EUCARISTIA
LA CELEBRACIÓN
SACRAMENTAL DE LA KOINONIA HUMANO-DIVINA
A la celebración de la
incorporación del creyente a la Iglesia sigue la primera participación en la
fiesta de la Eucaristía. A diferencia de todos los demás sacramentos,
en la Eucaristía no sale Jesús al encuentro del creyente sólo en el poder santificador del signo
sacramental, sino en sí mismo, en su propia persona. En los otros sacramentos
los signos sacramentales transmiten una presencia real dinámica, mientras que
en la Eucaristía se trata de una presencia real personal (DH 1639; DHR 874). En razón
de esta posición central, a la Eucaristía
se la denomina también “el sacramento
de todos los sacramentos”.
I. LA
DOCTRINA SOBRE LA EUCARISTÍA.
El Concilio Vaticano II ha descrito con densas
expresiones la esencia, la significación y la realización de la Eucaristía:
“Nuestro Salvador,
en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio
eucarístico de su cuerpo y sangre, con
el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la
cruz y a confiar así a su Esposa,
la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad,
signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en e! cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una
prenda de fa gloria venidera” (SC 47).
De esta declaración pueden deducirse los
elementos esenciales de la doctrina eucarística:
1.
La fundamentación cristológica. Cristo Jesús, el
Hijo del Padre eterno hecho hombre y mediador del reino de Dios (en la
predicación, la cruz y la resurrección),
instituyó, en la última cena, la Eucaristía como memorial real (anamnesis/memoria),
de toda su actividad salvífica, del sacrificio de su vida en la cruz y de su resurrección de entre los muertos. Él
es el sujeto del sacrificio de la cruz y de la actualización sacramental de
este sacrificio bajo la modalidad de las acciones litúrgicas de la Iglesia
(presencia actual). Todos los aspectos que caracterizan el sacrificio
de la cruz se dan, pues, y por esta razón en la Eucaristía: la alabanza a Dios, la acción de gracias, la oración y la expiación como aceptación de
la gracia de la acción de la alianza divina en la obediencia humana.
2. La dimensión eclesial. Jesús ha confiado a
su Iglesia la celebración de este memorial hasta el fin de los tiempos, cuando lleve a su plenitud, como juez y consumador, su obra salvífica en la historia. Cuando la
Iglesia celebra, por encargo de Jesús, la Eucaristía, se edifica a sí misma
para lo que realmente es: comunión de
vida con Cristo, señal de la unión de la cabeza v el cuerpo y
de los miembros entre sí. Obedeciendo a la institución de Cristo y
sostenida por la presencia del Espíritu, la Eucaristía es autorrealización
de la Iglesia, que representa por su parte el sacramento universal de la
voluntad salvífica.
3. El aspecto de la teología de la gracia. En los signos eucarísticos del pan y el vino y en todo el
conjunto de acciones relacionadas con esta comida, transmite Cristo mismo a
los fieles la comunión con su divinidad y su humanidad total (presencia real),
es decir, con su Cuerpo y su Sangre. Quien
acepta en la fe la presencia de Cristo en los signos sacrarnentales queda
incluido en el amor entre el Padre y el
Hijo en el Espíritu Santo. En esto consiste la realidad interna del
sacramento. Cuanto al efecto, el concilio de Florencia (1439) declara:
“El
efecto que este sacramento obra en el alma del que dignamente lo recibe es la
unión del hombre con Cristo. Y como
por la gracia se incorpora el hombre a Cristo y
se une a sus miembros, es
consiguiente que, por este sacramento, se aumente la gracia en los que dignamente lo
reciben y todo el efecto que la comida y la bebida material obran en cuanto a
la vida corporal, sustentando,
aumentado, reparando y deleitando, este
sacramento lo obra en cuanto a la vida espiritual”.
4. La perspectiva escatológica. En la Eucaristía
se le ofrece al hombre, bajo formas concretas,
la auto-comunicación universal de Dios en el Hijo hecho hombre y en el
Espíritu Santo y se hace presente en el mundo hasta la nueva venida de Cristo al
fin de los tiempos.
5. Respecto del signo sacramental. El concilio de
Florencia (1439), en el Decreto para
los armenios, declara: “El tercer
sacramento es el de la Eucaristía, cuya
materia es el pan de trigo (panis
triticeus) y el vino de vid (vinum de vite), al que
antes de la consagración debe añadirse una cantidad muy módica de agua...La Forma de este sacramento son las palabras con que el Salvador
consagró este sacramento, pues el sacerdote consagra este sacramento
hablando en persona de Cristo. Porque en virtud de las mismas palabras, se
convierten la substancia del pan en el cuerpo y
la substancia del vino en la sangre de Cristo: de modo, sin embargo, que
todo Cristo se contiene bajo la especie de pan y todo bajo la especie de vino”.
6. El ministro y el
receptor.
Sólo los “sacerdotes consagrados por el poder de las
llaves de la Iglesia” poseen la potestad de presidir la Eucaristía y de
celebrar este sacramento. Todos cuantos participan en la celebración
eucarística son verdaderos co-celebrantes y co-sacrificantes (SC 48). Sólo
pueden concelebrar y recibir el
sacramento los bautizados que se hallan en comunión plena con la Iglesia.
Quedan excluidos quienes han perdido la gracia santificante a consecuencia de
pecados graves.
II.
LA EUCARISTÍA EN EL
TESTIMONIO BÍBLICO
a.
La comida
comunitaria con Jesús como señal del reino de Dios escatológico.
En su misión de
anunciar el reino de Dios y de convertirlo en realidad en el destino de su
persona Jesús realizó acciones significantes en que acontece este reino: la
curación de enfermos, la expulsión de los poderes malignos y las comidas de
Jesús con los pobres, los pecadores y los
marginados (Mc 2,16.19). Anticipaba así el banquete nupcial escatológico.
(Mt 8,11; 25.1-3; Is 25,6: 65,13: Ap
19,9). La comida milagrosa de varios miles de personas debe entenderse como paralelismo
que supera la comida del pueblo de Dios en el desierto con el maná que Dios
hizo descender del cielo (Mc 6,31-44), Mediante esta acción, Jesús demuestra
ser el nuevo Moisés. Es el mediador de la alianza nueva. “el profeta que vendrá
al mundo” (Jn 6,14.32: Dt 18,15.18). De esta manera, en la
última cena, alcanzan su plenitud las
restantes celebraciones y señales del reino de Dios.
b.
La última cena y la fundación de la alianza escatológica por Jesús.
La Eucaristía eclesial
tiene un inequívoco punto de referencia histórico en la celebración de la
última cena de Jesús con sus
discípulos. Han llegado hasta nosotros cuatro relatos del suceso. Está,
por un lado, la forma tradicional y textual paulino-Iucana: 1Cor 11,23-26; Lc 22,15-20 y, por otro
lado, el texto de las redacciones de Marcos y Mateo: Mc 14,22-2:1; Mt 26,26-29). A ellos debe
añadirse el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, que desarrolla cristológicamente
el misterio de la Eucaristía: Jn 6,22-71. Todas estas fuentes
concuerdan en que, antes de
entregarse a la muerte, Jesús celebró una cena de despedida con sus discípulos: “cena del Señor” (1Cor 11,20);
“mesa del Señor” (1Cor 10,21); "fracción del pan” (1Cor 10,16; Hch
2,42; 20,11);: “eucaristía” (acción
de gracias); missa ( “ite, missa est”). Esta cena de despedida revela algunos
puntos de conexión con la celebración del banquete de Pascua.
Dentro de
esta comida instituye Jesús algo absolutamente nuevo. La fórmula de bendición
habitual (eulogía) del jefe de la casa, con la distribución (=fracción)
del pan, da ocasión para una oración
de agradecimiento de Jesús que le revela como el mediador de la nueva
alianza. Toma el pan en sus manos y lo
da a sus discípulos como “su cuerpo”,
que entrega por ellos y por la salvación de los hombres. Acabada la cena, toma la copa de la bendición, pronuncia sobre
ella la oración de acción de gracias, la entrega a los discípulos como “su sangre” que será derramada “por los
muchos” y funda una alianza nueva
(Ex 24,8), en cuanto que con el pan y el vino que les da hace presente su entrega
en la cruz, su cuerpo entregado y su
sangre derramada.
c. Proceso de formación de la forma básica
de la Eucaristía en la primitiva Iglesia.
El mandato de Jesús “haced esto en mi
memoria”, transmitido por Pablo y Lucas,
no significa que los discípulos deban repetir la última cena en cuanto tal. Como
comida de despedida es irrepetible. Lo
que debe hacerse en memoria de Jesús se refiere a las dos acciones eucarísticas
por él prefiguradas con la entrega del pan y el vino como señales de la entrega
vicaria de su vida para la consumación del reino de Dios.
En fechas tempranas, la secuencia de las palabras eucarísticas
sobre el pan y sobre la copa, fue
sustituida por una secuencia nueva: primero una comida comunitaria (ágape), seguida de la doble acción
litúrgica (Cena del Señor). En
aquella ocasión se anunciaba el evangelio (presentado a partir de las
“Memorias” de los apóstoles) y se oraba en común para fortalecer la comunión (Hch
2,42; Lc 24.25-32; Ef 5,19). Ante los posibles abusos con ocasión de las
comidas comunitarias (consumición de vino, discriminación de los pobres que no
podían aportar nada), se tomó, al fin, la decisión de establecer una clara separación
entre la comida y la Eucaristía en
sentido estricto (1Cor 11,20), además,
celebrar la Eucaristía en las primeras horas del día, porque Cristo resucitó en
la mañana de Pascua.
III.
ETAPAS HISTÓRICAS DE LA DOCTRINA SOBRE LA EUCARISTÍA.
3.1 Aspectos de la
Patrística pre-nicena.
Ignacio de Antioquía. (+110 d.C) se dirige, empleando expresiones
joánicas (Jn 6), contra el falseamiento gnóstico y docetista de la encarnación
del Logos divino y lo aclara diciendo que sólo tenemos comunión con el Logos
mediante la carne de la naturaleza humana asumida por Cristo. Por tanto, el
cuerpo y la carne de Jesús es verdadera comida para la vida eterna, “medicina
de la inmortalidad” y “triaca contra la muerte”, “para vivir siempre en
Cristo”. También Ignacio establece
una relación entre Eucaristía y la
eclesiología: la Eucaristía señala la
unión con Cristo y con toda la Iglesia y exige la comunión con el obispo garante de esta unidad: “Poned,
pues, todo ahínco en usar de una sola
Eucaristía: porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unimos con su sangre: un
solo altar, así como no hay más que un solo obispo, juntamente con el colegio de ancianos y con los diáconos, consiervos míos. De esta
manera, todo cuanto hiciereis lo haréis según Dios”.
Justino Mártir. (+165d.C.) Entiende la Eucaristía como el punto culminante de la
encarnación del Logos (Jn 1,14) y como
celebración conmemorativa de la pasión y la
resurrección de Jesús. La Eucaristía es el sacrificio espiritual de la
Iglesia. Todos los restantes sacrificios han sido resumidos en y superados por el sacrificio único de Cristo.
Ireneo de Lyon. La
presencia de Dios en la carne y la
sangre de Jesucristo es elemento constitutivo del proceso de la
salvación, de igual modo como lo es
su representación simbólica en los dones eucarísticos del pan y el vino. Estos dones transmiten la
comunión con el Logos: la redención. Son prueba de la bondad de la creación.
Hipólito
de Roma. (S.
III). Resume la praxis eucarística de los dos primeros siglos. Destacan aquí, la estructura trinitaria de la oración (al
Padre por el Hijo en el Espíritu), y la
posición central de Cristo como mediador de la redención y sumo sacerdote. Son,
pues, elementos esenciales de las
celebraciones eucarísticas la anamnesis (Recuerdo de los hechos
salvíficos), la prosphora (=presentación de las ofrendas) y la epiklesis
(invocación del Espíritu Santo).
3.2 La concepción de Ia Eucaristía en la Patrística oriental.
Los
alejandrinos: Clemente y Orígenes. En la Eucaristía
tenemos comunión con el Logos redentor, porque recibimos su carne y su sangre.
Pero no es la comida y la bebida de las
especies eucarísticas corporales la que transmite la unión por gracia con el
Logos, sino la comunicación creyente y espiritual con él. Para Orígenes, el
Logos es medio salvífico y sacramento. Las especies de pan y vino sirven para
elevar al creyente por encima del mundo sensible hasta la participación en el
mundo espiritual y en la unión con la Palabra de Dios.
Atanasio. La redención es
la participación del hombre total en la vida divina. Pero para poder
alcanzaría, primero tiene Dios que hacerse hombre.
Juan
Damasceno. Ofrece
una síntesis de la Patrística oriental. La conversión eucarística acontece
en virtud del descenso del Espíritu Santo sobre los elementos materiales a los
que transforma, en sentido sacramental,
en cuerpo y sangre de Cristo. Por
tanto, ya no tenemos ante nosotros un pan normal, que sólo nos proporciona un
apoyo para la fe subjetiva en el Jesús histórico. Ahora ocurre que mediante
estos dones transformados Dios nos da la presencia de Cristo en el Espíritu.
Con representación simbólica y antitípica, los dones sacramentales se identifican
con el cuerpo de Cristo nacido de la Virgen, acunado en la cueva de Belén,
muerto en la cruz y resucitado del sepulcro.
1.3
La concepción de la Eucaristía de la Patrística
occidental.
Tertuliano: se centraba más
en cada uno de los elementos eucarísticos concretos, que son figura corporis.
En la figura del pan y de! vino aparece la realidad del cuerpo y la
sangre de Cristo. Entiende la carne y la sangre de Cristo como partes
constitutivas del hombre Jesús. No en cuento a las partes físicas del cuerpo
humano, sino a la totalidad de la
persona. (La doctrina de la
concomitancia, según la cual bajo cada una de las dos especies eucarísticas
está contenido Cristo entero). En Tertuliano, la Eucaristía no es tan
sólo memoria y repraesentatio
del sacrificio de Cristo en la cruz. Es, a la vez, respuesta de la Iglesia a la acción de Dios
sobre nosotros en Jesucristo. Por tanto, la Eucaristía es también en y por Cristo un sacrificium
del hombre y/o una oblatio.
Cipriano
de Cartago: Ve en
el pan y el vino los símbolos de la pasión del Señor. Del mismo modo que se
prensan las uvas en el lagar para extraer el vino, así también Jesús fue
prensado en su pasión para que mediante la recepción de su carne y de su sangre
sacrarnental pudiéramos tener comunión con él.
Ambrosio: Intentó una
explicación detallada de la identidad real del cuerpo sacramental y el
histórico de Jesús. Afirma que Sólo la palabra creadora de
Dios tiene poder para orientar y transformar de tal modo los elementos
naturales del pan y el vino que no sólo se les llame o se les entienda como
cuerpo y sangre de Cristo, sino que lo
sean realmente bajo la forma sacramental. (no-capernaísmo). Pero la palabra de Cristo
afecta al ser mismo de las cosas naturales, las desliga de su esencia natural
y las llena del Pneuma santo de Dios, de
tal modo que en ellas se hace presente el Señor.
Fausto de Riez. Amplió aún más la terminología. Con el poder de la palabra
de Cristo, el sacerdote transforma o
modifica la “substancia” del pan en la “substancia” del cuerpo de Cristo.
San Agustín. Distinguía
básicamente entre el modelo o ejemplo y la copia (res y signum). El sacramento es signum,
figura, similitudo de la realidad histórica (res) de Jesús.
Esta diferencia entre la realidad y el
signo es la que hace posible que los incrédulos e indignos reciban a Cristo
sólo cuanto al signo del sacramento (secundum
signum sacramenti) pero no la comunión espiritual con su cuerpo y su
sangre que aquel signo significa, es decir, la res sacramenti. Para la recepción espiritual real, y no sólo externa y sacramental, de Cristo y de su salvación, son condiciones determinantes la fe y el amor
personal, el estado de justificación, la ortodoxia y la pertenencia a la
Iglesia católica. Además, afirma que en la Eucaristía no
recibimos solamente la comunión con el Cristo individual. Forma parte también
del contenido espiritual (res sacramenti) la comunión con los miembros
de la Iglesia, que es el cuerpo de
Cristo. Dice que en la Eucaristía como sacrificio la esencia más profunda del sacrificio es el amor
y no, como entendían los paganos, la
presentación de una ofrenda o de un servicio para conseguir la reconciliación
con Dios.
3.5 Controversia de la Eucaristía
en la Alta Edad Media.
La disputa librada entre Pascasio Radberto (+ 851 o 860)
y Ratramno (+868), monje de
la abadía de Corbie, sobre si debe darse a la presencia de Cristo en la Eucaristía
una interpretación realista o si ha de entenderse más bien en un sentido
simbólico generó varias posturas.
Ratramno: En los dones eucarísticos, opinaba
que la veritas está sólo in figura, imagine, symbolo, En
la mutación o transformación, los dones eucarísticos hacen presente su realidad
humana, pero no se modificaría en nada la substancia óntica de los elementos. A esta concepción de la Eucaristía,
conocida como simbolismo, se oponían
los realistas que, de ser así, Cristo
no estaría presente en la Eucaristía en verdad (in veritate) sino “sólo”
simbólicamente (in signo seu sacramento). Esta tensión entre el
realismo y el simbolismo estalló con gran virulencia en la segunda disputa
sobre la cena (siglo XI).
Berengario
de Tours (+
1088). Recurriendo a la terminología agustiniana, destacaba que la res
sacramenti son el cuerpo y la sangre de Cristo, pero que éstos no están contenidos en el signo
mismo, en el sacramentum tantum. Los signos sacramentales serían tan
sólo el medio externo para la recepción espiritual del contenido de este sacramento
en la fe. Por tanto, no es el
signo sacrarmental en sí mismo el que nos une con el Jesús histórico y el
Señor exaltado en el cielo, sino la fe
subjetiva. No se da ninguna unión intrínseca entre el cuerpo histórico de Cristo y
su cuerpo sacramental. Esta unión sólo acontece en la conciencia del
creyente. No puede hablarse de una
transformación de la esencia de los elementos, sino de un cambio de significación de los
elementos para los creyentes.
El sínodo laterano (1059). Obligó a Berengario a reconocer (con una
fórmula por lo demás excesivamente realista y poco menos que capernaítica): "...que, el pan y el vino que se ponen sobre el
altar son, después de la consagración, el verdadero cuerpo de Cristo, y no
meramente un sacramento (= un simple
signo) y que es tocado y partido sensiblemente, no sólo en el sacramento (= como símbolo vaciado de contenido) por
las manos del sacerdote y es masticado y triturado
por los dientes de los fieles” .
El firme
distanciamiento frente a Berengario provocó una modificación del uso
lingüístico tradicional. Hasta entonces se había denominado al cuerpo
sacramental de Cristo cuerpo místico, porque sólo se le puede conocer
espiritualmente en la fe, mientras que a la Iglesia, en cuanto sociedad
visible, se la designaba como corpus Christi verum. Para marcar un
claro distanciamiento frente a Berengario, ahora se decía de la Eucaristía que
era el corpus Christi verum, mientras que la Iglesia era el corpus
Christi mysticurn.
3.6 La presencia real
en el horizonte de una nueva ontología: la doctrina de la
transubstanciación.
Guitmundo
de Aversa (+1095) y Lanfranco de Bec
(1010-1089) elaboraron una nueva concepción con la que hacer frente a las ideas
de Berengario. Se decía ahora que
el cuerpo de Jesús no está presente según su apariencia natural, pero sí bajo
el aspecto de su esencia o su substancia. Sólo la substancia del pan y el
vino se convierte en la substancia del cuerpo y
la sangre de Cristo. Las apariencias externas del pan y el vino se mantienen sin cambios y representan el signo sacramental, que
contiene en sí la realidad interna de la comunión con Jesucristo, según su
humanidad y su divinidad. “Substancia” significa aquí, el principio de realidad invisible o soporte
metafísico de la apariencia espacio-temporal externa de una cosa.. Para la
comprensión de la presencia real y de
la conversión se acuñaron los términos técnicos substantialiter converii y transsubstantiatio que, a partir del
1150, pasaron a ser de uso generalizado.
El magisterio
la transusbtanciación: Sobre
la base de la declaración de que Cristo está realmente presente en el sacramento
per modum substantiac, el concilio de Letrán de 1079 obligó a
Berengario a reconocer la siguiente fórmula:
“Que
el pan y el vino que se ponen en el
altar, por el misterio de la sagrada oración y por las palabras de nuestro
Redentor, se convierten sustancialmente
en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de .Jesucristo nuestro
Señor, y que después de la
consagración son el verdadero cuerpo de Cristo que nació de la Virgen y que, ofrecido por la salvación del mundo, estuvo pendiente en la
cruz y está sentado a la diestra del Padre: y la verdadera sangre de Cristo,
que se derramó de su costado, no sólo por el signo y virtud del sacramento, sino en la propiedad de la naturaleza v
verdad de la sustancia”. También
el IV concilio de Letrán, en Caput
firmiter, describe la presencia real siguiendo la línea de la
doctrina de la transubstanciación:
“Una sola es la iglesia
universal de los fieles, fuera de la cual nadie absolutamente se salva, y en ella el mismo sacerdote es sacrificio,
Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre se contienen verdaderamente en el
sacramento del altar bajo las especies de pan y vino, después de transubstanciados,
por virtud divina, el pan en el cuerpo y el
vino en la sangre a fin de que, para acabar el misterio de la unidad
recibamos nosotros de lo suyo lo que él
recibió
de lo nuestro”
De este género de transformación
sustancial no existe ejemplo alguno en nuestra experiencia de la realidad
natural: conversio substantialis: en el momento de la
consagración, el lugar de la substancia
natural del pan es ocupado, en virtud del poder de Dios, por la substancia -pero no por la apariencia
natural externa- del cuerpo de Cristo. La
Eucaristía se distingue de todos los demás sacramentos en un punto esencial: en
que los signos sacramentales contienen en sí, en virtud de la consagración, la
presencia corporal de Cristo y no sólo su presencia en los efectos de la
gracia, como ocurre en los otros sacramentos.
3.7 La
crítica a la doctrina de la transubstanciación en el nominalismo de la Baja
Edad Media.
Se intentó dar explicación no partiendo
de la fe en la presencia real, sino bajo una óptica de la realidad orienta a la
física. La pregunta determinante en este
campo parecía ser cómo es posible imaginar una permanencia de los
accidentes sin sujeto que no sea en sí misma contradictoria.
Muchos teólogos de
cuño nominalista, se atuvieron a la doctrina de la transubstanciación definida en el IV concilio de Letrán, pero simplemente por obediencia formal a la
Iglesia. Consideraban más razonable la doctrina de la consubstanciación. Según ésta, en el sacramento de la Eucaristía
coexisten, yuxtapuestas, dos substancias-cantidades, Aquí, los accidentes no continúan ya existiendo
sin un sujeto, sino en su substancia natural. Por consiguiente, en la comunión,
a una con ellos, se recibe también el cuerpo y la sangre de Cristo.
3.8 La crítica de la Reforma protestante a la concepción
católica de fe Eucaristía.
La postura de una “justificación
sólo por la gracia y la fe”, sin
previas contribuciones, condiciones o cooperaciones humanas de ningún tipo, culminó
en la durísima crítica a la
existencia, la práctica y la teoría de la misa
como sacrificio. El sacrificio de la misa
entraría en contradicción con el artículo central de la suficiencia universal,
la singularidad y la irrepetibilidad del sacrificio redentor de la cruz, en el
que Cristo, como sumo sacerdote único y eterno, se ofreció al Padre en
sacrificio expiatorio de una vez por siempre (Hb 7,27: 9,28)
Martin Lutero. En su escrito sobre la Cautividad
babilónica de la Iglesia desarrolla la idea de las tres cautividades que la
Iglesia romana ha impuesto al sacramento de la Eucaristía.
1. La
negación del cáliz a los laicos: la comunión sub una specie estaría en contradicción con la clara
institución de Jesús.
2. La
doctrina de la transubstanciación, en virtud de la cual la fe se habría
visto sometida a la filosofía del pagano Aristóteles.
3. La misa no es un sacrificio a
Dios: Como
Cristo ha muerto de una vez por siempre por los pecados de todos los hombres, no
debe existir ningún sacrificio adicional junto al de la cruz. La misa no puede ser ni una repetición ni
un complemento del sacrificio de la cruz. Y como el perdón de los pecados se recibe por la fe y no por las
obras de los hombres, debe rechazarse también la doctrina de la eficacia de los
sacramentos ex opere operato. Además, el don salvífico
de Dios en la señal sacramental sólo puede ser aceptado en la fe personal y no
puede ser ofrecido en sacrificio por otros. De ahí que sea imposible la misa
por los difuntos.
Zuinglio.
Afirmaba que en los dones de
la Eucaristía se da una presencia de Cristo meramente extrínseca a través de la
gracia y rechazaban una presencia substancial. La misa, como memorial externo, sólo estimula la fe subjetiva, en cuanto
que el creyente recibe ahora, en el Espíritu Santo, el poder salvífico de la
cruz. Después de la ascensión, el cuerpo de Cristo se encuentra localiter en
el cielo. No puede, por consiguiente, estar presente a la vez en el altar. Por
tanto, comer la carne de Jesús no significa otra cosa sino creer en Cristo. El pan “es”
debería traducirse, a tenor de su
sentido, por “el pan significa (=signifiicat) mi cuerpo”.
Calvino: Según su teoría de
la predestinación, sólo pueden tener verdadera comunión con el cuerpo de Jesucristo
en la Eucaristía los cristianos predestinados a la salvación. La Eucaristía
transmitiría la comunión con el cuerpo de Cristo en el cielo, pero sería
imposible la presencia de este cuerpo en la tierra, Por consiguiente, las
palabras de la institución deben entenderse en sentido figurado.
3.9
La afirmación de la doctrina de fe católica
en el concilio de Trento.
El
concilio de Trento no elaboró una nueva concepción teológica global de la
doctrina Eucarística. En tres decretos independientes entre sí, tomó posición
frente a las cuestiones concretas planteadas por la Reforma. Los Padres
conciliares analizaron los siguientes temas:
La
presencia real (1551). 2. La
doctrina sobre la comunión bajo ambas especies (1562). 3. El carácter
sacrificial de la misa (1562).
Canon1: Se declara, en
contra de la afirmación de Zuinglio, que Cristo no está presente sólo en señal
y figura por medio del Espíritu Santo,
sino que “en el santísimo sacramento
de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancial mente el cuerpo y la
sangre, juntamente con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo y,
por ende, Cristo entero”. Según el canon 8, no basta con decir que se
come a Cristo sólo espiritualmente, sino también sacramental y realmente.
Canon 2. Se
rechaza la doctrina de la consubstanciación y de la impanación, esto es, la
doctrina de que después de la conversión permanecen las substancias del pan y
el vino (remanentismo). La fe católica llama aptísimamente a la maravillosa y singular conversión de toda la substancia
del pan en el cuerpo y de toda la substancia
del vino en la sangre de Cristo, mientras que sólo permanecen las especies
de pan y vino (dumtaxat speciebus panis et vini), transubstaciación (aptissirne
transsubstantiationen appelat).
Cánones
3 y 4. En cada una de las
especies y en todas y cada una de las partes se contiene Cristo entero. Excluye
la opinión de Lutero de que Cristo está presente sólo en el uso (tantum in usu.) del sacramento y no por todo el tiempo
que las especies permanecen.
Cánones
5 y 11. Se rechaza la opinión de que el fruto principal o
incluso exclusivo de la Eucaristía es el perdón de los pecados. Para los que
se encuentran en pecado mortal no es suficiente preparación para recibir la Eucaristía
sólo la fe. Necesitan recibir el sacramento de la penitencia o, al menos, el
deseo de ella.
Cánones
6 y 7. De la presencia real se deriva que es
lícito y digno adorar y venerar a Cristo en el sacramento. Se da así base
suficiente para las diversas formas de reserva de la Eucaristía, incluida la
comunión de los enfermos, las procesiones eucarísticas y otras manifestaciones
El concilio condenó la doctrina
de que, por precepto divino, los fieles deben recibir a Cristo bajo las dos
especies como condición necesaria para la salvación. Dado que bajo cada
una de ellas se contiene el Cristo entero
.
Además, se ratifica la misa como sacrificio. La
víctima de la misa es la misma que se ofreció en la cruz, siendo sólo distinta
la manera de ofrecerse (sola offerendi ratione diversa): en la cruz
como víctima cruenta, en la Eucaristía como víctima sacrificada incruentamente
en el sacramento de la memoria del Señor y este sacramento es verdaderamente
expiatorio y propiciatorio: "Si
alguno dijere que el sacrificio de la misa sólo es de alabanza y acción de
gracias, o mera conmemoración del sacrificio cumplido en la cruz, pero no propiciatorio;
o que sólo aprovecha al que lo recibe y que no debe ser ofrecido por los vivos y los difuntos, por los pecados, penas,
satisfacciones y otras necesidades, sea
anatema”.
Reflexiones
posteriores nacieron en torno a definir
con mayor precisión el sacrificio de la misa como “sacrificio propio y verdadero” pero a la vez relativo y totalmente
dependiente del de la cruz. La teoría de la destrucción (O.
Vázquez), que parte de la idea de la aniquilación de los dones; la teoría
de la inmolación, según la cual la doble consagración simboliza la
inmolación mística simbólica de Jesús como Cordero de Dios (A. Tanner, L.
Lessius, L. Billot), que en la comunión es “consumido” y “aniquilado” en lo que
atañe a su ser sacramental (R. Bellarmino). Según la teoría de la
oblación (F. Suárez, P. de Bérulle, J. de Maldonado, V. Tahlhofer, M.
Lepin, M. de la Taille), la esencia del sacrificio consiste en la
presentación de las ofrendas.
IV. PUNTOS DE PARTIDA PARA UNA
NUEVA TEOLOGÍA DE LA EUCARISTÍA EN EL SIGLO XX
Se superó también el estudio de
la Eucaristía basado en sus aspectos concretos y aislados y se allanó el camino
hacia una comprensión orgánica global. Tras
haber destacado la encíclica Mediator
Dei, de Pío XII, la participación activa de los laicos en el servicio
sacerdotal de la Iglesia y haber presentado la Eucaristía como recuerdo
real y participación sacramental en la persona y el destino de Jesucristo, pudo el concilio Vaticano II definir
la idea rectora de la presencia sacramental del misterio pascual de Cristo:
"Participando del sacrificio
Eucarístico, fuente y cima
de toda vida cristiana, ofrecen los
fieles a Dios la víctima divina y así
mismos juntamente con ella; y así,
tanto por la oblación como por la
sagrada comunión, todos toman parte activa en la acción litúrgica, no
confusamente, sino cada uno según su condición. Pero una vez saciados con el
cuerpo de Cristo en la asamblea sagrada, manifiestan concretamente la unidad
del pueblo de Dios aptamente significada y
maravillosamente producida por este augustísimo sacramento” (LG 11).
Se desarrollo la
idea de la transignificacion. Se aclaró que la transubstanciación,
se refiere a una modificación de la substancia misma del ser, y no sólo a un cambio del significado que los
hombres atribuyen a las cosas. Por eso, en la encíclica Mysterium fidei de 1965 destacó el papa Pablo VI
que no puede renunciarse a este concepto para expresar la identidad de los
dones simbólicos del pan y el vino con
la realidad del cuerpo y la sangre de
Cristo
V. PERSPECTIVAS DE UNA TEOLOGÍA DE LA EUCARISTÍA
5.1 La Eucaristía
como memoria sacramental de la muerte en cruz de Jesús.
La Eucaristía no es
una fiesta conmemorativa celebrada por iniciativa de los discípulos para
avivar el recuerdo de Jesús. Es un recuerdo real objetivo: Jesús,
al que se recuerda, se hace presente en la palabra v el banquete. Y de este
modo hace que los discípulos compartan su autoentrega al Padre en el Espíritu
Santo, su koinonia/communio con el Padre pneurnáticamente transmitida (Mc 14,36:
15,34: Jn 1,13; Un 1,1-3).
5.2 La
presencia actual de Jesús en la Eucaristía.
La Eucaristía es el
sacrificio mismo de la cruz bajo la modalidad de presencia sacramental,
mediante la acción simbólica que Jesús ha confiado a la Iglesia. Como la
institución de la Eucaristía en la última cena es una anticipación sacramental
del sacrificio de la cruz, la Eucaristía celebrada por encargo de Cristo es una
actualización sacramental de aquel sacrificio: Jesús se da a sí mismo en el Espíritu mediante
los dones eucarísticos de su Iglesia como el Hijo del Padre encarnado, crucificado
y resucitado (J n 17.26; Hb 9,14) Y convierte a la Iglesia en lo que es,
en cuerpo de Cristo, en comunidad creyente y amante de los discípulos, en
Iglesia del Padre, del Hijo y del
Espíritu.
5.3. La presencia real de Cristo en los signos eucarísticos.
El mismo Jesús
identifica el pan y el vino con su
cuerpo y su sangre: “El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna: y yo lo resucitaré en el último día. Pues mi carne es
verdadera comida y mi sangre es
verdadera bebida. (Jn 6,54). La fe en la presencia real no es el
resultado de una interpretación meramente filológica de las palabras
explicativas de Jesús. Se trata de una comunión vivificante con Jesús. Por
tanto, en la Eucaristía no come el creyente partes físicas del cuerpo de Jesús,
sino que en las especies del pan y del vino consagrados comulga con la
humanidad de Jesús, con su misión y
con su destino en la cruz v la resurrección.
5.4. El efecto de la Eucaristía.
Como la Eucaristía,
en cuanto actualización sacramental, hace presentes todos los aspectos del
sacrificio de la cruz, Cristo da en ella a los fieles la gracia de la
reconciliación. Pueden así, como miembros del cuerpo de Cristo y del pueblo
de la nueva alianza, recibir el don de la reconciliación y dejarse
marcar por una vida nueva de seguimiento de Jesús y de configuración con su
pasión y resurrección.
5.5. El cuerpo de Cristo como sacramento y como Iglesia
Cuando se habla de
la Iglesia como cuerpo de Cristo, lo que quiere decirse es que es la
presencia permanente del Señor exaltado en la comunión visible de los hombres
reunidos en su nombre. En cuanto que Jesucristo, como cabeza, está unido con la Iglesia y actúa por ella, se
convierte en su principio vital mediante las acciones simbólicas por él mismo
prescritas. Y al celebrar la
Iglesia -obedeciendo la voluntad institucional de Jesús- la fiesta Eucarística,
se deja edificar una y otra vez desde su
cabeza como cuerpo de Cristo.
Al comer el cuerpo
sacramental, los numerosos creyentes confluyen en la unidad del cuerpo
eclesial de Cristo (1Cor 10.1 6s.). También los ya fallecidos y consumados en
Cristo forman parte de su cuerpo (Rm 10,8s: 1Tes 5,9; Hb 12,22-24; Ap 6.9; 8,3).
5.6.
La Eucaristía como prenda de la vida eterna.
Ya en la institución de la Eucaristía
había insinuado Jesús una nueva comunidad de comensales en la que volvería a
beber del producto de la vid en el reino de su Padre (Mt 26.29; Lc 22.18). En
la comunión eucarística de la Iglesia, el discípulo se sabe referido, en la esperanza,
a la comunión eterna de Dios con los
hombres y de los hombres entre sí (LG 1), pues cree en la palabra de Dios: “Dichosos los invitados a las bodas del
Cordero” (Ap 19, 9).
VI.
CARTA ENCÍCLICA ECCLESIA DE EUCHARISTIA
SOBRE LA EUCARISTÍA EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
SOBRE LA EUCARISTÍA EN SU RELACIÓN CON LA IGLESIA
Es la decimocuarta Carta encíclica del Papa Juan Pablo
II. En ella se propone presentar una reflexión sobre el
Misterio Eucarístico en su relación con la Iglesia.
La “Iglesia vive de la Eucaristía”, está verdad encierra
el núcleo del misterio de la Iglesia. “El cenáculo es el lugar de la
institución de este divino sacramento”; “Del misterio Pascual nace la Iglesia”;
El sacrificio eucarístico, "fuente
y cima de toda la vida cristiana", engloba todo bien espiritual de la
Iglesia, es decir, Cristo mismo se ofrece al Padre para la redención del mundo.
Al celebrar este "misterio de la fe", la Iglesia hace perennemente
"contemporáneo" el Triduo Pascual a todos los hombres de todos los
siglos.
Capítulo
primero: "Misterio de la
fe". Explica el valor
sacrificial de la Eucaristía que, por el misterio del sacerdote, hace
sacramentalmente presente en cada Misa el cuerpo "entregado" y la
sangre "derramada" para la salvación del mundo. La celebración de
la Eucaristía no es una repetición de la pascua de Cristo, su multiplicación en
el tiempo y los diversos lugares, sino el único sacrificio de la Cruz que se
hace presente hasta el fin de los tiempos. Es "fármaco de
inmortalidad", como afirma san Ignacio de Antioquía. Como prenda del reino
futuro, la Eucaristía estimula el sentido de responsabilidad de los creyentes
respecto al mundo presente, donde los más débiles, los más pequeños y los más
pobres esperan la atención de alguien que, con su solidaridad, les ayude a
esperar.
Segundo
capítulo. "La Eucaristía
edifica la Iglesia". Cada vez que el fiel participa en el Sagrado
Banquete, no sólo recibe a Cristo, sino que es recibido a su vez por Cristo
mismo. El Pan y el Vino son la fuerza que da unidad a la Iglesia.
Ésta se une a su Señor que, bajo la apariencia de las especies eucarísticas,
habita en ella y la edifica. Lo adora no solamente durante la Santa Misa, sino
en todo momento, custodiándolo como su más preciado "tesoro".
Tercer
capítulo. Reflexiona sobre la "apostolicidad de la Eucaristía y de la Iglesia":
Así como no se da la integridad de la Iglesia sin la sucesión apostólica, tampoco
hay verdadera Eucaristía sin el Obispo. Quien "hace" la Eucaristía
actúa en persona de Cristo cabeza; por eso no posee ni puede disponer de la
Eucaristía, sino que es siervo para el bien de la comunidad de los
redimidos. De esto se sigue que la comunidad cristiana no "posee"
la Eucaristía, sino que la recibe como un don.
Cuarto
capítulo: "La Eucaristía y
la comunidad eclesial". La Iglesia, al administrar el Cuerpo y la
Sangre para la salvación del mundo, se atiene a lo que Cristo mismo ha
establecido. Fiel a la doctrina de los apóstoles, unida en la disciplina
sacramental, debe manifestar incluso de manera visible la unidad invisible que
la caracteriza. La Eucaristía no puede ser "usada" como instrumento
de comunión, sino que, más bien, la presupone y la convalida. En esta
perspectiva se ha de considerar el camino ecuménico que atañe a todos los
discípulos del Señor: la Eucaristía crea comunión y educa a la comunión
cuando se celebra en la verdad. No puede estar a merced del arbitrio de los
individuos o de comunidades particulares.
Quinto
capítulo:"Decoro
de la celebración eucarística". La celebración de la
"Misa" comprende aspectos exteriores cuyo cometido es subrayar la
alegría que embarga a todos los que se reúnen en torno al don inconmensurable
de la Eucaristía. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, la
literatura y, en general, el arte en todas sus manifestaciones, dan testimonio
de cómo la Iglesia a lo largo de los siglos no ha tenido reparos en
"derrochar" para mostrar así el amor que la une con su divino Esposo.
También en las celebraciones de hoy se ha de recuperar el gusto por la
belleza.
Sexto
capítulo: "En la escuela de
María, mujer "eucarística". Se centra con original
actualidad en la sorprendente analogía entre la Madre de Dios, que gestó el
cuerpo de Jesús y se convierte en el primer tabernáculo, y la Iglesia, que en
su seno custodia y da al mundo la carne y la sangre de Cristo. La Eucaristía
se da a los creyentes para que su vida sea perenne "Magnificat" a la
Santísima Trinidad.
La
conclusión: Se habla del compromiso: quien desea seguir el camino
de la santidad no necesita nuevos "programas". El programa ya existe:
es Cristo mismo, a quien se debe conocer, amar, imitar y anunciar. La puesta en
práctica de este programa pasa a través de la Eucaristía. Lo atestigüan los
Santos, que en cada instante de su vida han saciado su sed en la fuente
inagotable de este Misterio, obteniendo de él fuerza espiritual para realizar
plenamente su vocación bautismal.
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