domingo, 28 de octubre de 2012


PNEUMATOLOGÍA
LA REVELACIÓN DEL ESPÍRITU DEL PADRE Y DEL HIJO

I.                 TEMAS Y PERSPECTIVAS DE LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO (Introducción)
1.     La autorevelación de Dios en su Espíritu.
2.     El lenguaje Bíblico sobre el Espíritu Santo.
3.     Definición de la Pneumatología y su lugar en la Dogmática.
4.     La confesión vinculante de la Iglesia sobre el Espíritu Santo.
5.     Las antítesis heréticas.

II.               EL ESPÍRITU SANTO EN EL ACONTECIMIENTO DE LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS
1.     El Espíritu de Dios en la revelación paleotestamentaria.
2.     La demostración de la filiación divina mesiánica por medio del Espíritu de Dios.
3.     El Señor exaltado como el mediador del Espíritu del Padre y del Hijo.

III.              EXPOSICIÓN SISTEMÁTICA


LA TEOLOGÍA TRINITARIA
LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS COMO AMOR DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU

I.                 TEMAS Y HORIZONTES DE LA TEOLOGÍA TRINITARIA (Introducción)
1.     Definición y significación del tratado de la Trinidad en la Dogmática.
2.     La Trinidad en el credo y la liturgia.
3.     Los enunciados doctrinales del dogma teológico trinitario.
4.     Posiciones heréticas frente al dogma de la trinidad.
a. El Dualismo gnóstico y el plotinismo.
b.   El modalismo.
c.  El triteísmo.
d.   Negación de la trinidad de los Arrianos.

II.     LA CREACIÓN COMO IMAGEN DE LA TRINIDAD (El Dios uno y trino)
1.     Estructuras trinitarias del ser creado.
2.     Ser hombre como imagen del Dios uno y trino.
3.     Analogía trinitaria de lo sexual: mujer imagen del E.S.-familia imagen de la trinidad.

III.              LA FE EN LA TRINIDAD EN EL TESTIMONIO BÍBLICO

IV.             PERSPECTIVAS HISTORICO-TEOLÓGICAS
1.     Irineo de Lyon.
2.     Tertuliano.
3.     Orígenes.
a. El Padre es la fuente de la divinidad.
b.   El Logos es el Hijo de Dios eterno y encarnado.
c. El Espíritu Santo como dispensador de la vida divina.
4.     Atanasio.
5.     Los Capadocios.
6.     San Agustín.
7.     La escolástica.
8.     San Buenaventura.
a. Las Procesiones intradivinas.
b.    El Hijo de Dios encarnado como mediador.
c.  El espíritu como don escatológico.
9.     Santo Tomás.
a. Tomás de Aquino en la tradición de la doctrina trinitaria agustiniana.
b.    Las Procesiones en Dios.
c.  La formación de las personas mediante las relaciones.
d.    Las Misiones divinas.
10.  Excurso: El problema del Filioque.

V.               CONCEPCIONES SISTEMÁTICAS DE LA TEOLOGÍA TRINITARIA CONTEM-PORÁNEA
1.     La Trinidad como origen y consumación de una teología de la Palabra de Dios (Karl Barth).
2.     La Trinidad como contenido de la autocomunicación.
3.     La Mediación de la Teología de la Cruz en la fe en la Trinidad (Eberhard Jüngel).
4.     Resumen. La consumación del hombre en el misterio trinitario del amor.


PNEUMATOLOGÍA
LA REVELACIÓN DEL ESPÍRITU DEL PADRE Y DEL HIJO

I.         TEMAS Y PERSPECTIVAS DE LA DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO (Introducción)


1.               La Autorevelación de Dios en su Espíritu.

En la concepción cristiana, se entiende por revelación la autocomunicación de Dios, que acontece y adquiere forma en el curso de su realización en la historia. Esta autocomunicación histórica de Dios Padre alcanza su punto culminante en la encarnación de su Palabra eterna. El Dios-hombre Jesucristo es la mediación plena y perfecta entre el hombre y Dios. Lo que sale de la esencia más íntima de Dios y se comunica y penetra en la más profunda autorrealización del hombre (en su «corazón», cf. Rom 5,5) es el «Espíritu Santo».
El Espíritu Santo no es un poder, un efecto, distinto de la esencia y de la autorrealización personal de Dios. Es Dios mismo, en cuanto que actúa en la creación, en la historia de la salvación, en la redención por medio de Jesucristo y en la consumación del hombre en la resu­rrección de los muertos y comunica la vida de Dios. (cf. Mt 3,16; 10,20; 28,19; 1Cor 2,11.14; 3,16; 6,11; 7,40; 12,3; 2Cor 3,3; Jn 14,16; 15,26; Jn 4,2)
Es también el Espíritu Santo quien abre al conocimiento de Jesucristo como Hijo de Dios, es él quien revela la gloria divina de Cristo. De ahí que el Espíritu de Dios, del Señor, sea también a la vez el Espíritu del Hijo, el Espíritu de Jesucristo, a quien Dios Padre ha constituido en Señor. (1Cor 12,3; 15,28; 1Jn 4,2). (1Cor 2,16; 3,17; Rom 8,9; Flp 1,9; Gal 4,6; Jn 6,63)
Por tanto, la autorrealización única de Dios en su esencia interna y en su actua­ción externa en la creación, en la revelación historicosalvífica y en la consuma­ción final recibe el nombre de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo (Mt 28,19).


2.           El Lenguaje Bíblico sobre el Espíritu Santo.

La Sagrada Escritura ilustra y aclara la actuación del Espíritu de Dios en la creación y en la revelación (Rom 8,16; 1Cor 2,10; Ef 3,5) a través de un lenguaje metafórico humano, ya que no puede percibirse físicamente la acción de Dios en la creación ni se la puede describir bajo la forma de una visión accesible a los sen­tidos.

Dios realiza la creación en su Palabra y en su Espíritu (Gen 1,2); posi­bilita la existencia creada del hombre al infundir en él su Espíritu (Gen 2,7). Además, en su Espíritu, concede la vida de la gracia y la expectativa de la vida eterna como a Jesucristo que fue resucitado de entre los muertos en su humanidad por el Espíritu y exaltado a la derecha del Padre. También nosotros, tras la muerte terre­na, seremos resucitados en Cristo por el Espíritu en el bautismo y en la concesión definitiva de la vida eterna (Rom 1,4; 8,2.11; 1Cor 15,45; 2Cor 3,6; Gal 3,8; Jn 3,5.8; 6,63; 7,39; Ap 11,11).

Podríamos resumir su esencia y su realidad bíblicamente a partir de la siguiente afirmación “Dios es Espíritu” (Jn 4,24):
·        Espíritu de la Sabiduría (Dt 34,9; Sab 1,6; 7,17; Is 11,2; Ef 1,17) respecto de la realidad de la consumación interna de Dios y de su autocomunicación vivificante y santificante.
·        Espíritu de la verdad (Jn 14,17; 15,26; 16,13; 1Jn 4,6) del que habla la Teología Joanea en varias ocasiones.
·        Espíritu de santidad y de santificación (Rom 1,4; 15,16; 1Cor 6,11; 1Pe 1,2) comunicación de la vida santa de Dios.
·        Espíritu del amor (Rom 5,5; 15,30; Gal 5,13.22; 2Cor 1,22; 3,17ss.; 1Jn 4,8-16) en Dios y de Dios a nosotros. El primer fruto del Espíritu es el amor (Gal 5,22).
·        Espíritu Comunión (2Cor 13,13; 1Jn 1,3; 2,20) en Dios mismo y de los creyentes con el Padre y el Hijo.
·        Espíritu de la Justificación (Rom 5,2; Gal 5,5) por la fe. Posibilita la vida nueva en Cristo, la liberación del pecado y de la enemistad de Dios (Rom 7,6; 8,2) y sustenta la filiación divina de los redimidos (Rom 8,15s.).

Dios produce el orden de la creación de la nada y del caos con su poderosa Palabra y con la fuerza de su Espíritu. El Espíritu se identifi­ca con el poder divino santificador y vivificador, es la fuerza de lo alto (Lc 24,49). Por el Espíritu son resucitados los muertos (Rom 8,17). El Espíritu desciende sobre los profetas, los reyes (Ex 31,3; Dt 34,9; Miq 3,8; Lc 1,15.41.67; 2,25; 4,1; 10,21) o sobre el Mesías, o los llama. Esto significa que el Señor, Dios, que está junto a su enviado, le mueve y le llena (Núm 24,2; Jue 3,10; 6,34; 1Sam 10,6; 16,13; Is 11,2; 42,1; 61,1; Ez 11,5; Lc 1,35; 2,25; Jn 1,32; 1Pe 4,14).

En lo que concierne al Espíritu mismo, se dice que Dios explora en el Espíritu de Dios y de Cristo las profundidades de su esencia y conoce todo cuanto hay en él (1Cor 2,10s.).

En lo que concierne a los hombres, se habla de un envío del Espíritu a los cora­zones de los hombres (Gal 4,6; Jn 14,26). En una especie de movimiento descendente de arriba abajo, Dios infunde o derrama su Espíritu en los hombres (Is 29,10; 32,15; 44,3; Joel 3,ls.; Zac 12,10; Rom 5,5). Todos cuan­tos han recibido el Espíritu Santo y santificador como primicias de Dios (Rom 8,23; 2Cor 1,22; 5,5; Rom 8,2; 2Tes 2,13) poseen el don del Espíritu como confirmación de la acción salvífica definitiva de Dios en ellos.


3.     Definición de la Pneumatología y su lugar en la Dogmática

La pneumatología es la doctrina teológica acerca de la naturaleza, de la acción y de la persona (= hipóstasis) divina del Espíritu Santo que es, con el Padre y el Hijo, el Dios uno y único. La pneumatología tiene la misión de elevar hasta el plano de la conciencia la eficacia específica del Espíritu Santo en la creación, la historia de la salvación, la redención, la reconciliación y la consumación.
Los enunciados más importantes sobre esta materia (el reconocimiento de la tercera Persona de la Trinidad) están inmersos en los distintos tratados de teología, sin embargo, su raíz está en el tratado de Trinidad. Veamos, entonces, los alcances y puntos centrales de esta doctrina:

·        Su meta es poner en claro la interconexión global trinita­ria e historicosalvífica de todos los temas de la teología cristiana.
·        Desempeña una doble función en la Cristología:
o   En primer lugar, el Espíritu fundamenta la unión y la unidad de la humanidad de Jesús con la divinidad del Padre (Logos). Relación causada por el Espíritu Santo en el origen en María.
o   En segundo lugar, el Espíritu de Dios es quien mueve al hombre Jesús en su historia, en su actividad pública, en la proclamación del reino de Dios, en la sote-riopraxis del mediador de la basileia, hasta su entrega en la cruz, y quien le resu­cita, en fin, de entre los muertos, de modo que en virtud de esta resurrección, y de acuerdo con el espíritu de santidad, es instituido como el Hijo de Dios mesiánico. El Cristo exaltado hasta el Padre transmite, en virtud de su humanidad glorifica­da, el Espíritu prometido para el fin de los tiempos. El Espíritu enviado por el Padre y el Hijo lleva a los hombres, en la fe, al conocimiento de la presencia escatológi­ca de Dios en la humanidad de Jesús de Nazaret. El Espíritu universaliza e inte­rioriza la revelación histórica de Dios en Jesús.
·        El Espíritu Santo hace realidad la oferta universal de gracia de Dios en Jesucristo (fundamentación del tratado de Gracia)
·        En la Sacramentología se habla del Espíritu de Dios sobre todo en conexión con la configuración de vida en Cristo que otorga el Bautismo y la Confirmación.
·        En la Eclesiología el Espíritu Santo confiere vida a la misión y a la estructura interna de la Iglesia.
·        En la Escatología debe analizarse el tema de la acción del Espíritu Santo des­de el punto de vista de que sólo él puede llevar a cabo la resurrección de los muer­tos y la transformación definitiva del mundo.


4.     La Confesión Vinculante de la Iglesia sobre el Espíritu Santo

La confesión de fe del niceno-constantinopolitano del año 381 significó el pun­to final del proceso de formación del dogma trinitario y pneumatológico: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y vivificante, que procede del Padre (y del Hijo), que con el Padre y el Hijo es justamente adorado y glorificado, que habló por los profetas.»

En el artículo segundo se establece la conexión entre la pneumatología y la cristología mediante la afirmación: «Se encarnó de María Virgen por obra del Espíritu Santo y se hizo hombre.»

Con la denominación de Señor al Espíritu Santo y la mención de la adoración y la glorificación (que sólo pueden tributarse a la divinidad) se acentúa la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en la única naturaleza divina. La expresión vivificante seña­la que el Espíritu es fuente de toda la actuación salvífica de Dios en la creación, la redención y la consumación. El hecho de que haya hablado por los profetas y haya sido la causa de la encarnación es prueba de la eficacia universal del Espíritu Santo, que se identifica con la revelación y la autocomunicación del Dios trino. Pero no por ello puede decirse que el Espíritu Santo sea el «Padre» de Jesús, pues el Logos y la humanidad de Jesús unida a él poseen, respecto del Padre, la filiación divina, mientras que el Espíritu Santo representa el principio de la unión de las dos naturalezas y de la íntima compenetración de la humanidad.
5.     Las Antítesis Heréticas

o   El Modalismo: Sabelio, en los inicios del siglo III, rechaza las hipóstasis del Hijo y del Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu no serían sino distintas mani­festaciones o modalidades del Dios monopersonal. La creación, la redención y la santificación, son como un triple reflejo de la única realidad divina.
o   Los Pneumatómacos: (macedonianos, eunomianos/arrianos). Todas estas corrientes, derivadas del arrianismo, tienen en común que afirman que tanto el Hijo como el Espíritu son seres creados, son esencialmente distintos.
o   Los Exaltados: Su característica común es que, bajo la invocación de la acción inmediata del Espíritu (p. ej., mediante reve­laciones privadas, experiencias entusiásticas, etc.), contraponen el Espíritu Santo a la mediación cristológica de la revelación y a su forma eclesial de actualización.


II.           EL ESPÍRITU SANTO EN EL ACONTECIMIENTO DE LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS

1.     El Espíritu de Dios en la Revelación Paleotestamentaria.

La palabra espíritu aparece en el Antiguo Testamento sobre todo en un contexto de comprensión teo-lógico. El espíritu propio de Dios no es un influ­jo, una acción o un don creado distinto de Dios. El Espíritu de Dios es el mismo Dios en su realidad personal, en cuanto libre y soberanamente referido, en el acto de su acción salvífica en la creación y en la historia, al mundo y al hombre:

o   La experiencia de Dios y el encuentro con él vividos por Israel están en su origen vinculados con la experiencia del poder y de la fuerza salvífica de Dios en favor del hombre.
o   Ejerce una influen­cia especial en el mediador de la alianza, Moisés, y también en los 70 ancianos que participan de su espíritu (Núm 11,25; 12,6).
o   Actúa de muy diver­sas maneras en las figuras carismáticas salvadoras de los jueces (cf. Jue 3,10; 6,34; 11,29; 13,19.25),
o   de los sacerdotes (2Cró 24,20), así como también en los artesanos y artífices. Los constructores del santuario «están llenos del espíritu de Dios, de habilidad, de pericia y de experiencia en toda suerte de trabajos» (Ex 31,3).
o   El Espí­ritu Santo actúa también, y de especialísima manera, en los profetas (1Re 22,21; 2Re 2,9; Os 9,7; Miq 3,8; Ez 2,2; 11,5; Zac 7,12; cf. Mc 12,36; Mt 22,43; Heb 3,7; 2Pe 1,21). A través de su acción sobre los profetas, el Espíritu de la revelación (cf. Rom 8,16; 1Cor 2,10; Ef 3,5).
o   Los reyes de Israel, en cuanto llamados a ser mediadores, son ungidos con y hen­chidos del Espíritu Santo (1Sam 10,6-13; 16,13; 2Cró 20,14).
o   En los cantos del siervo de Yahvéh, a través del cual renovará Dios la alianza, se señala al elegido de Dios como aquél en quien Dios pone «su espíritu» (Is 42,1). (cf. Is 11,2: «Reposará sobre él el espíritu de Yahvéh, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Yahvéh»).
o   Para los escritores neotestamentarios, la mesianidad de Jesús se deduce preci­samente de su unión con Dios por medio del Espíritu. Esta unión es el origen de su misión para proclamar el evangelio: «El espíritu de Yahvéh está sobre mí, puesto que Yahvéh me ha ungido. Para dar la buena nueva a los humildes me envió, para vendar corazones quebran­tados...» (Is 61,1).
o   La esperanza en el tiempo final mesiánico está unida a la expectativa de una efusión universal del espíritu para el restablecimiento y la consumación de la alian­za de Dios con su pueblo (Is 32,15; 44,3; 59,21; 63,14; Joel 3,ls.; Zac 4,6; 1Pe 4,14).


2.     La demostración de la Filiación Divina Mesiánica por medio del Espíritu de Dios.

Jesús estaba empa­pado, penetrado y embebido del Espíritu de Dios, a quien llamaba su Padre, y de que estaba facultado, por este mismo Espíritu Santo, para instaurar el reino de Dios del fin de los tiempos. La unión entre Dios Padre, el Hijo de Dios mesiánico y el Espíritu de Dios, que tiene su origen y su centro en la voluntad de revelación del Padre, se manifiesta de una manera singularmente clara en el bautismo de Jesús (cf. Mc 1,9; Jn 1,32-34; 2Pe 1,17). Se trata de la constitución de la realidad humana de Jesús y de su relación filial como hombre respecto a Dios mediante la acción divina, una relación que es exclusivamente suya en su Espíritu Santo. La protosíntesis cristológica «Jesús es el Señor» sólo es posible si ha sido dado el Espíritu Santo (1Cor 12,3). Sólo quien se deja guiar por el Espíritu de Dios puede confesar que Jesús es el Hijo de Dios que ha veni­do en carne (cf. 1Jn 4,2).

3.     El Señor exaltado como el mediador del Espíritu del Padre y del Hijo

En la narración de la venida del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés des­taca Lucas la conexión entre la resurrección de Jesús y la venida del Espíritu al final de los tiempos (cf. Lc 24,49: «Voy a enviar sobre vosotros lo prometido por mi Padre. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto»).

Como el amor de Dios ha sido derramado en los corazones de los hombres por medio del Espíritu Santo (Rom 5,5), pueden éstos participar, en virtud de la comu­nión con el Cristo resucitado y exaltado, en la comunión del amor del Padre y del Hijo en el Espíritu: «Prueba de que sois hijos es que Dios envió a vuestros cora­zones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!» (Gal 4,6; cf. Rom 8,15; Jn 15,26; 16,13; 1Jn 4,13).

El Espíritu único del Padre y del Hijo lleva a los creyentes a una profunda inte­riorización del acontecimiento salvífico. El Espíritu de la verdad testifica que Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido desde Dios a su existencia terrena.

Además, El Espíri­tu Santo es, por así decirlo, el «alma de la Iglesia» (León XIII, encíclica Divinum illudmunus) Él es el principio dinámico de la existencia cristiana y de la esperanza en la consumación escatológica (Rom 8,22-24). Él es el origen de la unidad de todas las misiones, servicios y tareas, de todos los carismas personales y de todos los poderes proféticos necesarios para la edificación de la Iglesia en el tiempo.

III.              EXPOSICIÓN SISTEMÁTICA
Pascua y Pentecostés son el lugar originario del conocimiento de la divinidad y de la hipóstasis del Espíritu Santo. Esto no quiere decir que antes no haya actuado dando testimonio de sí, como lo hemos visto en los apartes anteriores. Del mismo modo que la PALABRA ya había actuado salvíficamente antes de la encarnación revelando la humanización de Dios en Jesucristo, también se conoce y se confiesa al Espíritu de Dios como portador de la común esencia divina a través de la efusión escatológica de los acontecimientos de Pascua y Pentecostés.

Dios Padre como el principio sin principio comparte eternamente con el Hijo y el Espíritu su vida divina, este es el punto de partida. Ahora bien, no se puede llegar a conocer la revelación de la relación intradivina Padre-Hijo y de la acción poderosa de Dios en favor de Jesús Crucificado sin la revelación del Espíritu Santo. Se entiende que Jesús es el Hijo de Dios porque, en cuanto niño que tiene su origen en el cuerpo de María, ha sido concebido por la acción de Espíritu Santo. (Mt 1,8; Lc 1, 35). En el inicio de las actividades públicas de Jesús, en el bautismo en el Jordán, desciende sobre él el Espíritu y así se da a conocer Dios como Padre de su Hijo Jesús (Mc 1, 9-11) Ahora bien, los acontecimientos de la cruz, la resurrección y el envío del Espíritu los entendemos como la consumación historicosalvífica de la autocomunicación del Dios trino.

Este envío del Espíritu, Paráclito enviado por el Hijo y que procede del Padre, dará testimonio del Hijo (Jn 14, 26; 15,26). Solo a través del Espíritu de Dios se nos descubre el misterio de la sabiduría de Dios y de su proyecto salvífico, porque sólo él explora los abismos de la divinidad (1Cor 2,10). Este Espíritu, que procede de Dios y es Dios (Jn 4,24) es enviado por Dios, para que conozcamos a Dios Padre y al Hijo (1Cor 2,12).

El Espíritu Santo es Señor y dador de vida. Es Señor, porque es Dios con una diferencia personal respecto al Padre y el Hijo y en divina Koinonia con ellos. Se manifiesta a través de sus acciones salvíficas, especialmente como el don de la vida y como el dador de la vida divina que nos ha sido dada escatológica e históricamente en Jesucristo Hijo del Padre y que permanece eficazmente en la Iglesia hasta la nueva venida de Cristo. El Espíritu lleva a la Iglesia de Cristo, Cordero de Dios, a su comunión esponsalicia con Dios Padre (Ap 22,17).


LA TEOLOGÍA TRINITARIA
LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS COMO AMOR DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU


I.                 TEMAS Y HORIZONTES DE LA TEOLOGÍA TRINITARIA (Introducción)

1.     Definición y significación del tratado de la Trinidad en la Dogmática.

La teología Trinitaria centra su análisis en el tema de la autoapertura histórica-salvífica (trinidad económica) del Dios único, Padre, Hijo (Palabra) y Espíritu Santo (Trinidad inmanente). El objeto de la fe cristiana es el Dios trino.

Así mismo la estructura interna de este acto de fe es trinitario: Primero, a causa del envío del Espíritu Santo al corazón del hombre (Rom 5,5), y, segundo, en virtud de la relación filial de Jesús con el Padre (Rom 8, 15.29; Gal 4, 4-6), a la existencia cristiana en la gracia, tercero, se le concede, la correalización de las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La teología cristiana está totalmente determinada por la fe en la Trinidad Divina. El conocimiento de la vida trinitaria de Dios no es el resultado de una especulación abstracta en el marco de una teodicea filosófica, sino surge de la escucha inmediata y directa de la Autorevelación historicosalvífica de Dios. De ahí que la doctrina sobre la Trinidad se sitúe en el centro de la dogmática. Desde esta cumbre se divisa a continuación la vida del cristiano, en su nivel individual y en el comunitario, encaminada a la plenitud y consumación final. La doctrina de la Trinidad articula también los tratados que se ocupan de la aceptación humana de la revelación (marilogía, escatología, eclesiología, Sacramentología y doctrina de la Gracia).

De la Autorevelación de Dios como creador, redentor y reconciliador de los hombres, de su oferta de alianza a Israel, y de su automanifestación como Padre de Jesucristo se desprende la doctrina de la unidad de Dios. Así llegamos a un concepto de Dios caracterizado tanto por la unidad de la divinidad como por la relacionalidad que es el elemento constitutivo de su esencia.

La relacionalidad interna de Dios en su palabra y en su Espíritu se revela en la relación histórica con la humanidad de Jesús y en la identificación (que está implícita en esta relación) de la Palabra divina con este hombre (encarnación de Dios, unión hipostática). En esta relación Dios se revela como Padre: En el inicio de la vida pública de Jesús, en el bautismo en el Jordán, en la transfiguración, la cruz, la resurrección, la ascensión y el envío del Espíritu, da Dios a conocer su esencia íntima: Padre, Hijo y Espíritu, que aparecen como los sujetos – en mutua referencia – de la única realidad divina.

Puede decirse entonces: La Trinidad económica (historicosalvífica) es la base del conocimiento de la Trinidad inmanente (intradivina). La Trinidad inmanente es el fundamento óntico de la Trinidad económica.

2.     Los enunciados doctrinales del dogma teológico trinitario.

1.      La Trinidad es un misterio absoluto, que sigue siendo inescrutable también después de haber sido revelado. No obstante, en la fe y en el amor se crea una relación dinámica cognoscente y unificante al misterio del amor que es Dios mismo.
2.      La Iglesia cree en el Dios uno y único en las tres personas (hipóstasis, subsistencias) del Padre, el Hijo y el Espíritu. Son la única naturaleza (esencia) divina, iguales en eternidad, en omnipotencia, etc.
3.      El Padre, el hijo y el Espíritu se diferencian realmente entre sí en cuanto personas. Existe entra ellas un orden de orígenes y de relaciones: El Padre posee la naturaleza divina sin recibirla de otro principio (ingénito). El Hijo procede de la esencia del Padre a modo de generación o nacimiento (atemporal) y es con el Padre el único Dios. El Espíritu no es engendrado. Procede originariamente del Padre y del Hijo como de un único principio.
4.      En la unidad del Dios único se dan varias relaciones y propiedades realmente distintas entre sí. La relación mutua de las personas divinas constituye la realización esencial única de Dios. Entre la esencia de Dios y las personas divinas sólo hay una diferencia virtual.
5.      Las personas divinas no son realmente distintas de la esencia divina; no for­man, junto con ésta, una cuaternidad.
6.      Las personas divinas no son partes o elementos de la realización de Dios, sino que cada una de ellas es el Dios único y verdadero. Cada persona divina está en las otras. Se compenetran mutuamente (pericóresis).
7.      No se puede separar a unas personas divinas de las otras cuanto actúan hacia el exterior (ad extra). Constituyen un único principio de acción en la creación, la redención y la consumación final. Pero esto no quiere decir que no se dé en la unidad de su acción una diferencia de las personas (en la revelación histórica). La operatio Del ad extra se produce según el ordo relationis.

3.     Posiciones heréticas frente al dogma de la trinidad.

El conocimiento de la Trinidad se basa en el acontecimiento de Cristo. Sólo cuando se reconocen la divinidad y la humanidad de Cristo y su unidad en la per­sona divina del Logos puede percibirse también la Trinidad como el fundamento que sustenta la encarnación y la misión escatológica del Espíritu. Sin esta base historicosalvífica, la teología trinitaria no pasaría de ser caprichosa superación de los límites a que está sujeta la inteligencia creada y pura especulación del hombre acer­ca de un Absoluto que le es absolutamente inaccesible.

a. El Dualismo Gnóstico y el Plotinismo.

Aunque con grandes diferencias de detalle, los sistemas gnósticos (Basflides, Valentín y Marción) están marcados por el dualismo metafísico del bien y el mal. Es decir, al Principio espiritual de lo supremo y del bien, se contrapone el principio mate­rial, sujetado al mal y entre ambos se sitúa toda una serie escalonada de seres intermedios.

Por otra parte, de una manera hasta cierto punto diferente, en el neoplatonismo de Plotino aparecen ciertas hipóstasis a través de las cuales discurre el proceso emanacionista de la autoalienación del Absoluto y del Uno indivisible.

Pues bien, el planteamiento contrario trata de Dios que, en su realidad personal como creador, se pone libremente frente al mundo que él mismo ha producido con soberana libertad y quiere recorrer, con esta misma libertad, el camino historicosalvífico del encuentro personal con el hom­bre. Aquí Jesucristo no es una especie de naturaleza intermedia (al modo de las concepciones gnósticas o neoplatónicas) entre Dios y el mundo. Es la Palabra que se identifica con la esencia de Dios, que ha asumido una naturaleza humana íntegra, dotada de conciencia y de libertad creadas. En su naturaleza humana, indi­solublemente asociada con el Logos en la unión hipostática, Jesucristo puede ser también el mediador único entre el Dios uno y único y la humanidad (ITim 2,5).

b.   El modalismo.

Esta corriente de la doctrina trinitaria, también llamada sabelianismo por su autor, Sabelio, afirma que el Padre, el Hijo y el Espíritu son sólo distintos modos bajo los que se manifiesta en el mundo el Dios unipersonal. En la crea­ción se presenta Dios como Padre, en la redención como Hijo, en la santificación como Espíritu. Según esto, la esencia divina no sería trinitaria. Sólo nos lo parecería, debido a las limitaciones de nuestra capacidad de percepción. Los nombres serían aquí simples designaciones de los sucesivos «papeles», fun­ciones o máscaras de Dios.

En este contexto existía la necesidad de redefinir el concepto lati­no de persona mediante el contenido conceptual de «subsistencia». También en el espacio grecoparlante urgía la necesidad de aclarar la diferencia entre ousia e hypostasis. Prestaron una gran contribución teológica en este campo sobre todo los Padres Capadocios, en el siglo IV, mediante una explicación según la cual por ousia se entiende la esencia o la naturaleza, mientras que la palabra hypostasis significa la realización de la esencia.

c.  El triteísmo.

Se trata de una especie de triplicación de la substan­cia divina. El Padre, el Hijo y el Espíritu son tres personalidades individuales que poseen la misma forma esencial (substantia secunda, essentia) de la divinidad. Entre estos individuos sólo podría darse una unión moral de la voluntad o una especie de unidad colecti­va.

A este concepto de Dios, entendido, a partir de una especulación filosófica, como personalidad absoluta, se le añade, desde la vertien­te de la revelación, el discurso sobre las tres personas, que aparecerían, en defini­tiva, a modo de personas parciales subsumidas en la realidad unipersonal. Frente a esta concepción, la Iglesia habla de un solo Dios en tres personas distintas (Deus unus in tribus personis distinctis). Se rechaza, por consiguiente, la errónea idea de la Trinidad concebida como una especie de distribución de la uni-personalidad de Dios en tres sub-personalidades.

d.   Negación de la trinidad de los Arrianos.

Como los arríanos negaban la filiación divina eterna del Logos, tenían que recha­zar también, forzosamente, que Dios sea Padre eterno. En este supuesto, Dios llega a ser Padre cuando crea a la primera de sus obras, a saber, el Hijo. La relación de Dios Padre con el Hijo es, pues, aquí, extrínseca a la esencia divina. La homo-ousia del Hijo afirmada en el concilio de Nicea (325) dice, por el contrario, que la Trinidad inmanente es el presupuesto de la Trinidad económica, en la que se re­vela como verdad y se comunica como gracia y vida. Cuando el concilio ecuméni­co de Constantinopla del 381 y el sínodo romano del 382, bajo Dámaso I, recono­cieron que el Espíritu Santo es verdadero Dios (=no creado) y tiene su hipóstasis propia, llegó a su fin el proceso de formación del dogma trinitario y del pneuma-tológico.

La Iglesia responde a la autorrevelación de Dios en el nombre de «el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo» (Mt 28,19) con la confesión de fe y la reflexión teológica de
que Dios es una realidad (una sustancia y una esencia) en las tres hipóstasis (per­
sonas) de el Padre el Hijo y el Espíritu.


II.     LA CREACIÓN COMO IMAGEN DE LA TRINIDAD (El Dios uno y trino)

La Creación tiene su “lugar” en el intercambio se la vida del Dios uno y trino y recibe de él, como su imagen finita, el don originario de su existencia. Ella permite también comprender por qué hallamos en todos los niveles de la realidad a los que tenemos acceso, estructuras y ritmos triádicos fundamentales, e invita a aceptar el ofrecimiento de la transparencia de estos mismos ritmos y estructuras hacia el Dios trinitario.

1.     Estructuras trinitarias del ser creado.

a)     La distinción real entre ser y esencia

Nos limitamos sencillamente a mencionar la siguiente analogía del ser, la esencia y la unidad de estas dos de los entes en el mundo, como vestigio del misterio trinitario de Dios en la creación.

Mientras que la esencia introduce la diferencia, el ser otorga unidad a cada individuo creado. Las esencias se diferencias entre sí y están separadas una de la otra, pero su ser-realidad es indivisible, cada esencia lo posee completamente. Entonces, cada esencia realiza el mismo ser de una manera propia, diferente de las demás. Con esto se pone de manifiesto que ningún ente se encuentra aislado, sino que se encuentra al mismo tiempo siendo en una comunidad real con todos los demás desde la propia realización de su ser. Como analogía del Dios trinitario el acto de realidad único y perfeccionador de la vida divina se realiza en las tres personas divinas, pero estas constituyen en cierto modo este mismo acto común único, en la dinámica de la comunión en sí mismo (pericoresis).

A esto le añadimos un avance en la formulación de esta analogía y es el acento que le dan Henstenberg y Oeing Hanhoff afirmando que junto a la distinción entre ser y esencia, se advierte un tercer elemento de distinción: la unión entre ambos. Colocan, entonces, estos tres momentos, en relación con las tres personas divinas, considerando como los vestigia trinitatis encada criatura.

b)     Esquemas ternarios y ritmos triádicos

Según las investigaciones y estudios científicos a lo largo de los siglos, muchos autores minuciosamente, llegando hasta los micro-fenómenos que estudian las ciencias naturales, procuran encontrar estructuras ternarias y triádicas en la realidad de la creación. Es decir, formulaciones en forma de tres partes constitutivas y unificadoras de las realidades en todos los campos de nuestra existencia natural a nivel antropológico, metafísico, social, físico, químico, etc.

Pero, como el mundo de las cosas no está estructurado tan claramente de manera trinitaria, es más ventajoso estableces como más claro vestigium trinitatis la relacionalidad y comunialidad de todo lo real, tal como la misma puede detectarse particularmente bien en el hombre.

c)      La “Comunidad” de lo creado

La creación está determinada por la relacionalidad y complementariedad, pluralidad y comunialidad. Jürgen Moltmann hace referencia a los siguiente: “Todas las creaturas están orientadas hacia la comunidad y han sido creadas en forma de comunidades… por esta razón, tiene mucho sentido hablar de la Comunidad de la Creación… ya en el edificio escalonado –como lo llama la teoría mecanicista- de la materia y de la vida se pone de manifiesto la comunidad como meta de la evolución:
·        Partículas elementales
·        Átomo
·        Molécula
·        Célula micro-molecular
·        Organismos pluricelulares
·        Organismos vivos
·        Poblaciones orgánicas
·        Seres vivientes
·        Animal
·        Campo de transición animal-hombre
·        Hombres
·        Poblaciones humanas
·        Comunidad de la Humanidad…

Según lo anterior, tenemos que dirigir entonces la mirada hacia el fundamento trinitario de toda realidad: hacia el Dios uno y trino, el Dios “comunial”, que ha impreso en el fruto de su creación la “ley” de su propia vida, y que obra en lo que ha creado.

2.     Ser hombre como imagen del Dios uno y trino.

En el ámbito de la fe cristiana, el hombre, como imagen del Dios trinitario, se hizo visible en su autonomía, en su libertad, y su dignidad de persona, pero, también con igual relevancia, en su ineludible relación con los demás. Hablar de Dios, significa hablar del hombre. Por lo tanto, el Dios trinitario, “comunial”, es figura del hombre con sus determinaciones integrales y polares. Mirando al Dios trinitario se hacen comprensibles los momentos de la personalidad del hombre.

Además, todas las facultades espirituales y corporales del hombre pueden comprenderse como condiciones de posibilidad para que él sea introducido totalmente en la vida de la Trinidad, para que lleguemos a ser totalmente hijos en el Hijo (Rom 8,29s; Gal 3,26; 4,6). Más aún, las estructuras del hombre están constituidas de tal manera que el hijo de Dios mismo puede asumir la condición humana a fin de vivir en ella con nosotros y para nosotros su propia vida divina.


III.              LA FE EN LA TRINIDAD EN EL TESTIMONIO BÍBLICO

En los escritos neotestamentarios no figura la posterior formulación dogmáti­ca del misterio de la Trinidad que enuncia que Dios subsiste en la unidad de su esencia en las relaciones de las personas del Padre, el Hijo y el Espíritu. Pero la Escritura, como palabra de Dios, testifica el hecho de la autocomunicación de Dios, en la que se manifiesta y se revela bajo el nombre de Padre, Hijo y Espíritu.

Ya empezando por el Antiguo Testamento, no puede interpretarse la historia de la autorrevelación de Yahvéh en el sentido de un monoteísmo unitarista. Dios no se revela como la «esencia suprema». Al contrario, se revela de tal modo que una de las expresiones de su esencia es «ser para», esto es, la relación con su pueblo.

La apertura de la esencia divina en el medio de la relacionalidad alcanza su cima histórica en el acontecimiento de Cristo. Dios revela a Jesús como «su propio Hijo» (Rom 8,32). Jesús de Nazaret es el mediador del reino de Dios, un reino que se manifiesta escatológicamente tanto en su historia y su figura humana como en su Palabra divina.

A partir de entonces, la existencia cristiana consiste en la filiación divina, que se consuma como participa­ción en la «esencia y la imagen de su Hijo» (Rom 8,29) y en el don del Espíritu a los corazones de los hombres (Rom 5,5; 8,23) para que los que hemos sido intro­ducidos, por el poder de la gracia, en la relación filial de Jesús con el Padre, poda­mos clamar, por medio del Espíritu: «¡Abba, Padre!» (Rom 8,15; Gal 4,4-6; Jn 14,15.23.26).

Bajo el supuesto de que Dios no es, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, aquella esencia suprema, sino el Dios de la libre autocomunicación y de la alianza y, finalmente, el Dios y Padre de Jesucristo, se comprende también fácilmente por qué en numerosas fórmu­las de bendición, expresiones litúrgicas y doxologías del Nuevo Testamento se cree y se confiesa la única realidad de la esencia y de la revelación divina bajo la suce­sión coordinada de los nombres del Padre, el Hijo y el Espíritu: 2Cor 13,13; Rom 15,30; 1Cor 8,6; 12, 4-6; Ef 4, 4-6


IV.             PERSPECTIVAS HISTORICO-TEOLÓGICAS

En el curso de su evolución, la teología trinitaria tiene como norte y punto de orientación la unidad y unicidad esencial —testificada en la fe— de Dios, que ha revelado la realidad interna relacional de su esencia bajo los nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu.

Respecto, pues, de los conceptos y los contenidos que se deben esclarecer, se plantean las preguntas de qué significa exactamente la unidad y unicidad de Dios a diferencia de y en analogía con la experiencia y la reflexión acerca de la unidad en el ámbito de los seres creados y qué significa la relación (inmanente a la esencia) propia de cada uno de los portadores (de cada una de las hipóstasis o personas). «Padre, Hijo y Espíritu» no se refieren a una existencia absoluta y arrelacional, sino que designan la realización de la esencia única de acuerdo con una relación consti­tutiva de la persona. De donde se extraen, según una deducción lógica y coherente, los conceptos de relación generación, nacimiento, procedencia-procesión, espiración.

1.     Irineo de Lyon.

Ireneo afirma que el origen o procedencia del Hijo y del Espíritu respecto del Padre superan la capacidad intelectual humana. Esto, con todo, no le impide hablar de la generación eterna del Hijo desde el Padre y distin­guirla de la generación temporal de las criaturas desde Dios.

En la historia de la salvación, la Trinidad se revela sobre todo, según Ireneo, en la encarnación de la Palabra eterna. Este cristocentrismo de la historia de la salvación habría sido pre­parado ya en el Antiguo Testamento por el Espíritu Santo y llegaría a su perfec­ción en la fe de los discípulos en Jesús. La unidad del Padre, del Hijo y del Espíri­tu se revelarían escatológicamente al impulsar el Espíritu a la Iglesia a lo largo del camino hacia el fin, para que llegue el día en que el Padre pueda reunir en Cris­to al universo entero y a la humanidad total en una recapitulatio ómnium y pueda atraerlos definitivamente a sí.

2.     Tertuliano.

En contra del politeísmo, Tertuliano defiende la unidad y unicidad de Dios. Es uno y el mismo Dios el que se revela como creador, como el Dios de Israel y como Padre de Jesucristo. Mediante una imagen célebre, compara a Dios con el sol. Del mismo modo que el rayo luminoso y la luz forman con el sol una unidad y no se triplican, así, análogamente, también el Hijo y el Espíritu proceden del Padre, sin que por ello se multiplique la esencia de Dios en sentido politeísta. La Trinidad inmanente es en Tertuliano el presupuesto permanente de la Trinidad económica y se revela en ella. Precisamente en la Trinidad económica llegamos a conocer la diferencia relativa del Padre, el Hijo y el Espíritu y su autonomía y subsistencia personal. Todas las pro­piedades de la substancia divina originariamente dadas en el Padre son también propias del Hijo y del Espíritu.

En contra del Modalismo, Tertuliano acentúa la diferencia real del Padre, el Hijo y el Espíritu diciendo que el Padre es distinto del Hijo y el Hijo distinto del Espíritu. Especialmente en la encarnación se advierte, siem­pre según Tertuliano, la diferencia divina del Padre y del Hijo en la relación filial de Jesús a Dios, su Padre. El enviado es distinto del que envía, el obediente es distinto de aquel a quien se presta obediencia. El Padre, el Hijo y el Espíritu son titulares autónomos de sus propios actos. En la Trinidad econó­mica se revelan como «personas en las que subsiste el único Dios».

Tertuliano contribuyó sobre todo a la clarificación del término «persona». Este vocablo designa al Padre, al Hijo y al Espíritu en cuanto sujetos o titulares, distintos entre sí, de una única naturaleza divina individual. El contenido objetivo de la persona (y más tarde también el de prosopon, derivado de aquélla) debe determinarse más bien a través del vocablo griego hypostasis. Debe entenderse el con­tenido de los conceptos hypostasis y persona de tal modo que puedan designar con la mayor precisión posible la diferencia —conocida en la fe— del Padre, el Hijo y el Espíritu dentro de la esencia indivisible del Dios único en su mutua referencia de relación, según el orden del origen.

3.     Orígenes.

Orígenes intentó mostrar la racio­nalidad de la fe en la Trinidad, pero sin reducirla, en sentido racionalista, a los lími­tes del entendimiento. El punto de partida indiscutible es la fe en la unidad de Dios.

a. El Padre es la fuente de la divinidad.

Dios es una naturaleza absolutamente simple (es decir, no compuesta de varios elementos) y espiritual. En su autorre-velación como creador y portador de la historia de la salvación se da a conocer —según Orígenes— bajo el nombre de Padre. Dios se revela a sí mismo como un Dios del amor y de la misericordia, como un Dios que siente compasión. En la persona del Logos confluyen (hipostáticamente) los predicados de la ausen­cia de padecimiento de la naturaleza divina y de los sufrimientos padecidos por la naturaleza humana. De ahí que la teología alejandrina derivada de las ideas de Orí­genes hable del Deuspassus, es decir, de Dios que padece, en cuanto que en la per­sona de Jesús están hipostáticamente unidas la naturaleza humana y la divina.

b.   El Logos es el Hijo de Dios eterno y encarnado.

El Padre es el origen de la divinidad. El Hijo reci­be del Padre la divinidad. El Hijo no surge de una emanación o efusión natural de la esencia de Dios. Es la voluntad esencial del Padre la que hace que el Hijo proceda de su propia substancia. Orígenes esta­blece una distinción entre esta inefable procesión del Logos desde el Padre y el ori­gen temporal de la creación por medio del Logos, que es su mediador. El Hijo se con­vierte así en imagen eterna y resplandor del Padre, de cuya esencia divina partici­pa.

c.  El Espíritu Santo como dispensador de la vida divina.

Entiende ya al Espíritu Santo como «partícipe de la glo­ria y de la dignidad del Padre y del Hijo». El Espíritu y el Hijo pro­ceden del Padre, pero en la procesión del Espíritu el Hijo actúa como mediador. El Padre, el Hijo y el Espíritu son, según Orígenes, en la unidad de su esencia y como sustentación autónoma, la cau­sa originaria divina de la creación.

4.     Atanasio.

El nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu designa, según él, el contenido de la salvación transmitida en el bautismo. Se afirma, pues, que Dios es el fundamento único de la salvación y que este nombre único «Padre, Hijo, Espíritu» es Dios mismo.

La Palabra eterna del Padre sale a nuestro encuentro en el hombre Jesús de Nazaret con el propósito de divinizarnos y de hacernos partícipes del movimiento del Hijo al Padre en el Espíritu Santo. De la igualdad esencial se 3 deriva la unidad esencial que se realiza en el ámbito intradivino y se revela en el espacio de la economía de la salvación en la diferencia del Padre, del Hijo y del Espíritu.

5.     Los Capadocios.

En conjunto, los Capadocios argumentan, al igual que su modelo, Atanasio, des­de una perspectiva historicosalvífica y soteriológica. Y aunque desarrollan también siempre especulaciones sobre la Trinidad inmanente, su interés principal se centra —con finalidad apologética— en demostrar que no existe contradicción en la fór­mula de una única esencia divina en las tres hipóstasis. Sólo de una manera muy condicionada, y no sin modificaciones esenciales, recurren a las categorías neopla-tónicas de la unidad del Absoluto divino y de la emanación de las hipóstasis subordinadas.

6.     San Agustín.

La comparación con el alma humana, dotada de las facultades del enten­dimiento y la voluntad, condicionaría de hecho una deducción del misterio de la Trinidad a partir de un concepto general de la divinidad. Surgiría así, por un lado, una teodicea de tipo psicológico-metafísico, sólo flojamente conexionada con la Trinidad económica y con el conocimiento de la Trinidad obtenido a partir del mis­terio de Cristo y de la misión del Espíritu.

Agustín se atie­ne firmemente a la idea de que por encima de todas las ayudas que pueden prestar las analogías naturales (vestigio trinitatis), la autorrevelación histórica de Dios es el origen y la condición constante del conocimiento de la Trinidad inmanente.

En contra del arrianismo tardío, acentúa la igualdad esencial del Padre, el Hijo y el Espíritu. Agustín contempla la Trinidad inma­nente de una manera que cabría calificar de circular y cerrada en sí. El proceso tri­nitario vital pasa del Padre al Hijo y se cierra en el Espíritu Santo, que es la comunión de ambos como amor. Por consiguiente, aquí puede entenderse el ser personal del Espíritu como el amor mutuo del Padre y del Hijo. De todas formas, también Agus­tín hace desembocar los procesos intradivinos (productiones) en las misiones (mis-siones) temporales.

La contribución más importante de Agustín se halla en la doctrina de la rela­ción. La relacionali­dad se encuentra en la persona misma, a saber, en la paternidad, en la filiación y en la espiración del Espíritu de Dios. Así, pues, en Dios todo es uno, salvo lo que se afirma de cada una de las tres personas en su diferente relación con las otras. Se trata de rela­ciones reales, es decir, constitutivas de la esencia. Las personas no son partes, fases o elementos de Dios. Cada una de ellas es en sí misma, en relación a las otras dos, el Dios único y verdadero. Por eso debe decirse Deus est Trinitas.

La peculiaridad del Espíritu Santo consiste en que es, en la eternidad, el don mutuo que el Padre hace al Hijo y en el que el Hijo se da de nuevo, amando, al Padre. En este don se distinguen entre sí y en él se ganan eternamente como la comunión en el amor. El Espíritu Santo es donum, amor y communicatio o com-munio. El Espíritu es el amor de Dios a nosotros y en nosotros y es también, a la vez, Dios en su autocomunicación gratuita, el que sus­tenta nuestra respuesta en la fe, la esperanza y el amor y nos introduce para siem­pre en la comunión del amor divino. Por eso, cada individuo concreto (en su alma) y la Iglesia son imagen, señal y sacramento de la comunión de las personas divi­nas y de la comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu.

7.     La escolástica.

La influencia agustiniana se dejó sentir en tres niveles:

I. En la Escuela de los Victorinos, en especial en Ricardo de San Víctor, y más tar­de en los franciscanos, encabezados por Buenaventura y Duns Escoto, que par­tían de la idea de Dios como la esencia eterna que es amor y culmina su movi­miento en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el vínculo del amor entre el Padre y el Hijo.
II. En Anselmo de Canterbury, y a continuación en la Escuela dominicana, con su cima culminante en Tomás de Aquino, que exponían la esencia del Dios tri­no desde el análisis del espíritu y de sus realizaciones básicas del conocimien­to y la voluntad. Pero tampoco aquí esta prolongación de la doctrina psicoló­gica trinitaria pretende afirmar que pueda deducirse la Trinidad a partir de un concepto (por ejemplo, el del espíritu o el del amor). La línea expositiva se apo­yaba obviamente en el conocimiento de la Trinidad transmitido por la revela­ción.
III. En los esquemas historicosalvíficos globales esbozados por Ruperto de Deutz y Joaquín de Fiore (con su muy discutible doctrina de las etapas cronológicas suce­sivas del Padre, el Hijo y el Espíritu), que tienen su punto de referencia último en el misterio del Dios trino, principio y fin de la creación, de la historia y del hombre.

8.     San Buenaventura.

Buenaventura fun­damenta la unidad esencial y la diferencia personal en la transmisión comunicati­va de la naturaleza divina. En la estela de la doctrina de la pericóresis, es la plena y perfecta compenetración mutua y la in-hesión de cada una de las personas divi­nas en las otras la que preserva la unidad y la comunión de las personas divinas en su vida y en su esencia.

a. Las Procesiones intradivinas.

A diferencia de Tomás de Aquino, Buenaventura entiende que son las proce­siones intradivinas, y no sus relaciones, las que constituyen las personas. Estas pro­cesiones son el fundamento de las propiedades personales, y así, el Padre no es sino el que engendra, el Hijo no es sino el engendrado y el Espíritu no es otro sino el Dios que brota del amor del Padre y el Hijo.

b.    El Hijo de Dios encarnado como mediador.

La teología franciscana está hondamente marcada por su acentuado cristo-centrismo, enraizado a su vez en el logocentrismo intratrinitario de Dios. La media­ción del Logos en la creación culmina en la mediación del verbum incarnatum en la salvación. Sólo en la cruz y la resurrección alcanza su plena eficacia la imagen y semejanza divina del hombre cuando, como consecuencia del perdón de los peca­dos, se hace posible la participación en la actitud filial de Cristo frente al Padre en el Espíritu. Y así, Jesucristo es el medio y el mediador.

c.  El espíritu como don escatológico.

Buenaventura distingue entre el Espíritu Santo como persona divina y don increado de la salvación y la con­dición creada de la gracia en el alma, la llamada «gracia santificante». El Espíritu procede de Dios y fluye en el alma. Modifica y eleva la actividad de nuestra alma al capacitarla para responder a la llamada amorosa de Dios mediante las virtudes teologales sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad.

En el ámbito eclesiológico, debe contemplarse a la Iglesia, en cuanto fundación del Padre, como cuerpo místico de Cristo. La Iglesia es animada y vivificada por el Espíritu Santo, de quien proceden sus servicios, sus ministerios y sus carismas. El Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la consumación, hasta alcanzar la par­ticipación plena en la vida trinitaria de Dios.

9.     Santo Tomás.

a. Tomás de Aquino en la tradición de la doctrina trinitaria agustiniana.

El Dios trino es el origen de la creación y de la historia de la salvación. El destinatario de la acción salvífica de Dios es el hombre que, por mediación del Dios-hombre Jesucristo, alcanza por la gracia la comunión con el Dios trino. En la primera parte de la Summa theologiae, Tomás de Aquino expone la doctrina de la unidad de la esencia divina (I. q. 2-26). A continuación, en las cuestiones 27-43, habla de la distinción de las personas divinas.

Como Tomás de Aquino no parte de la concepción neoplatónica de una idea innata de Dios, entiende que la razón humana es capaz de abrirse paso a través del mundo hasta la certeza de la existencia de Dios. Esta razón vinculada al mundo puede llegar, a través de la revelación, hasta un conocimiento sobrenatural de Dios. Pero para ella es siempre determinante y vinculante la mediación interna de la razón y la luz de la fe.

Según Tomás, la revelación tiene importancia tanto para nuestro conocimien­to de Dios como para el conocimiento de la Trinidad divina. Pues, en efecto, la salvación de los hombres consiste en el conocimiento de Dios y en la comunión con él como verdad y como vida.

b.    Las Procesiones en Dios.

El Padre nunca posee su divinidad sin la actividad de generar al Hijo y de espi­rar al Espíritu propia de su esencia. El principio de esta comunicación de su esen­cia (principium quod) no es distinto del Padre, sino que es el Padre mismo en cuanto que se comunica (principium quo). Él es la fuente y el origen de toda la Trinidad.

La Pala­bra eterna del Padre eterno procede a modo de generación. En consecuencia, el Hijo existe como la imagen perfecta del Padre en cuanto que, por un lado, se dife­rencia de él, mientras que, por otro lado, realiza, justamente en esta diferencia, como subsistente, la esencia plena de la divinidad.

El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto que el Padre quiere realmente al Hijo procedente de él, es el objetivo de su voluntad y, en este acto volitivo, rea­liza a la vez la unidad con el Hijo como inclinación amorosa. Por eso es el Espíritu una fcipóstasis propia en Dios. En perspectiva bíblica, el Espíritu Santo no tiene un nombre propio. La pala­bra «espíritu» designa tanto la esencia de Dios como la tercera persona divina y es asimismo tanto una definición esencial como una denominación personal.

c.  La formación de las personas mediante las relaciones.

La relación es, en razón de su propia esencia, la referencia de una cosa a otra. Son elementos constitutivos de la relación el sujeto portador (hypostasis), el fin (termima) y el fundamento (fundamentum) sobre el que se basa o sustenta la oposición idatíva de los dos correlatos (Tomás de Aquino, S. th. I q. 28 a. 3). Hay relaciones reales y otras que son sólo lógicas o mentales. Deben distinguirse, además, las rela­ciones mutuas (por ejemplo, entre el hombre y la mujer en el matrimonio) de las uni­laterales (todas las de la creación a Dios, que son una referencia de Dios al mundo libremente puesta, dado que el mundo no forma parte de la plenitud esencial de Dios).
Aplicando todo lo anterior a la vida intradivina surgen cuatro relaciones:
1. La relación del Padre al Hijo en la generación activa o la paternidad (= generare).
2. La relación del Hijo al Padre en el pasivo ser generado o ser/nacido de la filia­ción (= generan).
3. La relación del Padre y del Hijo al Espíritu Santo en la espiración activa (= spirare).
4. La relación del Espíritu al Padre y al Hijo en el pasivo ser espirado (= spirari) o la personalidad del Espíritu.

De estas cuatro, tres se distinguen realmente entre sí y configuran la personalidad: generar (ser Padre, o la paternidad), ser generado (ser Hijo, o la filiación) y ser espirado (ser Espíritu). La espiración activa se identifica con la paternidad y la filiación. Y en ella sólo existe una distinción conceptual, no real.

d.    Las Misiones divinas.

El concepto de envío o misión, de raíces bíblicas (Gal 4,4; Rom 5,5; Jn 20,21), une a la Trinidad inmanente con la económica. La misión del Hijo en la encarna­ción y la misión del Espíritu Santo en la efusión del amor de Dios no son acciones accidentales diferentes de Dios, sino Dios mismo en su acción y su autocomunicación al mundo. Las misiones del Hijo y del Espíritu son a modo de «prolonga­ciones» de las procesiones intradivinas en la creación. Quien se mantiene fiel a la fe y al amor al Hijo de Dios encarnado y se deja alcanzar por su Espíritu, quedará facultado, en virtud de las misiones divinas, para participar, por la gracia y el amor, de la vida de Dios, que se identifica con las procesiones intradivinas de las perso­nas.

10.  Excurso: El problema del Filioque.

Desde la época del patriarca de Constantinopla Focio (hacia el 867) y el cis­ma definitivo entre las Iglesias de Oriente y de Occidente, el año 1054, bajo el patriarca Miguel Cerulario, se entiende —al menos por parte de la Iglesia griega ortodoxa— que el Filioque fue una de las razones dogmáticas que provocaron la ruptura.

Ya el III concilio de Toledo del año 589 dice que el Espíritu es coeterno con el Padre y el Hijo y que procede del Padre y del Hijo. Otros posteriores conci­lios toledanos afirmaron asimimo que procede ab utroque o también ex patre filio-que. En los siglos VI y VII esta adición fue incluida en la redacción tradicional del niceno-constantinopolitano. Con esta forma textual se aclimató este símbolo en Francia, Inglaterra y en otras regio­nes de Europa occidental y, tras una secular vacilación, y bajo la influencia de los emperadores carolingios y sálicos, fue aceptada también por la Iglesia romana. El IV concilio de Letrán confiesa que el Espíritu procede del Padre y del Hijo, pariter ab utroque.

Todos los Padres de la Iglesia concuerdan en que al Espíritu se le llama en la Escritura Espíritu del Padre y también Espíritu del Hijo. Se evita todo tipo de con­fusión de las procesiones. Tanto para la Iglesia oriental como para la occidental, el Padre es la fuente de la divinidad. De él procede, por generación, el Hijo y de él procede asimismo el Espíritu. Se debe al pensamiento oriental la idea de que el Espíritu procede del Padre por el Hijo. Ya en la época de la Iglesia unida habían advertido los Padres de la Iglesia oriental que en el problema de la procesión del Espíritu exis­tían algunas diferencias entre la tradición de Oriente y la de Occidente.

En definitiva, la diferencia no tiene base dogmática, sino que se deriva del hecho de que la teología trinitaria oriental tuvo que distanciarse del modalismo, mientras que la teología occidental se vio precisada a marcar claramente sus diferencias fren­te a las formas tardías del arrianismo y del priscilianismo de la península Ibérica (cf. los concilios de Toledo). En la tradición de los Padres de la Iglesia occidental se insis­tía, por tanto, más en la igualdad de las personas divinas y se fundamentaban sus pro­piedades no tanto en las procesiones intradivinas cuanto más bien en las relaciones subsistentes.

Los latinos (incluido Tomás de Aquino) admiten que los griegos pueden afir­mar rectamente que el Espíritu procede por medio del Hijo. Pero insisten en que debe proceder asi mismo del Hijo, pues de lo contrario no se distinguirían las rela­ciones del Hijo y del Espíritu respecto del Padre. Así, pues, el Hijo procede por generación y el Espíritu por espiración, es decir, procede del amor del Padre al Hijo y del amor de respuesta del Hijo al Padre inserto en aquel amor.

No es necesario conciliar hasta en sus últimos detalles ambas tradiciones teo­lógicas. Pueden mantenerse ambas como dos modelos complementarios. No for­ma parte de la confesión de fe la afirmación de que la propiedad de las personas provenga primariamente de las procesiones y de la monarquía del Padre o de las relaciones subsistentes y de la oposición relativa de las personas divinas. Es común la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y la unidad de Dios en la trinidad de las personas.


V.               CONCEPCIONES SISTEMÁTICAS DE LA TEOLOGÍA TRINITARIA CONTEMPO-RÁNEA

En el siglo xx, y tras varios cientos de años de olvido de la teología trinitaria, se ha producido un verdadero renacimiento en este campo. Se ha reconocido de nuevo que la Trinidad es lo specificum christianum, se la ha sacado de su lánguida situación (como si fuera una especie de juego conceptual reservado a piadosos espe­cialistas) y se la ha vuelto a colocar en el centro de la reflexión de fe.

1.     La Trinidad como origen y consumación de una teología de la Palabra de Dios (Karl Barth).

La doctrina de la Trinidad debería iniciarse, por el contrario, con un reconocimiento del Deus dixit y consistiría en la experiencia del concepto Dei loquentis persona. Dios se revelaría como el Señor (reino de Dios interno del Anti­guo Testamento y proclamación de la basileia de Jesús) y se daría a conocer como sujeto, predicado y objeto y, por tanto, como titular o portador, como aconteci­miento y contenido de la revelación. Pero no puede desligarse el contenido de la autorrevelación de Dios en la Palabra y el Espíritu (Trinidad inmanente) de su for­ma histórica de autocomunicación (Trinidad económica). La forma en que Dios se hace presente, hablando, en la historia, no es otra cosa sino la libre repetición de la revelación de su vida eterna trinitaria. A partir de la autorrevelación de Dios, puede afirmarse de las tres personas divinas lo siguiente:

1. «El Dios único se revela según la Escritura como creador, es decir, como el Señor de nuestra existencia. Como tal Dios es nuestro Padre, porque está ya antes en sí mismo como Padre del Dios Hijo».
2. «El Dios uno se revela, según la Escritura, como el reconciliador, es decir, como el Señor en medio de nuestra enemistad contra él. Es, en cuanto tal, el Hijo venido hasta nosotros o la Palabra de Dios que se nos ha prometido, por­que está ya antes en sí mismo como Hijo o como la Palabra de Dios Padre».
3. «El Dios único se revela, según la Escritura, como el redentor, es decir, como el Señor que libera. Es, en cuanto tal, el Espíritu Santo, a través de cuya recep­ción somos hechos hijos de Dios, porque está ya antes en sí mismo como el Espí­ritu del amor de Dios Padre y de Dios Hijo».

2.     La Trinidad como contenido de la autocomunicación. (Karl Rahner)

Rahner expone la interconexión entre la Trinidad inmanente y la económica, tanto desde la perspectiva de la revelación histórica como desde la epistemología teológica, en los siguientes términos:

“El Dios único se comunica como autoexpresión absoluta y como don absoluto del amor. Su comunicación es (y aquí está el misterio absoluto revelado por vez primera en Cristo) verdadera autocomunicación, es decir, Dios da a su criatu­ra no sólo participación (mediada) "en sí", en cuanto que a través de su causa­lidad omnipotente crea y concede las realidades creadas y finitas, sino que, en una causalidad cuasiformal, se da a sí mismo realmente y en el más estricto sen­tido de la palabra”.

Rahner rechaza la concepción de que el Padre y el Hijo se hablan o se interpelan entre sí en un diálogo yo-tú al modo de dos distintas naturalezas indi­viduales concretas, cada una de ellas dotada de su conciencia propia. Más bien, el Hijo es el Dios que se expresa a sí mismo, el Dios autoexpresado. Hay, con todo, una «conciencia» de sí de las personas divinas, pero es una conciencia que se iden­tifica con la unidad de su ser divino, en cuanto que el Padre, conociendo y aman­do, se expresa a sí mismo y se comunica en el Hijo y en el Espíritu. Pero esta dife­rencia relativa de las personas se identifica con la unidad de Dios.

3.     La Mediación de la Teología de la Cruz en la fe en la Trinidad (Eberhard Jüngel).

La unidad entre la Trinidad inmanente y la económica, es decir, la autopertura de la esencia divina en la historia de su revelación, ha sido desarrollada por Jün­gel enteramente desde la perspectiva de la muerte en cruz de Jesús. Sólo en el Hijo crucificado se ha definido Dios en su totalidad.

Dios se nos descubre a través de su autodiferenciación y su autoidentificación. Sólo conocemos a Dios como aquel que se ha determinado libremente a no llegar hasta sí mismo sin el Jesús muerto, maldecido, enterrado y resucitado. Dios definiría, por tanto, su ser divino como la vida y el amor a través de la identificación con Jesús muerto, al que revela como Hijo suyo. En el acontecimiento de la muerte de Jesús asumiría Dios en su realización esen­cial la muerte como lo que le es extraño y contradictorio, es decir, la impiedad total del mundo, y se afirmaría así como vida frente a la muerte. El no de Dios a sí mis­mo es su sí a nosotros.

Por tanto, la muerte de Dios en cruz, en la que se determina libremente, en su ser y en su cognoscibilidad, a favor nuestro, sería la revelación de la vida divina —superior a la muerte— como amor.

«Éste es, pues, el Dios que es amor: el que está en tanta mayor autorreferencia cuanto más carece de referencia y se derrama así con sobreabundancia y supe­ra su propio ser. Desde esta perspectiva debe suscribirse sin reserva alguna la tesis de Karl Rahner: "La Trinidad inmanente es la Trinidad económica. Y a la inversa". La afirmación es exacta, porque en el abandono de Dios de Jesús y en su muerte (Me 15,34-37) acontece Dios mismo. Lo que narra la historia de la pasión permite comprender la doctrina de la Trinidad.»

4.     Resumen. La consumación del hombre en el misterio trinitario del amor.

Cuando el hombre, en un acto originario que se identifica con su existencia, se entiende como distinto del mundo, se concibe a la vez como un centro espiritual y libre.

Si ha de ser el Dios trino quien dé respuesta a la pregunta de qué es el hom­bre para sí mismo, entonces debe entenderse la existencia humana de tal modo que la vida trinitaria divina pueda tener su correspondencia en ella. Si ha de ser el Dios trino quien dé respuesta a la pregunta de qué es el hom­bre para sí mismo, entonces debe entenderse la existencia humana de tal modo que la vida trinitaria divina pueda tener su correspondencia en ella. Debe concebirse, por consiguiente, el ser del hombre como personal y dialogal.

En este sentido, el don de sí de Dios como respuesta a la pregunta de lo que es el hombre para sí mismo implica una estructura personal y dialogal y, justamente en ella, es amor trinitario. El ser-amor-trino de Dios es el presupuesto para que el hombre pueda entender el sentido de la creación en su conjunto y pueda con­vertir en realidad el sentido de su ser humano. Ser hombre significa, pues, haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza y haber sido llamado a participar en aquel amor que actúa en Dios mismo como unidad del Padre cognoscente y del Hijo conocido en el Espíritu Santo.

En el mun­do se prolonga no sólo la procesión eterna del Hijo desde el Padre, sino también la procesión eterna del Espíritu desde el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo lleva de tal modo a la vida trinitaria divina a los hombres que se orientan según la presencia de Dios en Jesucristo que la autorrealización humana pasa a ser una co-realización de la communio del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo. «Nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser salvador del mundo... Y nosotros hemos cono­cido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (Un 4,13-16).

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