del
hombre Jesús de Nazaret a través de la persona histórica de “María, la madre de
Jesús” (Mc 3,31).
En el inicio de su actividad pública, sus familiares
intentaron hacerle volver a casa, porque habían oído decir –o ellos mismos
pensaban- que “estaba fuera de sí” (Mc 3,21.31). También, poco antes, estaba
“fuera de sí” la gente ante la curación del paralítico llevaba a cabo por Jesús
(Mc 2,12). El sentido teológico de esta información de Marcos consiste, pues,
en señalar en que no puede deducirse la misión de Jesús a partir de su origen
natural religioso y familiar ni brota del suelo de la tradición religiosa del
judaísmo contemporáneo, sino que lo desborda. Aquí se crea una nueva relación,
en virtud de la cual se llega a ser
“hermano y hermana y madre de Jesús” (Mc
3,35) cuando los hombres se sitúan en el nivel en el que cumplen la voluntad de
Dios y reconocen el poder divino y la misión de Jesús como mediador del reino
de Dios escatológico.
5.3 SAN
LUCAS
María, tipo de la fe
En Lucas es María la destinataria directa de la
anunciación, en la que el mensajero de Dios, Gabriel, transmite las palabras
divinas. La afirmación decisiva del qué y
el cómo de la concepción de Jesús sin intervención de un varón acontece en
la escena misma del anuncio –modelada según el “esquema de revelación”
paleotestamentario- (Lc 1, 26-38). Ante la promesa de la presencia graciosa de
Dios y el anuncio de que concebirá un hijo que será llamado “Hijo del
Altísimo”, plantea María la pregunta: “¿Cómo va a ser eso, puesto que yo no
conozco varón?”. Y recibe la respuesta: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te envolverá con su sombra. Por eso, el que nacerá será
santo, será llamado Hijo de Dios” (Lc 1,35).
No hay en la expresión “cubrir con la sombra”
ninguna connotación sexual. La frase alude a “la nube” tras la que se encuentra
la gloria divina, la presencia salvífica y la voluntad de revelación de Dios: Dios
se manifiesta en la sombra de la nube (cf. Ex 13,22; 19, 6; 24,16; Le 9,34; Hch
1,9).
En esta escena dialogada es determinante la
respuesta de María: “HE aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra” (Le 1,38). Esta respuesta afirmativa es la fe, posibilitada y
sostenida por el Espíritu Santo y realizada en libertad, de la que surge Jesús
como el “fruto de su cuerpo” y por la que se convierte en Madre del Señor” (Lc
1,43).
María es la llena de gracia, a quien Dios, como
Seño, ha prometido una cercanía absolutamente excepcional, que ella acepta, a
través de su respuesta afirmativa, en su propia vida y en la biografía con
Jesucristo derivada de aquella aceptación. En el pasaje de la anunciación se
describe la situación radical del hombre ante Dios en cuanto que Dios dirige su
palabra al hombre y se invita a María a aceptar la presencia salvífica de Dios
en la fe y a llevarla a cabo en el seguimiento. Es dichosa porque ha creído que
se cumplirá en ella lo que el Señor le ha dicho (Lc 1, 45).
La fe no se limita a ser una aceptación pasiva de la
salvación. En la fe se convierte María en co-actora de la salvación que
acontece en la historia. Por eso, “desde ahora me llamarán bienaventurada todas
las generaciones” (Lc 1,48). La gloria de Dios será reconocida en el mundo a
través de sus acciones salvíficas en favor de los hombres y de la disposición
de estos a escuchar su palabra, seguir su voluntad y hacer así perceptible la
salvación de Dios en el mundo.
5.4 SAN
JUAN
María, testigo de la gloria divina
Juan no habla de María desde el punto de vista de
recuerdos biográficos. La menciona dos veces en su evangelio: al comienzo de la
revelación de la gloria de Jesús, con ocasión de las bodas de Cana, y al final
de la misma revelación, en la cruz. El fin que el evangelista se propone no es
proporcionar noticias acerca de las relaciones familiares, incluidas las
tensiones. Sólo a Dios compete fijar la hora de la revelación de la gloria
divina. Pero como María sabe quién es Jesús, puede en cierto modo, en su calidad
de primera discípula, dirigir inmediatamente hacia él la atención de los
participantes: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5).
En la cruz, las palabras de Jesús a María: “Mujer,
ahí tienes a tu hijo” y al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”, así como en la
constatación: “Desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19,
26), el contenido espiritual de la relación madre-hijo entre Jesús y María se
traduce a la relación entre María y la Iglesia. Es patente que para las
comunidades joánicas María es la figura máxima de la fe y del seguimiento
perfecto, porque fue en sí misma una referencia a Jesús, en quien se reveló la
gloria de Dios. María, madre de Jesús, testifica su existencia histórica como
ser humano. Es también, al mismo tiempo, testigo de su gloria y de su
divinidad, de cuya plenitud todos hemos recibido la gracia (Jn 1, 16).
MARÍA JUNTO A LA CRUZ (JN 19, 25-27)
Jn 19,25-27 ha sido diversamente interpretado a lo
largo de la historia de la exégesis cristiana. Los frutos de la investigación
ponen a la luz la investigación lenta, pero segura, del pensamiento de la
Iglesia sobre este momento de la misión de María.
Correlación entre el
Calvario y Caná
En el cuarto
evangelio María es recordada (además de en 6, 42 y, quizá en 1, 13) en las
bodas de Caná (Jn 2, 1-12) y junto a la
cruz (Jn 19, 25-27) Estos dos episodios, a juicio concorde a los
exegetas, muestran una conexión recíproca, a modo de gran inclusión.
En efecto
1.
En ambos casos está presente la virgen que es presentada no con el nombre propio, sino con los títulos de
“madre de Jesús” (2,1; 19,25) y de “mujer” (2, 4; 19,26);
2.
La
“hora de Jesús”, que no ha llegado todavía en Caná (2,4) ha llegado en el
Calvario (19, 27) donde Jesús pasa de este mundo al Padre (13, 1) En efecto, la
“hora de Jesús”, según Juan, comprende como un conjunto
pasión-muerte-resurrección.
5.5 RASGOS
BÁSICOS DE LA IMAGEN NEOTESTAMENTARIA DE MARÍA
Ø María es la sierva de la llegada
escatológica del Hijo de Dios, como hombre, entre nosotros.
Ø María es para la nueva alianza el
prototipo de la relación del hombre con Dios, que acontece en la correlación de
palabra y fe. Y así, pasa hacer el tipo y el ideal del creyente y de la
Iglesia, del pueblo de Dios de la alianza nueva.
Ø María es la madre del Señor (de Dios),
quien ha tomado de ella su ser humano en virtud de la eficacia causal exclusiva
del poder del Espíritu Santo.
Ø El testimonio de la maternidad divina de
María es la afirmación bíblica básica y el fundamento de todos los enunciados
de fe de la Iglesia sobre ella. Aquí se encuentra también el origen de todo el
culto mariano.
6. MARÍA
DISCÍPULA Y MISIONERA EN APARECIDA
La máxima realización de la existencia cristina como
un vivir trinitario de “hijos en el Hijo” nos es dada en la Virgen María quien,
por su fe (Lc 1, 45) y obediencia a la voluntad de Dios (Lc 1, 38), así como
por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (Lc 2,
19.51), es la discípula más perfecta del Señor[11].
Interlocutora del Padre para enviar su Verbo al mundo para la salvación humana,
María, con su fe, llegar a ser el primer miembro de la comunidad de los
creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento
espiritual de los discípulos. Con ella, providencialmente unida a la plenitud
de los tiempos (Ga 4,4), llega a cumplimiento la esperanza de los pobres y el
deseo de salvación. La Virgen de Nazaret tuvo una misión única en la historia
de la salvación, concibiendo, educando y acompañando a su hijo hasta su
sacrificio definitivo.
Como en la familia humana, la Iglesia-familia se
genera en torno a una madre, quien confiere el “alma” y ternura a la
convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma
de la humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de
la Iglesia es cuando e “sí” brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión
con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios
marianos. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una
Iglesia meramente funcional o burocrática.
CONCLUSIÓN
Hemos podido ver con claridad el gran aporte de
María en la historia de salvación, donde ella por gracia de Dios ha hecho y
sigue haciendo parte por su maternidad espiritual, gracias a su sí generoso
abrió las puertas de la regeneración de nuestra vida de pecado a la vida de la
gracia.
Vemos como la sagrada escritura, en el Nuevo
Testamento, nos muestra la sencilla pero eficaz respuesta de María en toda la
historia de la salvación y que se anunciaba ya desde el Antiguo Testamento.
Podemos hoy con toda confianza decirle al Señor que
estamos agradecidos porque no nos ha deja como unos hijos huérfanos de madre
sino que incluso en el dolor de la cruz, pensó en la humanidad para que bajo el
amparo maternal de María, siguiéramos nuestro camino hacia el Padre, sabiendo
que compartiremos la gloria de Jesús, como ya goza nuestra Madre María junto a
su Hijo.
BIBLIOGRAFÍA
Boff, Leonardo.
El rostro materno de Dios. Ediciones paulinas. 1980.
Instituto
Nacional de Teología a Distancia. María, la Madre del Señor. Madrid 1986.
Facultad de
teología San Dámaso. Mariología. Madrid.
Documentos del
concilio vaticano II. Constitución dogmática Lumen Gentium. Ed. Biblioteca de
autores cristianos. Madrid. 1968.
Aparecida.
Conferencia general del episcopado Latinoamericano y del Caribe. Ed. San Pablo.
2007
[1] Aunque podemos encontrar rasgos comunes en todos los estudios de
mariología, lo que aquí se expone se refiere fundamentalmente a la
“manualística”, es decir, a los manuales
que se estudiaban en seminarios y facultades de teología. Tenían lógicamente
gran importancia pues a través de la predicación y de la catequesis de los que
se habían formado con ellos llegaba con facilidad al pueblo cristiano. Habría
que hacer matizaciones a la hora de aplicar sin más este esquema a los grandes
teólogos del momento y a sus investigaciones.
[2] En esto no se separa de la llamada mariología cristotípica.
[3] Müller a. “Puesto de María y su cooperación en el acontecimiento de
Cristo”. Mysterium Salutis VI III, tomo III pag. 405.
[4] Müller a. “Puesto de María y su cooperación en el acontecimiento de
Cristo”. Mysterium Salutis VI III, tomo III pág. 520.
[5] Lauret B &Cia, “Iniciación a la práctica de la teología” Tomo
III pág. 450- 467.
[6] Juan Pablo II “Redemtoris Mater” 1987 # 14.
[7] Lauret B. & Cia. Op. Ci. pág.
440
[8] Carol J. B. op. Cit Pág. 17
[9] Ibid Pág. 33-34
[10] La razón de fondo es que tanto el Ángelus como el Rosario mantienen
una estructura trinitaria y cristológica en su desarrollo, y si son rezados
atentamente son una invitación a entrar en el misterio del mismo Cristo y de su
obra salvífica. En el Rosario, el hilo conductor de la oración es la
contemplación de los misterios de nuestra salvación. En el Ángelus lo que se
presenta al orante es la estructura misma de nuestra adhesión a Cristo, es
decir, la estructura y el desarrollo de la
fe: la escucha atenta de la voluntad del Padre (El ángel del Señor anunció a María) y su perfecto cumplimiento (He aquí la esclava del Señor) engendran
espiritualmente a Cristo en nosotros (El
Verbo se hizo carne), por obra del Espíritu Santo. El dinamismo completo de
la fe lleva consigo también hacer presente a Cristo en el mundo (Y habitó entre nosotros) El misterio de
la incorporación a Cristo consiste, fundamentalmente, en que Cristo sea
engendrado en nosotros y, a través de nuestra vida, dado a luz para el mundo.
[11] L G 53
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