PNEUMATOLOGÍA
LA REVELACIÓN DEL ESPÍRITU DEL PADRE Y DEL HIJO
I.
TEMAS Y PERSPECTIVAS DE LA
DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO (Introducción)
1.
La autorevelación de Dios en su Espíritu.
2.
El lenguaje Bíblico sobre el Espíritu Santo.
3.
Definición de la Pneumatología y su lugar en la Dogmática.
4.
La confesión vinculante de la Iglesia sobre el Espíritu Santo.
5.
Las antítesis heréticas.
II.
EL ESPÍRITU SANTO EN EL
ACONTECIMIENTO DE LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS
1.
El Espíritu de Dios en la revelación paleotestamentaria.
2.
La demostración de la filiación divina mesiánica por medio del Espíritu
de Dios.
3.
El Señor exaltado como el mediador del Espíritu del Padre y del Hijo.
III.
EXPOSICIÓN SISTEMÁTICA
LA TEOLOGÍA TRINITARIA
LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS COMO AMOR DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU
I.
TEMAS Y HORIZONTES DE LA
TEOLOGÍA TRINITARIA (Introducción)
1.
Definición y significación del tratado de la Trinidad en la Dogmática.
2.
La Trinidad en el credo y la liturgia.
3.
Los enunciados doctrinales del dogma teológico trinitario.
4.
Posiciones heréticas frente al dogma de la trinidad.
a. El Dualismo gnóstico y el plotinismo.
b. El modalismo.
c. El triteísmo.
d. Negación de la trinidad de
los Arrianos.
II.
LA CREACIÓN COMO IMAGEN DE
LA TRINIDAD (El Dios uno y trino)
1. Estructuras trinitarias del
ser creado.
2. Ser hombre como imagen del
Dios uno y trino.
3. Analogía trinitaria de lo
sexual: mujer imagen del E.S.-familia imagen de la trinidad.
III.
LA FE EN LA TRINIDAD EN EL
TESTIMONIO BÍBLICO
IV.
PERSPECTIVAS HISTORICO-TEOLÓGICAS
1.
Irineo de Lyon.
2.
Tertuliano.
3.
Orígenes.
a. El Padre es la fuente de la divinidad.
b. El Logos es el Hijo de Dios
eterno y encarnado.
c. El Espíritu Santo como
dispensador de la vida divina.
4.
Atanasio.
5.
Los Capadocios.
6.
San Agustín.
7.
La escolástica.
8.
San Buenaventura.
a. Las Procesiones intradivinas.
b. El Hijo de Dios encarnado como mediador.
c. El espíritu como don escatológico.
9.
Santo Tomás.
a. Tomás de Aquino en la tradición de la doctrina
trinitaria agustiniana.
b. Las Procesiones en Dios.
c. La formación de las personas mediante las
relaciones.
d. Las Misiones divinas.
10. Excurso: El problema del
Filioque.
V.
CONCEPCIONES SISTEMÁTICAS DE
LA TEOLOGÍA TRINITARIA CONTEM-PORÁNEA
1.
La Trinidad como origen y consumación de una teología de la Palabra de
Dios (Karl Barth).
2.
La Trinidad como contenido de la autocomunicación.
3.
La Mediación de la Teología de la Cruz en la fe en la Trinidad
(Eberhard Jüngel).
4.
Resumen. La consumación del hombre en el misterio trinitario del amor.
PNEUMATOLOGÍA
LA REVELACIÓN DEL ESPÍRITU DEL PADRE Y DEL HIJO
I.
TEMAS Y PERSPECTIVAS DE LA
DOCTRINA DEL ESPÍRITU SANTO (Introducción)
1.
La Autorevelación de Dios en
su Espíritu.
En la concepción cristiana, se
entiende por revelación la autocomunicación de Dios, que acontece y adquiere
forma en el curso de su realización en la historia. Esta autocomunicación
histórica de Dios Padre alcanza su punto culminante en la encarnación de su
Palabra eterna. El Dios-hombre Jesucristo es la mediación plena y perfecta
entre el hombre y Dios. Lo que sale de la esencia más íntima de Dios y se
comunica y penetra en la más profunda autorrealización del hombre (en su
«corazón», cf. Rom 5,5) es el «Espíritu Santo».
El Espíritu Santo no es un poder,
un efecto, distinto de la esencia y de la autorrealización personal de Dios. Es
Dios mismo, en cuanto que actúa en la creación, en la historia de la salvación,
en la redención por medio de Jesucristo y en la consumación del hombre en la
resurrección de los muertos y comunica la vida de Dios. (cf. Mt 3,16; 10,20;
28,19; 1Cor 2,11.14; 3,16; 6,11; 7,40; 12,3; 2Cor 3,3; Jn 14,16; 15,26; Jn 4,2)
Es también el Espíritu Santo
quien abre al conocimiento de Jesucristo como Hijo de Dios, es él quien revela
la gloria divina de Cristo. De ahí que el Espíritu de Dios, del Señor, sea
también a la vez el Espíritu del Hijo, el Espíritu de Jesucristo, a quien Dios
Padre ha constituido en Señor. (1Cor 12,3; 15,28; 1Jn 4,2). (1Cor 2,16; 3,17;
Rom 8,9; Flp 1,9; Gal 4,6; Jn 6,63)
Por tanto, la autorrealización única de Dios en su esencia interna y
en su actuación externa en la creación, en la revelación historicosalvífica y
en la consumación final recibe el nombre de Dios Padre, Dios Hijo y Dios
Espíritu Santo (Mt 28,19).
2.
El Lenguaje Bíblico sobre el
Espíritu Santo.
La Sagrada Escritura ilustra y aclara la actuación del Espíritu de
Dios en la creación y en la revelación (Rom 8,16; 1Cor 2,10; Ef 3,5) a través
de un lenguaje metafórico humano, ya que no puede percibirse físicamente la
acción de Dios en la creación ni se la puede describir bajo la forma de una
visión accesible a los sentidos.
Dios realiza la creación en su Palabra y en su Espíritu (Gen 1,2);
posibilita la existencia creada del hombre al infundir en él su Espíritu (Gen
2,7). Además, en su Espíritu, concede la vida de la gracia y la expectativa de
la vida eterna como a Jesucristo que fue resucitado de entre los muertos en su
humanidad por el Espíritu y exaltado a la derecha del Padre. También nosotros,
tras la muerte terrena, seremos resucitados en Cristo por el Espíritu en el
bautismo y en la concesión definitiva de la vida eterna (Rom 1,4; 8,2.11; 1Cor
15,45; 2Cor 3,6; Gal 3,8; Jn 3,5.8; 6,63; 7,39; Ap 11,11).
Podríamos resumir su esencia y su realidad bíblicamente a partir de la
siguiente afirmación “Dios es Espíritu” (Jn 4,24):
·
Espíritu
de la Sabiduría (Dt 34,9; Sab 1,6; 7,17; Is 11,2; Ef 1,17) respecto de la
realidad de la consumación interna de Dios y de su autocomunicación vivificante
y santificante.
·
Espíritu
de la verdad (Jn 14,17; 15,26; 16,13; 1Jn 4,6) del que habla la Teología
Joanea en varias ocasiones.
·
Espíritu
de santidad y de santificación (Rom 1,4; 15,16; 1Cor 6,11; 1Pe 1,2)
comunicación de la vida santa de Dios.
·
Espíritu
del amor (Rom 5,5; 15,30; Gal 5,13.22; 2Cor 1,22; 3,17ss.; 1Jn 4,8-16) en
Dios y de Dios a nosotros. El primer fruto del Espíritu es el amor (Gal 5,22).
·
Espíritu
Comunión (2Cor 13,13; 1Jn 1,3; 2,20) en Dios mismo y de los creyentes con
el Padre y el Hijo.
·
Espíritu
de la Justificación (Rom 5,2; Gal 5,5) por la fe. Posibilita la vida nueva
en Cristo, la liberación del pecado y de la enemistad de Dios (Rom 7,6; 8,2) y
sustenta la filiación divina de los redimidos (Rom 8,15s.).
Dios produce el orden de la creación de la nada y del caos con su
poderosa Palabra y con la fuerza de su Espíritu. El Espíritu se identifica con
el poder divino santificador y vivificador, es la fuerza de lo alto (Lc 24,49).
Por el Espíritu son resucitados los muertos (Rom 8,17). El Espíritu desciende
sobre los profetas, los reyes (Ex 31,3; Dt 34,9; Miq 3,8; Lc
1,15.41.67; 2,25; 4,1; 10,21) o sobre el
Mesías, o los llama. Esto significa que el Señor, Dios, que está junto a su
enviado, le mueve y le llena (Núm 24,2; Jue 3,10; 6,34; 1Sam 10,6; 16,13; Is
11,2; 42,1; 61,1; Ez 11,5; Lc 1,35; 2,25; Jn 1,32; 1Pe 4,14).
En lo que concierne al Espíritu mismo, se dice que Dios explora en el
Espíritu de Dios y de Cristo las profundidades de su esencia y conoce todo cuanto
hay en él (1Cor 2,10s.).
En lo que concierne a los hombres, se habla de un envío del Espíritu a
los corazones de los hombres (Gal 4,6; Jn 14,26). En una especie de movimiento
descendente de arriba abajo, Dios infunde o derrama su Espíritu en los hombres
(Is 29,10; 32,15; 44,3; Joel 3,ls.; Zac 12,10; Rom 5,5). Todos cuantos han
recibido el Espíritu Santo y santificador como primicias de Dios (Rom 8,23;
2Cor 1,22; 5,5; Rom 8,2; 2Tes 2,13) poseen el don del Espíritu como
confirmación de la acción salvífica definitiva de Dios en ellos.
3. Definición de la Pneumatología y su lugar en la
Dogmática
La pneumatología es la doctrina teológica
acerca de la naturaleza, de la acción y de la persona (= hipóstasis) divina del
Espíritu Santo que es, con el Padre y el Hijo, el Dios uno y único. La pneumatología tiene la misión de elevar
hasta el plano de la conciencia la eficacia específica del Espíritu Santo en la
creación, la historia de la salvación, la redención, la reconciliación y la
consumación.
Los enunciados más
importantes sobre esta materia (el reconocimiento de la tercera Persona de la
Trinidad) están inmersos en los distintos tratados de teología, sin embargo, su
raíz está en el tratado de Trinidad. Veamos, entonces, los alcances y puntos
centrales de esta doctrina:
·
Su meta es poner en claro la interconexión global trinitaria e
historicosalvífica de todos los temas de la teología cristiana.
·
Desempeña una doble función en la Cristología:
o
En primer lugar, el Espíritu fundamenta la unión
y la unidad de la humanidad de Jesús con la divinidad del Padre (Logos).
Relación causada por el Espíritu Santo en el origen en María.
o
En segundo lugar, el Espíritu de Dios es quien
mueve al hombre Jesús en su historia, en su actividad pública, en la
proclamación del reino de Dios, en la sote-riopraxis del mediador de la
basileia, hasta su entrega en la cruz, y quien le resucita, en fin, de entre
los muertos, de modo que en virtud de esta resurrección, y de acuerdo con el
espíritu de santidad, es instituido como el Hijo de Dios mesiánico. El Cristo
exaltado hasta el Padre transmite, en virtud de su humanidad glorificada, el
Espíritu prometido para el fin de los tiempos. El Espíritu enviado por el Padre
y el Hijo lleva a los hombres, en la fe, al conocimiento de la presencia
escatológica de Dios en la humanidad de Jesús de Nazaret. El Espíritu
universaliza e interioriza la revelación histórica de Dios en Jesús.
·
El Espíritu Santo hace realidad la oferta
universal de gracia de Dios en Jesucristo (fundamentación del tratado de Gracia)
·
En la Sacramentología se
habla del Espíritu de Dios sobre todo en conexión con la configuración de vida
en Cristo que otorga el Bautismo y la Confirmación.
·
En la Eclesiología el Espíritu Santo confiere vida a la misión
y a la estructura interna de la Iglesia.
·
En la Escatología
debe analizarse el tema de la acción del Espíritu Santo desde el punto de
vista de que sólo él puede llevar a cabo la resurrección de los muertos y la
transformación definitiva del mundo.
4. La Confesión Vinculante de la Iglesia sobre el
Espíritu Santo
La confesión
de fe del niceno-constantinopolitano del año 381 significó el punto final del
proceso de formación del dogma trinitario y pneumatológico: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y
vivificante, que procede del Padre (y del Hijo), que con el Padre y el Hijo es
justamente adorado y glorificado, que habló por los profetas.»
En el
artículo segundo se establece la conexión entre la pneumatología y la cristología
mediante la afirmación: «Se encarnó de
María Virgen por obra del Espíritu Santo y se hizo hombre.»
Con la denominación de Señor al Espíritu Santo y la mención de
la adoración y la glorificación (que sólo pueden
tributarse a la divinidad) se acentúa la unidad del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo en la única naturaleza divina. La expresión vivificante señala que el Espíritu es fuente de toda la actuación
salvífica de Dios en la creación, la redención y la consumación. El hecho de
que haya hablado por los profetas y haya sido la causa de la encarnación es prueba de la eficacia universal del
Espíritu Santo, que se identifica con la revelación y la autocomunicación del
Dios trino. Pero no por ello puede decirse que el Espíritu Santo sea el «Padre»
de Jesús, pues el Logos y la humanidad de Jesús unida a él poseen, respecto del
Padre, la filiación divina, mientras que el Espíritu Santo representa el
principio de la unión de las dos naturalezas y de la íntima compenetración de
la humanidad.
5. Las Antítesis Heréticas
o El Modalismo: Sabelio, en los
inicios del siglo III, rechaza las hipóstasis del Hijo y del Espíritu. El
Padre, el Hijo y el Espíritu no serían sino distintas manifestaciones o
modalidades del Dios monopersonal. La creación, la redención y la
santificación, son como un triple reflejo de la única realidad divina.
o Los Pneumatómacos: (macedonianos, eunomianos/arrianos). Todas estas corrientes,
derivadas del arrianismo, tienen en común que afirman que tanto el Hijo como el
Espíritu son seres creados, son esencialmente distintos.
o Los Exaltados: Su característica común
es que, bajo la invocación de la acción inmediata del Espíritu (p. ej.,
mediante revelaciones privadas, experiencias entusiásticas, etc.), contraponen
el Espíritu Santo a la mediación cristológica de la revelación y a su forma
eclesial de actualización.
II.
EL ESPÍRITU SANTO EN EL
ACONTECIMIENTO DE LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS
1. El Espíritu de Dios en la Revelación Paleotestamentaria.
La palabra espíritu aparece
en el Antiguo Testamento sobre todo en un contexto de comprensión teo-lógico.
El espíritu propio de Dios no es un influjo, una acción o un don creado
distinto de Dios. El Espíritu de Dios es
el mismo Dios en su realidad personal, en cuanto libre y soberanamente
referido, en el acto de su acción salvífica en la creación y en la historia, al
mundo y al hombre:
o
La experiencia de Dios y el encuentro con él
vividos por Israel están en su origen vinculados con la experiencia del poder y
de la fuerza salvífica de Dios en favor del hombre.
o Ejerce
una influencia especial en el mediador de la alianza, Moisés, y también en los 70 ancianos que participan de su espíritu
(Núm 11,25; 12,6).
o Actúa
de muy diversas maneras en las figuras carismáticas salvadoras de los jueces (cf. Jue 3,10; 6,34; 11,29;
13,19.25),
o de
los sacerdotes (2Cró 24,20), así
como también en los artesanos y
artífices. Los constructores del santuario «están llenos del espíritu de
Dios, de habilidad, de pericia y de experiencia en toda suerte de trabajos» (Ex
31,3).
o El
Espíritu Santo actúa también, y de especialísima manera, en los profetas (1Re 22,21; 2Re 2,9; Os
9,7; Miq 3,8; Ez 2,2; 11,5; Zac 7,12; cf. Mc 12,36; Mt 22,43; Heb 3,7; 2Pe
1,21). A través de su acción sobre los
profetas, el Espíritu de la revelación (cf. Rom 8,16; 1Cor 2,10; Ef 3,5).
o Los reyes de Israel, en cuanto llamados
a ser mediadores, son ungidos con y henchidos del Espíritu Santo (1Sam
10,6-13; 16,13; 2Cró 20,14).
o En
los cantos del siervo de Yahvéh, a
través del cual renovará Dios la alianza, se señala al elegido de Dios como
aquél en quien Dios pone «su espíritu» (Is 42,1). (cf. Is 11,2: «Reposará sobre
él el espíritu de Yahvéh, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de
consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Yahvéh»).
o Para
los escritores neotestamentarios, la
mesianidad de Jesús se deduce precisamente de su unión con Dios por medio
del Espíritu. Esta unión es el origen de su misión para proclamar el evangelio:
«El espíritu de Yahvéh está sobre mí, puesto que Yahvéh me ha ungido. Para dar
la buena nueva a los humildes me envió, para vendar corazones quebrantados...»
(Is 61,1).
o
La esperanza en el tiempo final mesiánico está unida a la expectativa de una
efusión universal del espíritu para el restablecimiento y la consumación de la
alianza de Dios con su pueblo (Is 32,15; 44,3; 59,21; 63,14; Joel 3,ls.; Zac
4,6; 1Pe 4,14).
2. La demostración de la Filiación Divina Mesiánica por
medio del Espíritu de Dios.
Jesús estaba empapado, penetrado y embebido del Espíritu de Dios, a
quien llamaba su Padre, y de que estaba facultado, por este mismo Espíritu
Santo, para instaurar el reino de Dios del fin de los tiempos. La unión entre
Dios Padre, el Hijo de Dios mesiánico y el Espíritu de Dios, que tiene su
origen y su centro en la voluntad de revelación del Padre, se manifiesta de una
manera singularmente clara en el bautismo de Jesús (cf. Mc 1,9; Jn 1,32-34; 2Pe
1,17). Se trata de la constitución de la realidad humana de Jesús y de su relación
filial como hombre respecto a Dios mediante la acción divina, una relación que
es exclusivamente suya en su Espíritu Santo. La protosíntesis cristológica
«Jesús es el Señor» sólo es posible si ha sido dado el Espíritu Santo (1Cor
12,3). Sólo quien se deja guiar por el Espíritu de Dios puede confesar que
Jesús es el Hijo de Dios que ha venido en carne (cf. 1Jn 4,2).
3. El Señor exaltado como el mediador del Espíritu del
Padre y del Hijo
En la narración de la venida del Espíritu Santo en la fiesta de
Pentecostés destaca Lucas la conexión entre la resurrección de Jesús y la
venida del Espíritu al final de los tiempos (cf. Lc 24,49: «Voy a enviar sobre
vosotros lo prometido por mi Padre. Vosotros, pues, permaneced en la ciudad
hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo alto»).
Como el amor de Dios ha sido derramado en los corazones de los hombres
por medio del Espíritu Santo (Rom 5,5), pueden éstos participar, en virtud de
la comunión con el Cristo resucitado y exaltado, en la comunión del amor del
Padre y del Hijo en el Espíritu: «Prueba de que sois hijos es que Dios envió a
vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abba, Padre!» (Gal 4,6;
cf. Rom 8,15; Jn 15,26; 16,13; 1Jn 4,13).
El Espíritu único del Padre y del Hijo lleva a los creyentes a una
profunda interiorización del acontecimiento salvífico. El Espíritu de la
verdad testifica que Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido desde Dios a su
existencia terrena.
Además, El Espíritu Santo es, por así decirlo, el «alma de la Iglesia»
(León XIII, encíclica Divinum illudmunus)
Él es el principio dinámico de la existencia cristiana y de la esperanza en la
consumación escatológica (Rom 8,22-24). Él es el origen de la unidad de todas
las misiones, servicios y tareas, de todos los carismas personales y de todos
los poderes proféticos necesarios para la edificación de la Iglesia en el
tiempo.
III.
EXPOSICIÓN
SISTEMÁTICA
Pascua y Pentecostés son el lugar originario del conocimiento de la
divinidad y de la hipóstasis del Espíritu Santo. Esto no quiere decir que antes
no haya actuado dando testimonio de sí, como lo hemos visto en los apartes
anteriores. Del mismo modo que la PALABRA ya había actuado salvíficamente antes
de la encarnación revelando la humanización de Dios en Jesucristo, también se conoce
y se confiesa al Espíritu de Dios como portador de la común esencia divina a
través de la efusión escatológica de los acontecimientos de Pascua y
Pentecostés.
Dios Padre como el principio sin principio comparte eternamente con el
Hijo y el Espíritu su vida divina, este es el punto de partida. Ahora bien, no
se puede llegar a conocer la revelación de la relación intradivina Padre-Hijo y
de la acción poderosa de Dios en favor de Jesús Crucificado sin la revelación
del Espíritu Santo. Se entiende que Jesús es el Hijo de Dios porque, en cuanto
niño que tiene su origen en el cuerpo de María, ha sido concebido por la acción
de Espíritu Santo. (Mt 1,8; Lc 1, 35). En el inicio de las actividades públicas
de Jesús, en el bautismo en el Jordán, desciende sobre él el Espíritu y así se
da a conocer Dios como Padre de su Hijo Jesús (Mc 1, 9-11) Ahora bien, los
acontecimientos de la cruz, la resurrección y el envío del Espíritu los
entendemos como la consumación historicosalvífica de la autocomunicación del
Dios trino.
Este envío del Espíritu, Paráclito enviado por el Hijo y que procede
del Padre, dará testimonio del Hijo (Jn 14, 26; 15,26). Solo a través del
Espíritu de Dios se nos descubre el misterio de la sabiduría de Dios y de su
proyecto salvífico, porque sólo él explora los abismos de la divinidad (1Cor
2,10). Este Espíritu, que procede de Dios y es Dios (Jn 4,24) es enviado por
Dios, para que conozcamos a Dios Padre y al Hijo (1Cor 2,12).
El Espíritu Santo es Señor y dador de vida. Es Señor, porque es Dios
con una diferencia personal respecto al Padre y el Hijo y en divina Koinonia
con ellos. Se manifiesta a través de sus acciones salvíficas, especialmente
como el don de la vida y como el dador de la vida divina que nos ha sido dada
escatológica e históricamente en Jesucristo Hijo del Padre y que permanece
eficazmente en la Iglesia hasta la nueva venida de Cristo. El Espíritu lleva a
la Iglesia de Cristo, Cordero de Dios, a su comunión esponsalicia con Dios
Padre (Ap 22,17).
LA TEOLOGÍA TRINITARIA
LA AUTOREVELACIÓN DE DIOS COMO AMOR DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU
I.
TEMAS Y HORIZONTES DE LA
TEOLOGÍA TRINITARIA (Introducción)
1.
Definición y significación
del tratado de la Trinidad en la Dogmática.
La teología Trinitaria centra su análisis en el tema de la
autoapertura histórica-salvífica (trinidad económica) del Dios único, Padre,
Hijo (Palabra) y Espíritu Santo (Trinidad inmanente). El objeto de la fe
cristiana es el Dios trino.
Así mismo la estructura interna de este acto de fe es trinitario:
Primero, a causa del envío del Espíritu Santo al corazón del hombre (Rom 5,5),
y, segundo, en virtud de la relación filial de Jesús con el Padre (Rom 8,
15.29; Gal 4, 4-6), a la existencia cristiana en la gracia, tercero, se le
concede, la correalización de las relaciones entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
La teología cristiana está totalmente determinada por la fe en la
Trinidad Divina. El conocimiento de la vida trinitaria de Dios no es el
resultado de una especulación abstracta en el marco de una teodicea filosófica,
sino surge de la escucha inmediata y directa de la Autorevelación
historicosalvífica de Dios. De ahí que la doctrina sobre la Trinidad se sitúe
en el centro de la dogmática. Desde esta cumbre se divisa a continuación la
vida del cristiano, en su nivel individual y en el comunitario, encaminada a la
plenitud y consumación final. La doctrina de la Trinidad articula también los
tratados que se ocupan de la aceptación humana de la revelación (marilogía,
escatología, eclesiología, Sacramentología y doctrina de la Gracia).
De la Autorevelación de Dios como creador, redentor y reconciliador de
los hombres, de su oferta de alianza a Israel, y de su automanifestación como
Padre de Jesucristo se desprende la doctrina de la unidad de Dios. Así llegamos
a un concepto de Dios caracterizado tanto por la unidad de la divinidad como
por la relacionalidad que es el elemento constitutivo de su esencia.
La relacionalidad interna de Dios en su palabra y en su Espíritu se
revela en la relación histórica con la humanidad de Jesús y en la
identificación (que está implícita en esta relación) de la Palabra divina con
este hombre (encarnación de Dios, unión hipostática). En esta relación Dios se
revela como Padre: En el inicio de la vida pública de Jesús, en el bautismo en
el Jordán, en la transfiguración, la cruz, la resurrección, la ascensión y el
envío del Espíritu, da Dios a conocer su esencia íntima: Padre, Hijo y
Espíritu, que aparecen como los sujetos – en mutua referencia – de la única
realidad divina.
Puede decirse entonces: La Trinidad económica (historicosalvífica) es
la base del conocimiento de la Trinidad inmanente (intradivina). La Trinidad
inmanente es el fundamento óntico de la Trinidad económica.
2.
Los
enunciados doctrinales del dogma teológico trinitario.
1. La
Trinidad es un misterio absoluto, que sigue siendo inescrutable también después
de haber sido revelado. No obstante, en la fe y en el amor se crea una relación
dinámica cognoscente y unificante al misterio del amor que es Dios mismo.
2.
La Iglesia cree en el Dios uno y único en las
tres personas (hipóstasis, subsistencias) del Padre, el Hijo y el Espíritu. Son
la única naturaleza (esencia) divina, iguales en eternidad, en omnipotencia,
etc.
3.
El Padre, el hijo y el Espíritu se diferencian
realmente entre sí en cuanto personas. Existe entra ellas un orden de orígenes y de relaciones: El Padre posee la naturaleza
divina sin recibirla de otro principio (ingénito). El Hijo procede de la
esencia del Padre a modo de generación
o nacimiento (atemporal) y es con el
Padre el único Dios. El Espíritu no es engendrado. Procede originariamente del
Padre y del Hijo como de un único principio.
4.
En la unidad del Dios único se dan varias
relaciones y propiedades realmente distintas entre sí. La relación mutua de las
personas divinas constituye la realización esencial única de Dios. Entre la
esencia de Dios y las personas divinas sólo hay una diferencia virtual.
5.
Las personas divinas no son realmente distintas
de la esencia divina; no forman, junto con ésta, una cuaternidad.
6.
Las personas divinas no son partes o elementos
de la realización de Dios, sino que cada una de ellas es el Dios único y
verdadero. Cada persona divina está en las otras. Se compenetran mutuamente
(pericóresis).
7.
No se puede separar a unas personas divinas
de las otras cuanto actúan hacia el exterior (ad extra). Constituyen un único
principio de acción en la creación, la redención y la consumación final. Pero
esto no quiere decir que no se dé en la unidad de su acción una diferencia de
las personas (en la revelación histórica). La operatio Del ad extra se produce según el ordo relationis.
3.
Posiciones
heréticas frente al dogma de la trinidad.
El conocimiento de la Trinidad se basa en el acontecimiento de Cristo.
Sólo cuando se reconocen la divinidad y la humanidad de Cristo y su unidad en
la persona divina del Logos puede percibirse también la Trinidad como el
fundamento que sustenta la encarnación y la misión escatológica del Espíritu.
Sin esta base historicosalvífica, la teología trinitaria no pasaría de ser
caprichosa superación de los límites a que está sujeta la inteligencia creada y
pura especulación del hombre acerca de un Absoluto que le es absolutamente
inaccesible.
a. El
Dualismo Gnóstico y el Plotinismo.
Aunque con grandes diferencias de detalle, los sistemas gnósticos
(Basflides, Valentín y Marción) están marcados por el dualismo metafísico del
bien y el mal. Es decir, al Principio espiritual de lo supremo y del bien, se
contrapone el principio material, sujetado al mal y entre ambos se sitúa toda
una serie escalonada de seres intermedios.
Por otra parte, de una manera hasta cierto punto diferente, en el
neoplatonismo de Plotino aparecen ciertas hipóstasis a través de las cuales discurre
el proceso emanacionista de la autoalienación del Absoluto y del Uno
indivisible.
Pues bien, el planteamiento contrario trata de Dios que, en su
realidad personal como creador, se pone libremente frente al mundo que él mismo
ha producido con soberana libertad y quiere recorrer, con esta misma libertad,
el camino historicosalvífico del encuentro personal con el hombre. Aquí Jesucristo
no es una especie de naturaleza intermedia (al modo de las concepciones
gnósticas o neoplatónicas) entre Dios y el mundo. Es la Palabra que se
identifica con la esencia de Dios, que ha asumido una naturaleza humana
íntegra, dotada de conciencia y de libertad creadas. En su naturaleza humana,
indisolublemente asociada con el Logos en la unión hipostática, Jesucristo
puede ser también el mediador único entre el Dios uno y único y la humanidad
(ITim 2,5).
b. El modalismo.
Esta corriente de la doctrina trinitaria, también llamada sabelianismo
por su autor, Sabelio, afirma que el Padre, el Hijo y el Espíritu son sólo
distintos modos bajo los que se manifiesta en el mundo el Dios unipersonal. En
la creación se presenta Dios como Padre, en la redención como Hijo, en la
santificación como Espíritu. Según esto, la esencia divina no sería trinitaria.
Sólo nos lo parecería, debido a las limitaciones de nuestra capacidad de
percepción. Los nombres serían aquí simples designaciones de los sucesivos
«papeles», funciones o máscaras de Dios.
En este contexto existía la necesidad de redefinir el concepto latino
de persona mediante el contenido conceptual de «subsistencia». También en el espacio grecoparlante urgía la
necesidad de aclarar la diferencia entre ousia
e hypostasis. Prestaron una gran
contribución teológica en este campo sobre todo los Padres Capadocios, en el
siglo IV, mediante una explicación según la cual por ousia se entiende la esencia o la naturaleza, mientras que la
palabra hypostasis significa la
realización de la esencia.
c. El triteísmo.
Se trata de
una especie de triplicación de la substancia divina. El Padre, el Hijo y el
Espíritu son tres personalidades individuales que poseen la misma forma
esencial (substantia secunda, essentia) de la divinidad. Entre estos individuos
sólo podría darse una unión moral de la voluntad o una especie de unidad
colectiva.
A este concepto de Dios, entendido, a partir de una especulación
filosófica, como personalidad absoluta, se le añade, desde la vertiente de la
revelación, el discurso sobre las tres personas, que aparecerían, en definitiva,
a modo de personas parciales subsumidas en la realidad unipersonal. Frente a
esta concepción, la Iglesia habla de un solo Dios en tres personas distintas
(Deus unus in tribus personis distinctis). Se rechaza, por consiguiente, la
errónea idea de la Trinidad concebida como una especie de distribución de la
uni-personalidad de Dios en tres sub-personalidades.
d. Negación de la trinidad de
los Arrianos.
Como los arríanos negaban la filiación divina eterna del Logos, tenían
que rechazar también, forzosamente, que Dios sea Padre eterno. En este
supuesto, Dios llega a ser Padre cuando crea a la primera de sus obras, a
saber, el Hijo. La relación de Dios Padre con el Hijo es, pues, aquí,
extrínseca a la esencia divina. La homo-ousia del Hijo afirmada en el concilio
de Nicea (325) dice, por el contrario, que la Trinidad inmanente es el
presupuesto de la Trinidad económica, en la que se revela como verdad y se
comunica como gracia y vida. Cuando el concilio ecuménico de Constantinopla
del 381 y el sínodo romano del 382, bajo Dámaso I, reconocieron que el
Espíritu Santo es verdadero Dios (=no creado) y tiene su hipóstasis propia,
llegó a su fin el proceso de formación del dogma trinitario y del
pneuma-tológico.
La Iglesia responde a la autorrevelación de Dios en el nombre de «el
Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo» (Mt 28,19) con la confesión de fe y la reflexión teológica de
que Dios es una realidad (una sustancia y una esencia) en las tres hipóstasis (per
sonas) de el Padre el Hijo y el Espíritu.
Hijo y el Espíritu Santo» (Mt 28,19) con la confesión de fe y la reflexión teológica de
que Dios es una realidad (una sustancia y una esencia) en las tres hipóstasis (per
sonas) de el Padre el Hijo y el Espíritu.
II.
LA CREACIÓN COMO IMAGEN DE
LA TRINIDAD (El Dios uno y trino)
La Creación tiene su “lugar” en el intercambio se la
vida del Dios uno y trino y recibe de él, como su imagen finita, el don
originario de su existencia. Ella permite también comprender por qué hallamos
en todos los niveles de la realidad a los que tenemos acceso, estructuras y
ritmos triádicos fundamentales, e invita a aceptar el ofrecimiento de la
transparencia de estos mismos ritmos y estructuras hacia el Dios trinitario.
1.
Estructuras
trinitarias del ser creado.
a)
La distinción real entre ser y esencia
Nos limitamos sencillamente a mencionar la siguiente
analogía del ser, la esencia y la unidad de estas dos de los entes en el mundo,
como vestigio del misterio trinitario de Dios en la creación.
Mientras que la esencia
introduce la diferencia, el ser
otorga unidad a cada individuo creado. Las esencias se diferencias entre sí y
están separadas una de la otra, pero su ser-realidad es indivisible, cada
esencia lo posee completamente. Entonces, cada esencia realiza el mismo ser de
una manera propia, diferente de las demás. Con esto se pone de manifiesto que
ningún ente se encuentra aislado, sino que se encuentra al mismo tiempo siendo
en una comunidad real con todos los demás desde la propia realización de su
ser. Como analogía del Dios trinitario el acto
de realidad único y perfeccionador de la vida divina se realiza en las tres
personas divinas, pero estas constituyen en cierto modo este mismo acto común
único, en la dinámica de la comunión en sí mismo (pericoresis).
A esto le añadimos un avance en la formulación de
esta analogía y es el acento que le dan Henstenberg y Oeing Hanhoff afirmando
que junto a la distinción entre ser y esencia, se advierte un tercer elemento
de distinción: la unión entre ambos. Colocan, entonces, estos tres momentos, en
relación con las tres personas divinas, considerando como los vestigia trinitatis encada criatura.
b)
Esquemas ternarios y ritmos triádicos
Según las investigaciones y estudios científicos a lo
largo de los siglos, muchos autores minuciosamente, llegando hasta los
micro-fenómenos que estudian las ciencias naturales, procuran encontrar
estructuras ternarias y triádicas en la realidad de la creación. Es decir,
formulaciones en forma de tres partes constitutivas y unificadoras de las
realidades en todos los campos de nuestra existencia natural a nivel antropológico,
metafísico, social, físico, químico, etc.
Pero, como el mundo de las cosas no está estructurado
tan claramente de manera trinitaria, es más ventajoso estableces como más claro
vestigium trinitatis la relacionalidad y comunialidad de todo lo real, tal como la misma puede detectarse
particularmente bien en el hombre.
c)
La “Comunidad” de lo creado
La creación está determinada por la relacionalidad y
complementariedad, pluralidad y comunialidad. Jürgen Moltmann hace referencia a
los siguiente: “Todas las creaturas están orientadas hacia la comunidad y han
sido creadas en forma de comunidades… por esta razón, tiene mucho sentido
hablar de la Comunidad de la Creación… ya en el edificio escalonado –como lo
llama la teoría mecanicista- de la materia y de la vida se pone de manifiesto
la comunidad como meta de la
evolución:
·
Partículas elementales
·
Átomo
·
Molécula
·
Célula micro-molecular
·
Organismos pluricelulares
·
Organismos vivos
·
Poblaciones orgánicas
·
Seres vivientes
·
Animal
·
Campo de transición animal-hombre
·
Hombres
·
Poblaciones humanas
·
Comunidad de la Humanidad…
Según lo anterior, tenemos que dirigir entonces la
mirada hacia el fundamento trinitario de toda realidad: hacia el Dios uno y
trino, el Dios “comunial”, que ha impreso en el fruto de su creación la “ley”
de su propia vida, y que obra en lo que ha creado.
2. Ser hombre como imagen del Dios uno y trino.
En el ámbito de la fe cristiana, el hombre, como
imagen del Dios trinitario, se hizo visible en su autonomía, en su libertad, y
su dignidad de persona, pero, también con igual relevancia, en su ineludible
relación con los demás. Hablar de Dios, significa hablar del hombre. Por lo
tanto, el Dios trinitario, “comunial”, es figura del hombre con sus
determinaciones integrales y polares. Mirando al Dios trinitario se hacen
comprensibles los momentos de la personalidad del hombre.
Además, todas las facultades espirituales y
corporales del hombre pueden comprenderse como condiciones de posibilidad para
que él sea introducido totalmente en la vida de la Trinidad, para que lleguemos
a ser totalmente hijos en el Hijo
(Rom 8,29s; Gal 3,26; 4,6). Más aún, las estructuras del hombre están
constituidas de tal manera que el hijo de Dios mismo puede asumir la condición
humana a fin de vivir en ella con nosotros y para nosotros su propia vida
divina.
III.
LA FE EN LA TRINIDAD EN EL
TESTIMONIO BÍBLICO
En los escritos neotestamentarios no figura la posterior formulación
dogmática del misterio de la Trinidad que enuncia que Dios subsiste en la
unidad de su esencia en las relaciones de las personas del Padre, el Hijo y el
Espíritu. Pero la Escritura, como palabra de Dios, testifica el hecho de la
autocomunicación de Dios, en la que se manifiesta y se revela bajo el nombre de
Padre, Hijo y Espíritu.
Ya empezando por el Antiguo Testamento, no puede interpretarse la
historia de la autorrevelación de Yahvéh en el sentido de un monoteísmo
unitarista. Dios no se revela como la «esencia suprema». Al contrario, se
revela de tal modo que una de las expresiones de su esencia es «ser para», esto
es, la relación con su pueblo.
La apertura de la esencia divina en el medio de la relacionalidad
alcanza su cima histórica en el acontecimiento de Cristo. Dios revela a Jesús
como «su propio Hijo» (Rom 8,32). Jesús de Nazaret es el mediador del reino de
Dios, un reino que se manifiesta escatológicamente tanto en su historia y su
figura humana como en su Palabra divina.
A partir de entonces, la existencia cristiana consiste en la filiación
divina, que se consuma como participación en la «esencia y la imagen de su
Hijo» (Rom 8,29) y en el don del Espíritu a los corazones de los hombres (Rom
5,5; 8,23) para que los que hemos sido introducidos, por el poder de la
gracia, en la relación filial de Jesús con el Padre, podamos clamar, por medio
del Espíritu: «¡Abba, Padre!» (Rom 8,15; Gal 4,4-6; Jn 14,15.23.26).
Bajo el supuesto de que Dios no es, ni en el Antiguo ni en el Nuevo
Testamento, aquella esencia suprema, sino el Dios de la libre autocomunicación
y de la alianza y, finalmente, el Dios y Padre de Jesucristo, se comprende
también fácilmente por qué en numerosas fórmulas de bendición, expresiones
litúrgicas y doxologías del Nuevo Testamento se cree y se confiesa la única
realidad de la esencia y de la revelación divina bajo la sucesión coordinada
de los nombres del Padre, el Hijo y el Espíritu: 2Cor 13,13; Rom 15,30; 1Cor
8,6; 12, 4-6; Ef 4, 4-6
IV.
PERSPECTIVAS HISTORICO-TEOLÓGICAS
En el curso de su evolución, la teología trinitaria tiene como norte y
punto de orientación la unidad y unicidad esencial —testificada en la fe— de
Dios, que ha revelado la realidad interna relacional de su esencia bajo los
nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu.
Respecto, pues, de los conceptos y los contenidos que se deben
esclarecer, se plantean las preguntas de qué significa exactamente la unidad y
unicidad de Dios a diferencia de y en analogía con la experiencia y la
reflexión acerca de la unidad en el ámbito de los seres creados y qué significa
la relación (inmanente a la esencia) propia de cada uno de los portadores (de
cada una de las hipóstasis o personas). «Padre, Hijo y Espíritu» no se refieren
a una existencia absoluta y arrelacional, sino que designan la realización de
la esencia única de acuerdo con una relación constitutiva de la persona. De
donde se extraen, según una deducción lógica y coherente, los conceptos de
relación generación, nacimiento, procedencia-procesión, espiración.
1.
Irineo de Lyon.
Ireneo afirma que el origen o procedencia del Hijo y del Espíritu
respecto del Padre superan la capacidad intelectual humana. Esto, con todo, no
le impide hablar de la generación eterna del Hijo desde el Padre y distinguirla
de la generación temporal de las criaturas desde Dios.
En la historia de la salvación, la Trinidad se revela sobre todo, según
Ireneo, en la encarnación de la Palabra eterna. Este cristocentrismo de la
historia de la salvación habría sido preparado ya en el Antiguo Testamento por
el Espíritu Santo y llegaría a su perfección en la fe de los discípulos en
Jesús. La unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu se revelarían
escatológicamente al impulsar el Espíritu a la Iglesia a lo largo del camino
hacia el fin, para que llegue el día en que el Padre pueda reunir en Cristo al
universo entero y a la humanidad total en una recapitulatio ómnium y pueda
atraerlos definitivamente a sí.
2.
Tertuliano.
En contra del politeísmo,
Tertuliano defiende la unidad y unicidad de Dios. Es uno y el mismo Dios el que
se revela como creador, como el Dios de Israel y como Padre de Jesucristo.
Mediante una imagen célebre, compara a Dios con el sol. Del mismo modo que el
rayo luminoso y la luz forman con el sol una unidad y no se triplican, así,
análogamente, también el Hijo y el Espíritu proceden del Padre, sin que por
ello se multiplique la esencia de Dios en sentido politeísta. La Trinidad
inmanente es en Tertuliano el presupuesto permanente de la Trinidad económica y
se revela en ella. Precisamente en la Trinidad económica llegamos a conocer la
diferencia relativa del Padre, el Hijo y el Espíritu y su autonomía y
subsistencia personal. Todas las propiedades de la substancia divina
originariamente dadas en el Padre son también propias del Hijo y del Espíritu.
En contra del Modalismo,
Tertuliano acentúa la diferencia real del Padre, el Hijo y el Espíritu diciendo
que el Padre es distinto del Hijo y el Hijo distinto del Espíritu.
Especialmente en la encarnación se advierte, siempre según Tertuliano, la
diferencia divina del Padre y del Hijo en la relación filial de Jesús a Dios,
su Padre. El enviado es distinto del que envía, el obediente es distinto de
aquel a quien se presta obediencia. El Padre, el Hijo y el Espíritu son
titulares autónomos de sus propios actos. En la Trinidad económica se revelan
como «personas en las que subsiste el único Dios».
Tertuliano contribuyó sobre todo a la clarificación del término
«persona». Este vocablo designa al Padre, al Hijo y al Espíritu en cuanto
sujetos o titulares, distintos entre sí, de una única naturaleza divina
individual. El contenido objetivo de la persona (y más tarde también el de
prosopon, derivado de aquélla) debe determinarse más bien a través del vocablo
griego hypostasis. Debe entenderse el contenido de los conceptos hypostasis y
persona de tal modo que puedan designar con la mayor precisión posible la
diferencia —conocida en la fe— del Padre, el Hijo y el Espíritu dentro de la
esencia indivisible del Dios único en su mutua referencia de relación, según el
orden del origen.
3.
Orígenes.
Orígenes intentó mostrar la racionalidad de la fe en la Trinidad,
pero sin reducirla, en sentido racionalista, a los límites del entendimiento.
El punto de partida indiscutible es la fe en la unidad de Dios.
a. El Padre es la fuente de la divinidad.
Dios es una
naturaleza absolutamente simple (es decir, no compuesta de varios elementos) y
espiritual. En su autorre-velación como creador y portador de la historia de la
salvación se da a conocer —según Orígenes— bajo el nombre de Padre. Dios se
revela a sí mismo como un Dios del amor y de la misericordia, como un Dios que
siente compasión. En la persona del Logos confluyen (hipostáticamente) los
predicados de la ausencia de padecimiento de la naturaleza divina y de los
sufrimientos padecidos por la naturaleza humana. De ahí que la teología
alejandrina derivada de las ideas de Orígenes hable del Deuspassus, es decir,
de Dios que padece, en cuanto que en la persona de Jesús están
hipostáticamente unidas la naturaleza humana y la divina.
b. El Logos es el Hijo de Dios
eterno y encarnado.
El Padre es el
origen de la divinidad. El Hijo recibe del Padre la divinidad. El Hijo no
surge de una emanación o efusión natural de la esencia de Dios. Es la voluntad
esencial del Padre la que hace que el Hijo proceda de su propia substancia.
Orígenes establece una distinción entre esta inefable procesión del Logos
desde el Padre y el origen temporal de la creación por medio del Logos, que es
su mediador. El Hijo se convierte así en imagen eterna y resplandor del
Padre, de cuya esencia divina participa.
c. El Espíritu Santo como dispensador de la vida
divina.
Entiende ya al
Espíritu Santo como «partícipe de la gloria y de la dignidad del Padre y del
Hijo». El Espíritu y el Hijo proceden del Padre, pero en la procesión del
Espíritu el Hijo actúa como mediador. El Padre, el Hijo y el Espíritu son,
según Orígenes, en la unidad de su esencia y como sustentación autónoma, la causa
originaria divina de la creación.
4.
Atanasio.
El nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu designa, según él, el
contenido de la salvación transmitida en el bautismo. Se afirma, pues, que Dios
es el fundamento único de la salvación y que este nombre único «Padre, Hijo,
Espíritu» es Dios mismo.
La Palabra eterna del Padre sale a nuestro encuentro en el hombre
Jesús de Nazaret con el propósito de divinizarnos y de hacernos partícipes del
movimiento del Hijo al Padre en el Espíritu Santo. De la igualdad esencial se 3
deriva la unidad esencial que se realiza en el ámbito intradivino y se revela
en el espacio de la economía de la salvación en la diferencia del Padre, del
Hijo y del Espíritu.
5.
Los Capadocios.
En conjunto, los Capadocios argumentan, al igual que su modelo,
Atanasio, desde una perspectiva historicosalvífica y soteriológica. Y aunque
desarrollan también siempre especulaciones sobre la Trinidad inmanente, su
interés principal se centra —con finalidad apologética— en demostrar que no
existe contradicción en la fórmula de una única esencia divina en las tres
hipóstasis. Sólo de una manera muy condicionada, y no sin modificaciones
esenciales, recurren a las categorías neopla-tónicas de la unidad del Absoluto
divino y de la emanación de las hipóstasis subordinadas.
6.
San Agustín.
La comparación con el alma humana, dotada de las facultades del entendimiento
y la voluntad, condicionaría de hecho una deducción del misterio de la Trinidad
a partir de un concepto general de la divinidad. Surgiría así, por un lado, una
teodicea de tipo psicológico-metafísico, sólo flojamente conexionada con la
Trinidad económica y con el conocimiento de la Trinidad obtenido a partir del
misterio de Cristo y de la misión del Espíritu.
Agustín se atiene firmemente a la idea de que por encima de todas las
ayudas que pueden prestar las analogías naturales (vestigio trinitatis), la
autorrevelación histórica de Dios es el origen y la condición constante del
conocimiento de la Trinidad inmanente.
En contra del arrianismo tardío, acentúa la igualdad esencial del
Padre, el Hijo y el Espíritu. Agustín contempla la Trinidad inmanente de una
manera que cabría calificar de circular y cerrada en sí. El proceso trinitario
vital pasa del Padre al Hijo y se cierra en el Espíritu Santo, que es la
comunión de ambos como amor. Por consiguiente, aquí puede entenderse el ser
personal del Espíritu como el amor mutuo del Padre y del Hijo. De todas formas,
también Agustín hace desembocar los procesos intradivinos (productiones) en
las misiones (mis-siones) temporales.
La contribución más importante de Agustín se halla en la doctrina de
la relación. La relacionalidad se encuentra en la persona misma, a saber, en
la paternidad, en la filiación y en la espiración del Espíritu de Dios. Así,
pues, en Dios todo es uno, salvo lo que se afirma de cada una de las tres
personas en su diferente relación con las otras. Se trata de relaciones
reales, es decir, constitutivas de la esencia. Las personas no son partes,
fases o elementos de Dios. Cada una de ellas es en sí misma, en relación a las
otras dos, el Dios único y verdadero. Por eso debe decirse Deus est Trinitas.
La peculiaridad del Espíritu Santo consiste en que es, en la
eternidad, el don mutuo que el Padre hace al Hijo y en el que el Hijo se da de
nuevo, amando, al Padre. En este don se distinguen entre sí y en él se ganan
eternamente como la comunión en el amor. El Espíritu Santo es donum, amor y
communicatio o com-munio. El Espíritu es el amor de Dios a nosotros y en
nosotros y es también, a la vez, Dios en su autocomunicación gratuita, el que
sustenta nuestra respuesta en la fe, la esperanza y el amor y nos introduce
para siempre en la comunión del amor divino. Por eso, cada individuo concreto
(en su alma) y la Iglesia son imagen, señal y sacramento de la comunión de las
personas divinas y de la comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu.
7.
La escolástica.
La influencia agustiniana se dejó sentir en tres niveles:
I. En la Escuela de los Victorinos, en especial en
Ricardo de San Víctor, y más tarde en los franciscanos, encabezados por
Buenaventura y Duns Escoto, que partían de la idea de Dios como la esencia
eterna que es amor y culmina su movimiento en el Espíritu Santo. El Espíritu
Santo es el vínculo del amor entre el Padre y el Hijo.
II. En Anselmo de Canterbury, y a continuación en
la Escuela dominicana, con su cima culminante en Tomás de Aquino, que exponían
la esencia del Dios trino desde el análisis del espíritu y de sus
realizaciones básicas del conocimiento y la voluntad. Pero tampoco aquí esta
prolongación de la doctrina psicológica trinitaria pretende afirmar que pueda
deducirse la Trinidad a partir de un concepto (por ejemplo, el del espíritu o
el del amor). La línea expositiva se apoyaba obviamente en el conocimiento de
la Trinidad transmitido por la revelación.
III. En los esquemas historicosalvíficos globales
esbozados por Ruperto de Deutz y Joaquín de Fiore (con su muy discutible
doctrina de las etapas cronológicas sucesivas del Padre, el Hijo y el
Espíritu), que tienen su punto de referencia último en el misterio del Dios
trino, principio y fin de la creación, de la historia y del hombre.
8.
San Buenaventura.
Buenaventura fundamenta la unidad esencial y la diferencia personal
en la transmisión comunicativa de la naturaleza divina. En la estela de la
doctrina de la pericóresis, es la plena y perfecta compenetración mutua y la
in-hesión de cada una de las personas divinas en las otras la que preserva la
unidad y la comunión de las personas divinas en su vida y en su esencia.
a. Las Procesiones intradivinas.
A diferencia de
Tomás de Aquino, Buenaventura entiende que son las procesiones intradivinas, y
no sus relaciones, las que constituyen las personas. Estas procesiones son el
fundamento de las propiedades personales, y así, el Padre no es sino el que
engendra, el Hijo no es sino el engendrado y el Espíritu no es otro sino el Dios
que brota del amor del Padre y el Hijo.
b. El Hijo de Dios encarnado como mediador.
La teología
franciscana está hondamente marcada por su acentuado cristo-centrismo,
enraizado a su vez en el logocentrismo intratrinitario de Dios. La mediación
del Logos en la creación culmina en la mediación del verbum incarnatum en la
salvación. Sólo en la cruz y la resurrección alcanza su plena eficacia la
imagen y semejanza divina del hombre cuando, como consecuencia del perdón de
los pecados, se hace posible la participación en la actitud filial de Cristo
frente al Padre en el Espíritu. Y así, Jesucristo es el medio y el mediador.
c. El espíritu como don escatológico.
Buenaventura
distingue entre el Espíritu Santo como persona divina y don increado de la
salvación y la condición creada de la gracia en el alma, la llamada «gracia
santificante». El Espíritu procede de Dios y fluye en el alma. Modifica y eleva
la actividad de nuestra alma al capacitarla para responder a la llamada amorosa
de Dios mediante las virtudes teologales sobrenaturales de la fe, la esperanza
y la caridad.
En el ámbito
eclesiológico, debe contemplarse a la Iglesia, en cuanto fundación del Padre,
como cuerpo místico de Cristo. La Iglesia es animada y vivificada por el
Espíritu Santo, de quien proceden sus servicios, sus ministerios y sus carismas.
El Espíritu Santo guía a la Iglesia hacia la consumación, hasta alcanzar la participación
plena en la vida trinitaria de Dios.
9.
Santo Tomás.
a. Tomás de Aquino en la tradición de la doctrina
trinitaria agustiniana.
El Dios trino es
el origen de la creación y de la historia de la salvación. El destinatario de
la acción salvífica de Dios es el hombre que, por mediación del Dios-hombre
Jesucristo, alcanza por la gracia la comunión con el Dios trino. En la primera
parte de la Summa theologiae, Tomás de Aquino expone la doctrina de la unidad
de la esencia divina (I. q. 2-26). A continuación, en las cuestiones 27-43,
habla de la distinción de las personas divinas.
Como Tomás de
Aquino no parte de la concepción neoplatónica de una idea innata de Dios,
entiende que la razón humana es capaz de abrirse paso a través del mundo hasta
la certeza de la existencia de Dios. Esta razón vinculada al mundo puede llegar,
a través de la revelación, hasta un conocimiento sobrenatural de Dios. Pero
para ella es siempre determinante y vinculante la mediación interna de la razón
y la luz de la fe.
Según Tomás, la
revelación tiene importancia tanto para nuestro conocimiento de Dios como para
el conocimiento de la Trinidad divina. Pues, en efecto, la salvación de los
hombres consiste en el conocimiento de Dios y en la comunión con él como verdad
y como vida.
b. Las Procesiones en Dios.
El Padre nunca
posee su divinidad sin la actividad de generar al Hijo y de espirar al
Espíritu propia de su esencia. El principio de esta comunicación de su esencia
(principium quod) no es distinto del Padre, sino que es el Padre mismo en
cuanto que se comunica (principium quo). Él es la fuente y el origen de toda la
Trinidad.
La Palabra eterna
del Padre eterno procede a modo de generación. En consecuencia, el Hijo existe
como la imagen perfecta del Padre en cuanto que, por un lado, se diferencia de
él, mientras que, por otro lado, realiza, justamente en esta diferencia, como
subsistente, la esencia plena de la divinidad.
El Espíritu Santo
procede del Padre en cuanto que el Padre quiere realmente al Hijo procedente de
él, es el objetivo de su voluntad y, en este acto volitivo, realiza a la vez
la unidad con el Hijo como inclinación amorosa. Por eso es el Espíritu una
fcipóstasis propia en Dios. En perspectiva bíblica, el Espíritu Santo no tiene
un nombre propio. La palabra «espíritu» designa tanto la esencia de Dios como
la tercera persona divina y es asimismo tanto una definición esencial como una
denominación personal.
c. La formación de las personas mediante las
relaciones.
La relación es, en
razón de su propia esencia, la referencia de una cosa a otra. Son elementos
constitutivos de la relación el sujeto portador (hypostasis), el fin (termima)
y el fundamento (fundamentum) sobre el que se basa o sustenta la oposición
idatíva de los dos correlatos (Tomás de Aquino, S. th. I q. 28 a. 3). Hay
relaciones reales y otras que son sólo lógicas o mentales. Deben distinguirse,
además, las relaciones mutuas (por ejemplo, entre el hombre y la mujer en el
matrimonio) de las unilaterales (todas las de la creación a Dios, que son una
referencia de Dios al mundo libremente puesta, dado que el mundo no forma parte
de la plenitud esencial de Dios).
Aplicando todo lo
anterior a la vida intradivina surgen cuatro relaciones:
1.
La relación del Padre al Hijo en la generación activa o la paternidad (=
generare).
2. La relación del
Hijo al Padre en el pasivo ser generado o ser/nacido de la filiación (=
generan).
3. La relación del
Padre y del Hijo al Espíritu Santo en la espiración activa (= spirare).
4. La relación del
Espíritu al Padre y al Hijo en el pasivo ser espirado (= spirari) o la
personalidad del Espíritu.
De estas cuatro,
tres se distinguen realmente entre sí y configuran la personalidad: generar
(ser Padre, o la paternidad), ser generado (ser Hijo, o la filiación) y ser
espirado (ser Espíritu). La espiración activa se identifica con la paternidad y
la filiación. Y en ella sólo existe una distinción conceptual, no real.
d. Las Misiones divinas.
El concepto de
envío o misión, de raíces bíblicas (Gal 4,4; Rom 5,5; Jn 20,21), une a la
Trinidad inmanente con la económica. La misión del Hijo en la encarnación y la
misión del Espíritu Santo en la efusión del amor de Dios no son acciones
accidentales diferentes de Dios, sino Dios mismo en su acción y su
autocomunicación al mundo. Las misiones del Hijo y del Espíritu son a modo de
«prolongaciones» de las procesiones intradivinas en la creación. Quien se
mantiene fiel a la fe y al amor al Hijo de Dios encarnado y se deja alcanzar
por su Espíritu, quedará facultado, en virtud de las misiones divinas, para
participar, por la gracia y el amor, de la vida de Dios, que se identifica con
las procesiones intradivinas de las personas.
10. Excurso: El problema del Filioque.
Desde la época del patriarca de Constantinopla Focio (hacia el 867) y
el cisma definitivo entre las Iglesias de Oriente y de Occidente, el año 1054,
bajo el patriarca Miguel Cerulario, se entiende —al menos por parte de la
Iglesia griega ortodoxa— que el Filioque fue una de las razones dogmáticas que
provocaron la ruptura.
Ya el III concilio de Toledo del año 589 dice que el Espíritu es
coeterno con el Padre y el Hijo y que procede del Padre y del Hijo. Otros
posteriores concilios toledanos afirmaron asimimo que procede ab utroque o
también ex patre filio-que. En los siglos VI y VII esta adición fue incluida en
la redacción tradicional del niceno-constantinopolitano. Con esta forma textual
se aclimató este símbolo en Francia, Inglaterra y en otras regiones de Europa
occidental y, tras una secular vacilación, y bajo la influencia de los
emperadores carolingios y sálicos, fue aceptada también por la Iglesia romana.
El IV concilio de Letrán confiesa que el Espíritu procede del Padre y del Hijo,
pariter ab utroque.
Todos los Padres de la Iglesia concuerdan en que al Espíritu se le
llama en la Escritura Espíritu del Padre y también Espíritu del Hijo. Se evita
todo tipo de confusión de las procesiones. Tanto para la Iglesia oriental como
para la occidental, el Padre es la fuente de la divinidad. De él procede, por
generación, el Hijo y de él procede asimismo el Espíritu. Se debe al
pensamiento oriental la idea de que el Espíritu procede del Padre por el Hijo.
Ya en la época de la Iglesia unida habían advertido los Padres de la Iglesia
oriental que en el problema de la procesión del Espíritu existían algunas
diferencias entre la tradición de Oriente y la de Occidente.
En definitiva, la diferencia no tiene base dogmática, sino que se
deriva del hecho de que la teología trinitaria oriental tuvo que distanciarse
del modalismo, mientras que la teología occidental se vio precisada a marcar
claramente sus diferencias frente a las formas tardías del arrianismo y del
priscilianismo de la península Ibérica (cf. los concilios de Toledo). En la
tradición de los Padres de la Iglesia occidental se insistía, por tanto, más
en la igualdad de las personas divinas y se fundamentaban sus propiedades no
tanto en las procesiones intradivinas cuanto más bien en las relaciones
subsistentes.
Los latinos (incluido Tomás de Aquino) admiten que los griegos pueden
afirmar rectamente que el Espíritu procede por medio del Hijo. Pero insisten
en que debe proceder asi mismo del Hijo, pues de lo contrario no se
distinguirían las relaciones del Hijo y del Espíritu respecto del Padre. Así,
pues, el Hijo procede por generación y el Espíritu por espiración, es decir,
procede del amor del Padre al Hijo y del amor de respuesta del Hijo al Padre
inserto en aquel amor.
No es necesario conciliar hasta en sus últimos detalles ambas
tradiciones teológicas. Pueden mantenerse ambas como dos modelos
complementarios. No forma parte de la confesión de fe la afirmación de que la
propiedad de las personas provenga primariamente de las procesiones y de la
monarquía del Padre o de las relaciones subsistentes y de la oposición relativa
de las personas divinas. Es común la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo y
la unidad de Dios en la trinidad de las personas.
V.
CONCEPCIONES SISTEMÁTICAS DE
LA TEOLOGÍA TRINITARIA CONTEMPO-RÁNEA
En el siglo xx, y tras varios cientos de años de olvido de la teología
trinitaria, se ha producido un verdadero renacimiento en este campo. Se ha
reconocido de nuevo que la Trinidad es lo specificum
christianum, se la ha sacado de su lánguida situación (como si fuera una
especie de juego conceptual reservado a piadosos especialistas) y se la ha
vuelto a colocar en el centro de la reflexión de fe.
1.
La Trinidad como origen y
consumación de una teología de la Palabra de Dios (Karl Barth).
La doctrina de la Trinidad debería iniciarse, por el contrario, con un
reconocimiento del Deus dixit y consistiría en la experiencia del concepto Dei loquentis persona. Dios se revelaría
como el Señor (reino de Dios interno del Antiguo Testamento y proclamación de
la basileia de Jesús) y se daría a
conocer como sujeto, predicado y objeto y, por tanto, como titular o portador,
como acontecimiento y contenido de la revelación. Pero no puede desligarse el
contenido de la autorrevelación de Dios en la Palabra y el Espíritu (Trinidad
inmanente) de su forma histórica de autocomunicación (Trinidad económica). La
forma en que Dios se hace presente, hablando, en la historia, no es otra cosa
sino la libre repetición de la revelación de su vida eterna trinitaria. A partir
de la autorrevelación de Dios, puede afirmarse de las tres personas divinas lo
siguiente:
1. «El Dios único
se revela según la Escritura como creador, es decir, como el Señor de nuestra
existencia. Como tal Dios es nuestro Padre, porque está ya antes en sí mismo
como Padre del Dios Hijo».
2. «El Dios uno se
revela, según la Escritura, como el reconciliador, es decir, como el Señor en
medio de nuestra enemistad contra él. Es, en cuanto tal, el Hijo venido hasta
nosotros o la Palabra de Dios que se nos ha prometido, porque está ya antes en
sí mismo como Hijo o como la Palabra de Dios Padre».
3. «El Dios único
se revela, según la Escritura, como el redentor, es decir, como el Señor que
libera. Es, en cuanto tal, el Espíritu Santo, a través de cuya recepción somos
hechos hijos de Dios, porque está ya antes en sí mismo como el Espíritu del
amor de Dios Padre y de Dios Hijo».
2.
La Trinidad como contenido
de la autocomunicación. (Karl Rahner)
Rahner expone la interconexión entre la Trinidad inmanente y la
económica, tanto desde la perspectiva de la revelación histórica como desde la
epistemología teológica, en los siguientes términos:
“El Dios único se comunica como autoexpresión absoluta y como don
absoluto del amor. Su comunicación es (y aquí está el misterio absoluto
revelado por vez primera en Cristo) verdadera autocomunicación, es decir, Dios
da a su criatura no sólo participación (mediada) "en sí", en cuanto
que a través de su causalidad omnipotente crea y concede las realidades
creadas y finitas, sino que, en una causalidad cuasiformal, se da a sí mismo
realmente y en el más estricto sentido de la palabra”.
Rahner rechaza la concepción de que el Padre y el Hijo se hablan o se
interpelan entre sí en un diálogo yo-tú al modo de dos distintas naturalezas
individuales concretas, cada una de ellas dotada de su conciencia propia. Más
bien, el Hijo es el Dios que se expresa a sí mismo, el Dios autoexpresado. Hay,
con todo, una «conciencia» de sí de las personas divinas, pero es una
conciencia que se identifica con la unidad de su ser divino, en cuanto que el
Padre, conociendo y amando, se expresa a sí mismo y se comunica en el Hijo y
en el Espíritu. Pero esta diferencia relativa de las personas se identifica
con la unidad de Dios.
3.
La Mediación de la Teología
de la Cruz en la fe en la Trinidad (Eberhard Jüngel).
La unidad entre la Trinidad inmanente y la económica, es decir, la
autopertura de la esencia divina en la historia de su revelación, ha sido
desarrollada por Jüngel enteramente desde la perspectiva de la muerte en cruz
de Jesús. Sólo en el Hijo crucificado se ha definido Dios en su totalidad.
Dios se nos descubre a través de su autodiferenciación y su
autoidentificación. Sólo conocemos a Dios como aquel que se ha determinado
libremente a no llegar hasta sí mismo sin el Jesús muerto, maldecido, enterrado
y resucitado. Dios definiría, por tanto, su ser divino como la vida y el amor a
través de la identificación con Jesús muerto, al que revela como Hijo suyo. En
el acontecimiento de la muerte de Jesús asumiría Dios en su realización esencial
la muerte como lo que le es extraño y contradictorio, es decir, la impiedad
total del mundo, y se afirmaría así como vida frente a la muerte. El no de Dios
a sí mismo es su sí a nosotros.
Por tanto, la muerte de Dios en cruz, en la que se determina
libremente, en su ser y en su cognoscibilidad, a favor nuestro, sería la revelación
de la vida divina —superior a la muerte— como amor.
«Éste es, pues, el Dios que es amor: el que está en tanta mayor
autorreferencia cuanto más carece de referencia y se derrama así con
sobreabundancia y supera su propio ser. Desde esta perspectiva debe
suscribirse sin reserva alguna la tesis de Karl Rahner: "La Trinidad
inmanente es la Trinidad económica. Y a la inversa". La afirmación es
exacta, porque en el abandono de Dios de Jesús y en su muerte (Me 15,34-37)
acontece Dios mismo. Lo que narra la historia de la pasión permite comprender
la doctrina de la Trinidad.»
4.
Resumen. La consumación del
hombre en el misterio trinitario del amor.
Cuando el hombre, en un acto originario que se identifica con su
existencia, se entiende como distinto del mundo, se concibe a la vez como un
centro espiritual y libre.
Si ha de ser el Dios trino quien dé respuesta a la pregunta de qué es
el hombre para sí mismo, entonces debe entenderse la existencia humana de tal
modo que la vida trinitaria divina pueda tener su correspondencia en ella. Si
ha de ser el Dios trino quien dé respuesta a la pregunta de qué es el hombre
para sí mismo, entonces debe entenderse la existencia humana de tal modo que la
vida trinitaria divina pueda tener su correspondencia en ella. Debe concebirse,
por consiguiente, el ser del hombre como personal y dialogal.
En este sentido, el don de sí de Dios como respuesta a la pregunta de
lo que es el hombre para sí mismo implica una estructura personal y dialogal y,
justamente en ella, es amor trinitario. El ser-amor-trino de Dios es el
presupuesto para que el hombre pueda entender el sentido de la creación en su
conjunto y pueda convertir en realidad el sentido de su ser humano. Ser hombre
significa, pues, haber sido creado por Dios a su imagen y semejanza y haber
sido llamado a participar en aquel amor que actúa en Dios mismo como unidad del
Padre cognoscente y del Hijo conocido en el Espíritu Santo.
En el mundo se prolonga no sólo la procesión eterna del Hijo desde el
Padre, sino también la procesión eterna del Espíritu desde el Padre y el Hijo.
El Espíritu Santo lleva de tal modo a la vida trinitaria divina a los hombres
que se orientan según la presencia de Dios en Jesucristo que la
autorrealización humana pasa a ser una co-realización
de la communio del Padre y del Hijo
en el Espíritu Santo. «Nos ha dado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y damos
testimonio de que el Padre envió a su Hijo, para ser salvador del mundo... Y
nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios
es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (Un
4,13-16).
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